El Museo del Holocausto de EEUU repudió a Ucrania por su decisión de honrar a colaboradores nazis

Itongadol/AJN.- La decisión de Ucrania del mes pasado de entregar reconocimientos oficiales a una milicia nacionalista que colaboró con los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial ha tenido como respuesta la condena de Estados Unidos.

Ucrania

En una declaración la semana pasada, el Museo Memorial del Holocausto, americano, expresó profundas preocupaciones por los dos proyectos aprobados por el parlamento ucraniano en abril. Uno permitía que hubiese una conmemoración oficial del gobierno para el Ejército Insurgente Ucraniano, una facción ultranacionalista que buscó establecer un Estado ucraniano independiente, mientras que el segundo prohibiría la propaganda y símbolos asociados con el nazismo y regímenes soviéticos.
Mientras que la prohibición de la ley sobre el uso de ese tipo de símbolos no se aplica dentro de contextos académicos, sí evita que medios masivos emitan material que “justifique la lucha contra participantes en el intento de la independencia de Ucrania del siglo XX”. Tales prohibiciones, “intentan legislar cómo debería ser discutida y escrita la historia de Ucrania”.
“Mientras Ucrania avanza hacia su difícil camino hacia la democracia, le pedimos fuertemente al gobierno que se abstenga de cualquier medida que censure discusiones y politice el estudio de la historia”, dijo el organización conmemorativa americana, informó el medio israelí The Jerusalem Post.
Por su parte, la embajada ucraniana en Tel Aviv remarcó: “La Organización de Nacionalistas Ucranianos luchó para la independencia de Ucrania contra Polonia hasta 1939, desde ese momento hasta 1941 contra la Unión Soviética, y luego contra Alemania. En el verano de 1941, un intento de liberación del movimiento fue suprimido por los alemanes y sus líderes fueron aprisionados en campos de concentración”.

72 años del levantamiento del gueto de Varsovia – 19 de abril de 1943

El 22 de julio de 1942, vísperas del 9 de Av, el día en el que se conmemora la destrucción del Templo de Jerusalén, los alemanes iniciaron la deportación de los judíos del gueto de Varsovia. Esta aktion se prolongó hasta el 21 de setiembre y en su transcurso fueron expulsadas  al campo de exterminio deTreblinka 265.000 personas. Los primeros en ser enviados fueron los refugiados, los enfermos y los sin techo. Por órdenes de las autoridades alemanas se bloquearon calles, los habitantes fueron sacados por la fuerza de sus casas por la policía del gueto y obligados a dirigirse a la «plaza de despacho», el Umschlagplatz. Allí fueron brutalmente introducidos y hacinados en vagones de un tren de carga. Luego de los primeros diez días – cuando los judíos dejaron de ser seducidos por   una hogaza de pan –  los alemanes intensificaron el terror en el gueto y el número de las personas asesinadas en la calle aumentó.

Antes y durante las deportaciones se habían hecho algunos intentos fútiles de organizar una resistencia armada – principalmente por  un grupo compuesto por miembros de tres movimientos juveniles sionistas y apodado «Organización Judía Combatiente» (Z.O.B.). En marzo los alemanes lograron capturar y ejecutar a líderes centrales de la resistencia, y esta quedó prácticamente desarticulada.

Al finalizar las expulsiones a Treblinka quedaron en el gueto entre 55.000 y 60.000 judíos que fueron concentrados en algunos bloques de edificios. De esta forma la superficie del gueto se redujo significativamente.

Entre los sobrevivientes, la mayoría de ellos jóvenes, cundió una sensación de orfandad y toma de conciencia. Muchos se culpaban de no haber ofrecido resistencia y permitido la deportación de sus familias. Tenían también en claro que su suerte iba a ser semejante. En octubre de 1943, luego de intensas negociaciones, se logró restablecer un marco de resistencia armada, con Mordejai Anielewicz como comandante. A la Organización Judía Combatiente se sumaron otros movimientos juveniles, a excepción de «Beitar», que formó su propio cuerpo de combate llamado «Unión Militar Judía» (Z.Z.W.).

El 18 de enero de 1943 los alemanes iniciaron una nueva aktion. Los dirigentes de la resistencia supusieron que esta era la operación de liquidación definitiva del gueto y se opusieron  por la fuerza. Consecuentemente, después de que algunos miles de judíos fueron sacados del gueto, los alemanes interrumpieron el operativo. A consecuencia de ello los miembros de la resistencia y los habitantes del gueto infirieron que esto ocurrió por causa de la oposición armada (a pesar de no haber sido ese el motivo real). De aquí en más comenzó a organizarse la resistencia colectiva.

El 19 de abril de 1943 comenzó la acción final de aniquilación del gueto. Ese mismo día comenzó la rebelión liderada por Mordejai Anielewicz, comandante de la Organización Judía Combatiente.

A pesar de saber de la existencia del movimiente clandestino de oposición, los alemanes fueron sorprendidos por la fiereza de la lucha y por el hecho de que todos los habitantes del gueto participaban en la rebelión, escondiéndose en búnkeres, sótanos y áticos previamente preparados. Las posiciones de los combatientes estaban situadas en distintos lugares del gueto, mientras que las de la Unión Militar Judía estaban concentradas en la plaza Muranow, donde trataban de impedir los intentos de los alemanes de irrumpir adentro del gueto. Al arreciar la lucha y ante la dificultad de obligar a los judíos a abandonar sus escondites, los alemanes comenzaron a incendiar los edificios en forma sistemática convirtiendo al gueto en una trampa ardiente.  La oposición se prolongó cerca de un mes hasta que los alemanes lograron reprimir la lucha.

Ésta fue la primer rebelión popular realizada en un ámbito urbano en la Europa ocupada por los nazis.

La rebelión del gueto de Varsovia sirvió de ejemplo para otros guetos y campos. Los levantamientos realizados en otros lugares fueron de menor envergadura por el aislamiento, la carencia de armas y la hostilidad del medio.

contra la pared                     ghetto.varsovia2 gueto_de_varsovia            judios-gueto-mantuvieron-jaque-ejercito Fuente: Yad Vashem

Seder de Pesaj en el campo de concentración

Las condiciones de vida, en el interior del campo de concentración de Vaihingen eran horribles, sobre todo en el terrible invierno de 1944-1945.

Por Rachel Avraham

Fabricando matzá en el campo nazi

Fabricando matzá en Polonia, antes de la guerra.

Los judíos que vivían en este campo de concentración nazi venían del Ghetto Radom de Polonia y estaban destinados a trabajar como esclavos 12 horas al día sin interrupción.

Construyeron armas, excavaron túneles para los refugios antibombas, y efectuaron numerosos trabajos, sobre todo físicos, para los nazis que intentaban desplazar bajo tierra sus fábricas de armamento a causa de los intensos bombardeos de los aliados.

Las condiciones inhumanas y el trato de los prisioneros en el campo de concentración de Vaihingen eran causa de una tasa de mortalidad de las más altas entre  todos los campos de concentración.

Al principio solo los judíos vivían en el campo, más tarde los prisioneros franceses y alemanes fueron enviados allá también.

Hacia el final de la guerra personas enfermas y al final de sus vidas también fueron enviadas allí.

Pero a pesar del inimaginable sufrimiento que los judíos soportaron, continuaron celebrando el Seder de Pesaj.

Estaban decididos a preservar las tradiciones de sus antepasados, a pesar del riesgo que ello representaba en un campo de concentración nazi.

Un «habitante» del campo, Moshe Perl, cuyo testimonio se conserva en Inferno & Vengeance, había explicado:

«La gente del campo estaba acostumbrada a su miserable suerte. Veían costantemente la muerte ante sus ojos. Pero no se resignaban a comer ‘jamets en Pesaj. Se preguntaban: «Dónde podemos encontrar harina y patatas, y cómo podríamos cocer las matzot?»

Perl encontró una solución: «Poco tiempo antes de Pascua, uno de los SS del campo entró en el taller donde yo pintaba paneles indicadores. Me pidió que pintase dianas ficticias para el entrenamiento. Entonces tuve una idea. Le sugerí confeccionar grande dianas de madera recubiertas de sacos de papel, que estaban disponibles en gran cantidad en el almacén. Le dije que necesitaba harina, mucha harina, para pegar las fotos de soldados a las dianas. Me preguntó cuanta harina y le dije que necesitaría cinco kilos. Mi idea le gustó y dio la orden inmediatamente».

Los judíos cocieron la matzá en secreto, aun sabiendo que morirían si eran capturados.

Perl explica:

«En el campo recogimos vigas de madera. Encontramos una rueda entre mis herramientas con la cual fabricamos la matzá y nuestra «empresa de cocido» entró en su fase activa. Recogimos botellas de vidrio y las lavamos cuidadosamente, limpiamos la mesa con fragmentos de vidrio para amasar la pasta. Cocimos la matzá en mi taller teniendo la puerta y las ventanas herméticamente cerradas. Nuestro problema luego era esconder los matzot que habíamos logrado preparar tomando tales riesgos y encontramos la solución. Los escondimos bajo las tejas del techo del taller».

Cuando llegó la noche del Seder, veinte judíos que vivían en el campo de concentración de Vaihingen pudieron celebrar Pesaj. Además de la matzá comieron patatas y bebieron vino «casero» con agua y azúcar.

Pudieron incluso leer la Hagadá.

Justo antes de la invasión aliada, muchos de estos prisioneros fueron enviados a una marcha de la muerte hacia el campo de concentración de Dachau.

De los prisioneros que quedaron y vieron la liberación de los aliados, 92 de ellos murieron poco después por diversas enfermedades que sufrieron en razón de las condiciones atroces en el interior del campo.

Los nazis fueron capaces de destruir numerosas vidas judías, pero fracasaron en destruir el alma judía y en romper la voluntad indestructible de celebrar el Seder de Pesaj.

Fuente: Enlace Judío México

CONTROVERSIA NO ES DESLEALTAD

Por Jaime Naifleisch Aisenberg (y Medvedév, Rosen Ree, Kaplan…)

De Israel Eliézer, el Baal Shem Tov, profeta en los albores de la Modernidad, podríamos decir lo que de Ieoshúa el Nazareno, en la última etapa de la Antigüedad: los que se apoderaron de él, de su respetado y prestigioso nombre, pero no de sus ideas, lo han tergiversado hasta hacerlo irreconocible. ¿O tiene que ver el que llaman Jesús de Nazaret, divinizado, con lo que la religión organizada dice de aquél profeta, en cuyo nombre justifican todo lo que la Torá rechaza, la divinidad de un hombre, la sumisión a los señores, la sobrenatural espera de justicia post mortem y la renuncia a la procura de justicia posible aquí, donde tiene lugar la vida, la idea de cuerpo y alma como entidades separadas, la supremacía del varón sobre la mujer…? Y la judeofobia, nada menos.

Con el Baal Shem Tov como con Ieoshúa «fundadores» del jasidismo y del cristianismo, respectivamente, ha sucedido en la Historia lo que con todos y cada uno de los maestros que, con mayores o menores méritos de lucidez, han emergido de entre sus pueblos, han señalado caminos, y han sido usados luego para el engaño y la mentira.

Eliézer decía de los rabinos del gaón de Vilna, que siete veces pronunciaron jerem, excomunión, contra él: «leen la Torá, sí, pero estudian el Talmud».

Este maestro vive y predica su buena palabra en una de las áreas más atrasadas de Europa que se resistía a dejar de ser brutalmente feudal. El espacio en el que vivía la mayor parte de los judíos ashkenasim, y en la mayor miseria de toda la judeidad. (Adjunto un video que tal vez no conozcan).

Su época continuaba revuelta por la aventura de Shabtai Zvi, 1626-1676, un iluminado al que un hábil acólito había proclamado «meshiaj» y «fundador», cómo no, de la secta shabateanista, que aparece, obvia e impunemente, después de su muerte, como la de Ieoshúa, como la del Baal Shem Tov.
Difundiendo su nombre se divulgó en todo el mundo de dominio cristiano y musulmán el llamamiento –que no sería el primero ni el último– de dejarlo todo y dirigirse a la Tierra de Israel, reconstruir el reino, vivir correctamente y esperar allí al designado del Señor, el meshiaj, para dirigir a los justos en la lucha final por la justicia universal.

Decenas de millares de -diríamos– «sionistas» se pusieron en marcha, desde el Reino Unido y el Báltico hasta el norte de África y Polonia, y Turquía… Enterado el sultán de la Sublime Puerta, el centro imperial turco otomano, de esa barahunda demográfica que llenaba los caminos de desvencijados carruajes con familias, de gentes a pie, a caballo que se dirigían a ese rincón de sus dominios, el Distrito palestino de la Provincia siria, mandó llamar al líder. El musulmán osmanlí creía en la Torá, y en las supersticiones de sus súbditos israelitas, como era natural –y casi general– entre sus correligionarios hasta la irrupción del islamismo judeófobo.

¿Y si en verdad el tal Zvi ha recibido una señal de Dios? Quiso saber. Hay quien dice que estuvo presente en la audiencia tras unas celosías, lo cierto es que escuchado por sus visires el califa, preocupado por el desorden público que esas multitudes podían generar en las aldeas califales, instó a Shabtai Zvi a convertirse al Islam, so pena de muerte. Zvi se convirtió, y algunos de los suyos. De esa estirpe provienen los donmë, los musulmanes de origen judío, que han sido élite intelectual de Turquía, maestros en Saloníca de Kemal, el que transformaría el catastrófico final del Imperio otomano (1918) en la moderna República de Turquía que ahora los «moderados» (¿?) están hundiendo en la barbarie islamista.

La aventura de Zvi había tenido el mérito de revolver a la judería, aplastada, resignada a la impotencia, el atraso, la miseria, con una propuesta de renovación de sus vidas. Cuando en unas pocas regiones (Inglaterra, Flandes) el comercio fundaba la industria, se salía de la oscuridad con las ciencias liberadas del yugo clerical, y aún ni había atisbos de movimiento alguno en pro de los derechos humanos, de las libertades, que sacaran a los siervos de la gleba de la omnipotencia feudal, ni a los nuevos siervos, los obreros, de la superexplotación industrial. Ni el gran Moses Mendelssohn, 1729-1786, el tercer gran Moisés, con su Haskalá, reclamando a los judíos que se autoemanciparan, ni Revolución Americana con sus Derechos del Hombre (1776), ni Francesa (1789), ni guerras liberales napoleónicas en Europa (1799-1815), ni Congreso de Tucumán (1816, la libertad sigue viva entre los Libres del Sur), eran aún imaginables cuando el Zvi mueve a la gente en dirección a una justicia posible en la Tierra.
Pero la apostasía, el abandono de Zvi, causaría una profunda depresión en la mayoría de los hebreos, mientras se multiplicaban los falsos mesias, como el polaco Frank, luego bautizado.

En Vilna, Lituania, ya entonces llamada la Jerusalem de Vilna, vivían hebreos con un grado de prosperidad mayor, y una corte sinagogal rica, solemne, ritualista. Que hoy llamaríamos «ortodoxa», nombre que entonces no se aplicaba a nadie.
Con el propósito de impedir un nuevo desorden en la judería, los rabinos lituanos, guiados por el talmudista Elijah ben Shlomo Zalman, 1720-1796, multiplicaron los rigores de la liturgia. Conmemoraciones del ciclo anual se hicieron larguísimas y complicadas, como el Seder de Pesaj, como el Iom Kipur, como toda la práctica judía. Los manuales de halajá se alambicaron hasta el agobio ritual (El mantel, Mopat, para ashkenasim, y La mesa servida, Shuljan Aruj, para sfaradim, los más difundidos). Se trataba de mantener a los fieles muy ocupados, y bajo la palabra de los oficiantes oficiales, para que ningún loco subversivo se hiciera con las congregaciones. Las normas dietéticas del kasher, sus ayunos, el lugar de la mujer, ganaron en rigor.
Al sur de Lituania se extienden las tierras de Polonia, Galitzia, la Vukovina… donde vivía esa mayoría pobrísima, indefensa, cuya ritualidad era a su vez sencillo folclore, con muchos elementos tomados de los pueblos de su entorno, como el del kayin enhore, el mal de ojo, probablemente de raiz turca preislámica.

Aquí es donde aparece Israel Eliézer, digamos en esta somera reseña. Hondamente piadoso con el prójimo, el sabio rechazó el nuevo rigorismo, esa reforma religiosa que caía sobre los míseros aldeanos –que ya empezaban a ser maltratados por sus vecinos católicos a medida que los papas convencían a los obispos para que acabaran con la larguísima convivencia, nacida cuando los Jagelon (circa 1386-1572) establecieron la moderna Polonia e invitaron a los ashkenasim masacrados en Alemania, a radicarse en su nuevo país. Ashkenasim de habla ídica, claro, que están en los orígenes de la Polonia moderna, donde su mame loshn, su lengua materna, tuvo un segundo florecimiento (es base de la que hablan en Nueva York y en Mea Shearim los «ultraortodoxos»).

Sale el judehuelo de su choza con suelo de tierra (envío imágenes de ellos) a buscar algún sustento para su mishpoje (familia), donde seguro que hay enfermos y débiles, encuentra espinas de pescado que un restaurante de clientes cristianos y judíos ricos va a tirar, y las lleva a casa con mondas de papa, y algo más si tuvo suerte ¿y el gaón de Vilna le va a decir qué toca comer ese día, o si es día de ayuno, o que debe permanecer de pie dos días en el Iom Kipur…?

No, dice nuestro Baal Shem Tov, somos Hombres, hemos de tender al bien, no tender al Mal (iétzer ha Tov, lo iétzer haRa), los jukim (obligaciones incomprensibles) no nos sirven ni servimos con ellas a Dios. Vayamos a la Torá.

Eliézer no dejó nada escrito. A su muerte sus fieles eran mayoría en el centroeste de Europa, y habían desoido a los rabinos que los expulsaban de la judeidad. Entonces aparecen los santones. Rodeados de su Corte de hijos, nueras y yernos en general aprovechados, que cobraban a los que recorrían penosamente distancias para ir a ellos, a que les curen el mal de ojo, en busca de consejo (este es el talmudismo que llega hasta el Freud viejo, el de la Sociedad Psicoanalítica, con la idea de que si no puedes pagar al analista es que no te quieres curar). ¿Me caso con Rivke? ¿me mudo a otra aldea?

Ese es el jasidismo de los siglos posteriores, aniquilado en la Shoá. También bailan en la presunta tumba del segundo gran Moisés, Maimónides, 1138-1204, por cuyo racionalismo contra la reforma de Saadia Gaón, obediente al sultán de Bagdad, fue expulsado de Al Andalus, y viajó hasta encontrar la muerte nadie sabe dónde. Los seguidores de Saadia, verdadero fundador de la reforma religiosa del año mil, fundada en el talmudismo del segundo milenio… son los que hoy idolatran a Maimónides, bailando sobre esa tumba de Tiberíades.

Grandes aportes judaicos a la conciencia son la libertad intelectual para el ejercicio de la crítica profunda (Walter Benjamin), y la interpretación de todo discurso. Veamos Bereshit (Génesis) en sus primeros capítulos, donde se recogen dos tradiciones sobre la creación de los seres humanos. Ishá (mujer) creada desde ish (hombre), desde dentro suyo, para ser su compañera, sobre la que él se enseñorea; Ish e ishá, a ambos los creó, desde la tierra roja, «a ambos los bendijo». Dos visiones del mundo, dos escalas de valores. Dos paradigmas. Dos weltanshauung. Lástima que la mala vulgarización eclesial haya hecho predominar una y ningunear la otra, que ahí está, indeleble.

Siempre ha sido así. La Torá no es dogma, seguimos escribiéndola –con lucidez y torpeza, como en el primer milenio, donde unos profetas describen a otros como falsos profetas. Como hace dos milenios, Hillel y Shamai. La Torá, Torat jaím, Torá para la vida, como la misma vida, es cambio: cada generación ha de afrontar sus propios desafíos, ha de debatir libremente, ha de dar golpes sobre la mesa si es preciso, ha de evitar a toda costa que la sangre llegue al río. Esa conducta correcta supera el valor eventual de las diferencias. El asesinato de Itzjak Rabin dista de ser norma entre israelitas en este mundo siempre ensangrentado.

Nunca hubo en un yishuv (judería de un lugar) una sola sinagoga para todos. No olvidemos a «Robinson Krusovich», que en su isla de náufrago, construyó tres templos. Un Bet am (Casa del Pueblo) era la suya, otra la de esos amigos que te invitan a un brit milá, a un bar mitzvah y ¿cómo no ir? «¿Y la tercera?» preguntó entonces el marinero que fue a rescatarlo, ¿Esa? Vist mishuge? (¿estás loco?) ¡A esa no voy ni que me maten.
En mi propia familia, rabinos, comunistas, sionistas, reformistas, jaredim, asimilados… han llegado a no hablarse durante un tiempo, ni cuando coincidían en el cementerio y lloraban a su madre. La Guerra Fría fue uno de los períodos de prueba más feroces, casi todos caímos en él, y nos enfrentamos, o nos dimos la espalda. Pero sabiendo, todos, o acaso casi todos, que discrepancia no es deslealtad. Esa conducta correcta añade valor a todos los planteos, y morigera lo que hubiere de erróneo o de insuficiente en ellas.

Sfaradim, ashkenasim (¿por qué con zeta?) teimanim, falashim… iekes, lítvake, ruski, osmanlí… Todo cabe, todo puede caber en la Torá. Lo que consideramos correcto y lo que incorrecto. Ibn Ezra, Maimónides, Najmánides, el Rashi, Luria, Spìnoza, Shabtai Zvi, Salomón Zalman, Israel Eliezer, Mendelsohn, Holdheim, Moses Hess, Heschel, Luzatto, Pinsker, Arkadii, Medem, Hertzl, Mandelstam, Ajad Haam, Mijoels… el aluvión de 1880-1940…, si no los consideras tuyos, aun si a unos más que a otros, o si adoras a alguno, puede que no hayas entendido el judaísmo, ese que «es irreductible al análisis», según Freud, ese enigma que no nos explicamos ni los judíos ni las gentes de otros pueblos.

Fuck America

NARRATIVA
Por Leah Bonnín

Una de las tiendas atacadas en la Kristallnacht.

En carta fechada el 10 de noviembre de 1938, el día después de la Reichskristallnacht, Nathan Bronsky solicita visados para su familia al cónsul general de EEUU en Alemania. Se trata de una petición urgente, pero no recibe respuesta hasta pasados ocho meses, en una carta en que el burócrata le explica que, con suerte, podrá acceder a ellos en 1952.

¿Testimonio? ¿Biografía? ¿Ficción documental? Nada de eso. Por más que Edgar Hilsenrath se haya inspirado en su propia biografía y experiencia, por más que aparezcan situaciones teñidas de realismo («Es una novela basada en hechos reales, aunque de vez en cuando hay que distanciarse de los hechos para comprenderlos mejor»), por más que, con el Holocausto en el retrovisor, Fuck America rezuma verosimilitud, no hay respuesta afirmativa para ninguna de las tres preguntas.

Esta novela es básicamente un recuento de la experiencia neoyorquina de Jakob Bronsky, hijo de Natán, registrada en un diario que se inicia en marzo de 1953, en plena guerra de Corea, catorce años después de aquel espeluznante intercambio epistolar entre su padre y el cónsul general. Bronsky cuenta veintisiete años, pero aparenta cincuenta y lleva una vida vagabunda en la ciudad de Nueva York. Se reúne con otros inmigrantes y vagabundos en una cafetería situada en la esquina de Broadway con la 86. Encuentra trabajos temporales en la agencia de Leo, un emigrante con mejor fortuna, y hace de camarero en algún restaurante de la ciudad, de portero de noche y otra vez de camarero en un balneario de verano del que, junto con Pinky, otro desharrapado, huye con la recaudación de la jornada. Busca mujeres para unas horas y hasta es capaz de acudir a una agencia matrimonial para procurárselas. No tiene ni oficio ni beneficio, y lo que de verdad le interesa es terminar de escribir su novela autobiográfica, El Pajillero.

Junto a la de Jakob Bronsky se deslizan otras historias sobre el Holocausto, como de pasada, insinuadas en diálogos o incrustadas en las descripciones. Historias como la del señor Selig, de cuarenta años, cuya familia desapareció en Polonia sin dejar rastro («en su opinión en Treblinka. Pero no está seguro»). O la del señor Weinrot, cincuenta años más o menos («En el pasado: casado, seis hijos, abogado; actualmente soltero, mujer e hijos desaparecidos en la guerra sin dejar rastro. Ahora trabaja como embalador en el Garment Center»). Vidas rotas. No es necesario denunciar ni acusar explícitamente porque la experiencia del Holocausto está en la carne y en el alma de los personajes:

Tuve que tumbarme en el suelo y cruzar los brazos en la espalda. Es curioso, pero tenía menos miedo que durante la guerra, en el tren de mercancías, destino: solución final.

Fuck America presenta la visión de aquellos que no fueron capaces de reconstruir sus vidas, la de los inmigrantes que no se integraron a la vida americana, la de aquellos que, como los visitantes de la cafetería de la calle Broadway, «se cachondean de las putas, se cagan en América y en el sueño americano, se quejan de los coches grandes, la comida insípida, el mal café, los trabajos absurdos». Nada que ver con la experiencia de algunos parientes de Bronsky, cómodamente instalados en Brooklyn:

Que tienen niños, casa con jardín, un coche nuevo, un sueldo considerable y regular. Que el señor de la casa no es un lameculos porque no lo necesita. Que no hablan alemán sino inglés, incluso en casa.

El sarcasmo se desborda en la tercera parte de la novela, cuando Bronsky entabla un diálogo terapéutico con la psicóloga salida de los rayos catódicos de la televisión Mary Stone, la mujer que le intenta convencer de la bonanza de esa nueva tierra de promisión que es América. Y adquiere tintes esperpénticos cuando, en su fantasía de regresar a Alemania, es recibido por un tipo con pinta de nazi que, en calidad de secretario general de la Asociación Culpa y Tolerancia, le ofrece dinero, chicas y vivienda.

Como en El nazi y el peluquero (1971), sátira sobre un nazi que adopta la personalidad de un antiguo amigo judío, después de la liberación de uno de los campos de exterminio; como en Night. A Novel (1975), con la que debutó, basada en la deportación de su familia al entonces gueto rumano de Mogyliov-Podolski; como en The Adventures of Ruben Jablonski (1997), basada en su propia experiencia de fuga con una identidad falsa al final de la guerra; como en la novela sobre el genocidio de los armenios bajo el Imperio Otomano The Story of the Last Thought; una vez más, en Fuck America Edgar Hilsenrath (Leipzig, 1926) huye de los tópicos y se enfrenta a la experiencia del Holocausto sin prejuicios; con excesivo sarcasmo, según sus detractores.

Se ha comparado el estilo de Hilsenrath con el de autores tan dispares como Bukowski, John Fante, Céline –al que aquél dice no haber leído hasta después de haber publicado Fuck America– y Kafka. Quizás tenga un poco de cada –el sarcasmo, la inspiración biográfica, la dureza o la concisión–, pero su escritura es poderosamente personal y su estilo, incomparable, como también lo es su experiencia vital y literaria. Su prosa es punzante, auténtica y estremecedora porque sabemos que detrás de las palabras está el sufrimiento del Holocausto:

–Tienes la ropa llena de sangre, hijo mío. ¿Dónde te has metido?
–Debajo de los muertos.

–¿Y de verdad has regresado?
–Sí. He regresado de verdad.

Novela dura e imprescindible donde las haya.

EDGAR HILSENRATH: FUCK AMERICA. Errata Naturae (Madrid), 2010, 262 páginas. Traducción: Iván de los Ríos.

http://libros.libertaddigital.com/fuck-america-1276237735.html

Jan Karski, un mensajero silencioso

Jack Fuchs

Jan Karski
Jan Karski nació el 24 de abril de 1914, en Lodz, Polonia y murió el 13 de julio de 2000 en Washington DC. De familia católica, cursó sus estudios con los jesuitas, estudió derecho en la universidad de Lwow y siguió la carrera diplomática. Tuvo cargos en las embajadas de Bucarest, Berlín, Ginebra y Londres.
Llamado a filas en 1939, fue hecho prisionero por el ejército soviético y enviado a un campo stalinista de donde pudo escapar para pasar a la clandestinidad. Su dominio de varios idiomas y su prodigiosa memoria lo favorecieron para que fuera elegido como correo de la resistencia clandestina polaca durante la Segunda Guerra Mundial.

En 1940 fue capturado por la Gestapo en Eslovaquia. Luego de soportar un implacable régimen de torturas intentó suicidarse abriéndose las venas, pero la resistencia pudo rescatarlo sin que ninguno de los datos que poseía pasaran al enemigo. Entre 1942 y 1943 protagonizó una historia que habría de dejarle huellas para el resto de su vida: lo que él mismo llamó ‘mi secreta misión judía’. C fue uno de los primeros en transmitir una crónica detallada de las atrocidades nazis.

Jan Karski
En octubre de 1942 Karski, cuyo nombre real era Jan Kozielewsky, se puso en contacto con dos organizaciones judías: el Bund (partido socialista judío) y una asociación sionista. Ambas organizaciones le pidieron que informe a los aliados sobre lo que estaba ocurriendo con las comunidades judías en Polonia.

Haciéndose pasar por judío ingresó dos veces al gueto de Varsovia en octubre de 1942. Y después al campo de exterminio de Belzec. La visita secreta que Karski hizo al campo duró sólo una hora; lo suficiente para que lo visto quedase grabado para siempre en su memoria.

En Londres se entrevistó con el Secretario de política exterior, Anthony Eden; con Lord Cranbone, del partido conservador así como con Hugh Dalton y Arthur Greenwood del partido laborista. Todos integraban el gabinete británico de guerra que en ese momento era el centro del poder político en Inglaterra. Eden contestó que no podían hacer nada de lo que proponían los dirigentes judíos porque la estrategia aliada consistía en derrotar militarmente a Alemania, y que ningún ‘asunto secundario’ debía interferir el objetivo. Lord Cranborne, aparentemente un hombre simpático, le dijo:

«Señor Karski, usted es un hombre inteligente. ¿Se da cuenta de que el mensaje que nos trae es insostenible?»
Arthur Koestler, judío, apasionado antifascista y antisoviético, a quien Karski visitó en Londres, no es favorecido en el relato del mensajero. Lo describe como un hombre demasiado atado a sus intereses personales, a su vanidad de hombre de letras. Otro escritor, H.G. Wells, al recibir su crónica le contesta que
«habría que estudiar las causas por las cuales el antisemitismo emerge en todos los países en donde viven judíos».

La situación no mejora en Estados Unidos. En el verano de 1943 se entrevista con el presidente Roosevelt, con el Secretario de Guerra, Henry Stimson, con el Cardenal Cicognani, con el Arzobispo Spellman, con el Presidente del Congreso Judío Norteamericano, Nahum Goldman, con el juez de la Corte Suprema de Justicia, Felix Frankfurter y con el director del Herald Tribune, Ogden Reed. Roosevelt lo escuchó durante cuatro horas. Se interesó especialmente en cuestiones políticas y le informó que Polonia recibiría una compensación territorial. Ni un solo comentario sobre la situación de los judíos, ninguna pregunta que pusiera en evidencia su preocupación en torno a la crónica del gueto y de los campos de exterminio.

El diálogo con Felix Frankfurter, miembro de la Corte Suprema, es igualmente esclarecedor. Frankfurter le pregunta: ‘¿Sabe usted, señor Karski, quién soy yo? ¿Sabe que soy judío?‘ Tras el relato de Karski, Frankfurter camina unos pasos, piensa y le responde contundentemente: ‘Un hombre como yo debe ser absolutamente franco. De modo que le digo: no estoy en condiciones de creer lo que usted dice’. Tampoco creyeron en él otros dirigentes judíos.

En 1944, un año antes de que terminara la guerra, Karski publicó el libro The Secret State, que en muy poco tiempo vendió 400 mil ejemplares, e inició un ciclo de conferencias en Estados Unidos, país en el que se desempeño como profesor de teoría
política en la universidad de Georgetown.


«Después de la guerra» -escribió en 1987- «leí cómo los líderes occidentales, hombres de estado, militares, servicios de inteligencia, jerarquías eclesiásticas y dirigentes civiles se horrorizaban por lo que había pasado con los judíos. Declaraban no haber sabido nada acerca del Holocausto pues el genocidio había sido mantenido en secreto. Esta versión de los hechos persiste todavía pero no es más que un mito. El exterminio no era un secreto para ellos.»

El Estado de Israel lo nombró ciudadano ilustre. En esa ocasión pronunció un discurso de agradecimiento en el que se definió así: ‘Yo, Polaco, Norteamericano, católico, puedo ahora decir que también soy judío’. Su testimonio es probablemente uno de los más conmovedores que registra la película Shoá de Claude Lanzmann.

Para mí, nacido también en Lodz, judío polaco, la historia de Jan Karski es un motivo de estremecimiento y angustia: ¿Por qué ese hombre, que quizá se haya cruzado conmigo en las calles de mi ciudad, no fue escuchado? ¿Por qué el testimonio de un hombre simple no tuvo ningún efecto, por qué esa insoportable indiferencia?

El 20 de junio de 2001 la Fundación Internacional Raoul Wallenberg y la Embajada de Polonia en la Argentina recordaron la figura de Karski en la Embajada Polaca de Buenos Aires.

* Jack Fuchs fue deportado del Gueto de Lodzs a Auschwitz. Encontrado por los aliados en Dachau al término de la Guerra. Miembro de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg

Fuente: http://www.raoulwallenberg.net/

El hombre que me hizo llorar

Por Jack Fuchs *

En este tiempo, el de mi último tramo, tras luchar incansablemente por casi setenta años con mi memoria, como siempre, los recuerdos me ganan, toman la palabra, se inmiscuyen en mis sueños, dominan mi vigilia. Las fechas, nuevamente, hacen de las suyas. Otro 19 de abril. Otro aniversario del Levantamiento del Ghetto de Varsovia. Pasaron 67 años. Otro aniversario que me sacude.

Hoy se me hizo presente el fantasma de un hombre. Un hombre que vivía, junto con su familia, allí donde yo vivía. En Lodz, mi ciudad perdida. Ellos, en el tercer piso y nosotros, mis padres, mi hermano, mis dos hermanas y yo, en el segundo. Lo conocía muy bien y jugaba diariamente con sus hijos en nuestro patio. Aquel patio lleno de historias, fantasías, aromas, emociones.

Esos años, 1937, 1938, estaban heridos de escasez, pobreza, hambre. Pero nosotros aún así jugábamos. Fue ese el momento en el que aquel hombre decidió emigrar a la Argentina. Un país que prometía abundancia, un futuro. El partió solo. Y con el esfuerzo de su trabajo procuraba arrancar a su familia de las penurias. Yo tenía once o doce años por ese entonces. Ellos tenían tres hijos, dos niñas y un niño. Aquel primogénito, yo lo recuerdo muy bien, tenía síndrome de Down, y le hacíamos la vida imposible, en el patio, jugando con él. Siempre venía a mi casa y se ponía al lado de mi padre, quien lo protegía de nuestras inocentes travesuras.

El hombre, a la distancia, luchaba por reunir a su familia en la nueva tierra. Ellos, mientras tanto, se alimentaban con los manojos de ilusiones que recibían en cada carta. Quimeras que, al poco tiempo, empezaron a vacilar cuando el cónsul, en Varsovia, privó de la visa a ese hijo marcado como «indeseable». Pero siguieron luchando en un intento desesperado por conseguir aquello que le negaban. El, desde Argentina, y ella clavada a su tierra. ¿Qué madre podría dejar a un hijo condenado al abandono?

Mientras tanto, el calendario seguía su implacable curso. Nadie podía imaginar aquello que se avecinaba. Y no pasó mucho tiempo para que la ocupación nazi diera su estocada a Polonia y un poco más, para sufrir las consecuencias del encierro en el Ghetto. Confinados, todos nosotros, a la hambruna y la miseria extrema, entre muros y púas, seguíamos jugando. Y, cuando pensábamos que lo peor ya nos había atravesado, Treblinka se llevó, entre muchos, a estos queridos vecinos, a mis amigos y compañeros de juego. Todos ellos murieron. La madre y sus tres hijos.

Y más tarde, Auschwitz nos borró a nosotros de Lodz, arrojándonos brutalmente a la condición de infrahumanos. Nunca más volví a ver a mi familia. Todos murieron. Y así, huérfano, me lanzaron con salvajismo a Dachau. La pesadilla parecía no terminar.

Hasta que al fin, en mayo de 1945, volví a nacer, en una soledad indescriptible. Todo había terminado. Todo. Ahora podía dar vuelta la página y sumergir aquel infierno en el río Leteo. Lo único que tenía era mi cuerpo enfermo y desnutrido, mi dignidad y muchos fantasmas. Lo único que deseaba era empezar de nuevo. En Argentina, una tía me esperaba dispuesta a ocuparse de mi humanidad. Sin embargo, sin saber por qué, yo me negué a ir. Y así la vida me llevó a los Estados Unidos. En ese tiempo no pensaba en los porqués. Todo estaba sepultado bajo un manto de sinrazones. Simplemente me decía: «No quiero ir. Punto». Debieron pasar muchos años y muchos divanes para que me percatara del miedo que en aquel entonces había tenido, de enfrentar las preguntas que mi tía podría haberme hecho. ¿Qué pasó con tu mamá? ¿Y con tu papá? ¿Qué, con tus hermanos? ¿Y tus primos? Yo me había negado, tajante, a exhumar esos recuerdos sin lápida.

Recién diez años más tarde logré romper el tabú y emprendí la visita a aquella tía que tanto me había esperado. No hizo ninguna pregunta, no hubo ningún reproche ni lágrimas. La única evocación que trajo fue la de aquel hombre. «Aquí hay un tal Scherer -me dijo ella-, ese hombre que dejó a la familia ¿te acuerdas?» De repente se agolparon en mi mente un cúmulo de imágenes que suponía enterradas. Yo lo recordaba perfectamente. Su rostro. Su historia. Además de mi tía, él era el único testigo que quedaba de todo lo perdido. Y eso me impulsó a encontrarlo. Fue así que hallé a un hombre taciturno, abandonado y casi en la miseria. Vivía en una habitación, solo, sin ayer y sin mañana. Nos saludamos algo cohibidos. Era una gran conmoción encontrar a alguien que hubiese conocido a mi padre y a mi madre. E indudablemente para él también, que yo hubiera conocido a su señora y a sus tres hijos. Nuestras miradas eran esquivas. No podíamos articular palabra. Entre ambos parecía haber un profundo abismo de silencio. Yo tenía mucho para decir. Para preguntar. Y al mismo tiempo no había nada de qué hablar. Porque ¿qué preguntas le iba a hacer? ¿Qué nos podíamos contar, si ya sólo con vernos aparecía lacerante nuestra historia? Nuestro mutismo gritaba el vacío.

Apenas salí de allí, la inmensa congoja que había estado guardada en el fondo de mis entrañas desbordó en un llanto descontrolado. Yo pensaba que nada de lo pasado había subsistido. Pero ese día algo cambió. Yo nunca había derramado lágrima alguna. Nadie conocía mis heridas. Me había encargado de construir un poderoso dique que, durante años, se mantuvo firme, encerrando mis tan dolorosos recuerdos en un lugar olvidado. Este hombre fue el único que me hizo llorar. Y cada vez que lo veía, el llanto me invadía, incontenible, sin palabras. Sólo gemidos sordos resquebrajando mi muralla.

Últimamente recuerdo los nombres de sus hijos: Abrahamek, Yakhna y Raskeh y el de la madre de ellos, Rushka. Era una mujer delgada, baja y se ganaba el pan haciendo ojales. La pila de camisas que llevaba, cada día, sobre su cabeza era más grande que ella. Trabajaba incansablemente. Y tenía a los chicos cuidados, impecables. Los recuerdo a todos vívidamente y cuando los evoco, puedo ver calcada a mi propia familia.

Hoy, después de los tantos ¿porqués? que me he atrevido a formular puedo comprender. Cada vez que veía a este hombre, ese que me hizo llorar, revivía a mi padre y lo volvía a perder. Me veía a mí mismo. Veía al sobreviviente. Cada vez que veía a este hombre, lloraba a mis difuntos. Cada una de las lágrimas que derramé les dio mortaja y los veló. Y hoy, con mis recuerdos, levanto sus lápidas. Los duelo.

* Con la colaboración de Viviana Kahn.

El cardenal habla idish!!!!

La increible historia del cardenal judío de Paris Jean-Marie Lustiger

En Francia habia un chiste que decia:
¿En que se parecen el Rabino y el Cardenal de París?

Que el Cardenal tambien habla idish!……

Jean-Marie Lustiger, en 2003. (Foto: AFP) Lustiger (izqda), junto al Gran Rabino de Francia, Joseph Sitruk, en 1997, en París. (Foto: AFP)

El Cardenal Lustiger – El Cardenal Lustiger junto al Rabino de Paris

El Cardenal Lustiger nació hace 81 años en Polonia. Sus padres judios tenían una tienda de ropas en París.

Cuando el ejército alemán invadió Francia, sus padres lo enviaron a él y a su hermana, con una familia católica de Orleáns, que los escondieron. La madre fue capturada y enviada al campo de concentración de Auschwitz.

En 1999 como Cardenal de Paris, Lustiger, en el Día del Recordatorio del Holocausto en Francia, tomó parte en leer los nombres de los judíos que fueron deportados y asesinados. Cuando llegó al nombre de Gesele Lustiger, hizo una pausa y con lágrimas en los ojos dijo: «mi madre».
El efecto en Francia, en plena época de resurgimiento del antisemitismo fue electrizante.

Tenía exactamente 13 años, escondido de los nazis, cuando se convirtió al Catolicismo, no para escapar de ellos, ya que los judíos no podían librarse convirtiéndose, ni tampoco por razones traumáticas.
Entre sus más controversiales observaciones, manifestaba «que nací judío y permanezco judío, incluso si esto es inaceptable para muchos».

Para mi, manifestaba, la vocación de Israel es traer luz a los no judíos. Esa es mí esperanza y creo que el cristianismo es el medio para lograrlo.

Un gran número de rabinos consideraban su conversión como una traición.

Especialmente después que tantos judíos europeos apenas escaparon a la extinción.

Cardenal Lustiger replicó, que decir que él «no es más un judío, es lo mismo que negar a mi padre y mi madre, a mi abuelas y abuelos … Soy tan judío como todos los otros miembros de mi familia que fueron asesinados en Auschwitz y otros campos de concentración.»

Él le confesó a un biógrafo suyo, que tuvo una crisis espiritual en los años 1979, provocada por el persistente antisemitismo en Francia. Pensó que había terminado lo que tenía que hacer en Francia y que encontraría nuevos horizontes en Israel.
Estudió hebreo y pensó en emigrar. Pero justo en ese momento el Papa lo nombró Obispo de Orleáns.

Él encontró el propósito de ayudar a trabajadores inmigrantes. Luego fue nombrado Cardenal.

Tenia una sólida amistad con el Papa Juan Pablo II. Compartían un conservadorismo doctrinario. Peleaban contra del fanatismo, intolerancia y totalitarismo.

Por años el nombre del Cardenal Lustiger estuvo entre los que eran considerados para suceder a Juan Pablo II.

Muchas veces, el Cardenal bromeaba que pocas cosas habrían confundido más a los prejuiciosos que un papa judío.

«A ellos no les gusta admitirlo, decía, pero la creencia de los cristianos, la obtuvieron de los judíos».

Falleció de cáncer el 6 de Agosto de 2007. El funeral del Cardenal Lustiger comenzó en la Catedral de Notre Dame de Paris, con el canto litúrgico del Kadish, la oración judía para los muertos.

Hay paradojas muy profundas en este mundo.

Pesaj en el Guetto de Varsovia


Los héroes del Ghetto de Varsovia.

El 19 de abril de 1943, la víspera de Pesaj, un grupo de jóvenes se rebelaron inspirados por nuestras tradiciones de libertad, por nuestra salida de Mitzraim. Les habían elegido ese día seguramente sin saberlo los nazis. Esos jóvenes se rebelaron contra las poderosas SS junto con los supervivientes del ghetto de Varsovia. En un mes murieron “con honor”, casi todos aquellos que lograron sobrevivir a tres años de vejaciones y de tormentos en el ghetto más grande de la Polonia ocupada. Fue un acto de desafió de nuestro pueblo para el que ya nunca nada volvería a ser igual y cuya secular capacidad de supervivencia había sido sometida a la prueba terrible del exterminio industrial.

Después de la invasión de Europa por los nazis, nuestro pueblo había sido recluido en ghettos, expresamente construidos para servirnos de prisión y antecámara a la muerte. Esto no era, ni mas ni menos, que la primera fase de aquella solución final hitleriana, que, veinte años antes, había ya anunciado el criminal alemán en su siniestro libro Mein Kampf.

En otoño de 1940, el barrio judío de Varsovia, al oeste del Vístula y de una extensión de 6,5 km, fue cercado por un alto muro protegido con alambrada de espino. Allí fueron depositados casi 443.000 judíos, muchos de los cuales no tenían ni casa ni lazos familiares en la capital polaca. Fueron encerrados en él, aislados del mundo exterior, en espera de un destino que no conocían y poquísimos en el exterior consideraban posible: el exterminio racional, sistemático e industrial de nuestro pueblo.

Los judíos del ghetto, como en otros lugares del Reich fueron sistemáticamente condenados al hambre por sus guardianes y aterrorizados con continuos momentos de violencia indiscriminada con el fin de amedrentarlos. Nuestro espíritu, ya no de resistencia, sino de simple supervivencia era carcomido por los breves y vanos chispazos de esperanza, maliciosamente alimentados por los propios nazis. De vez en cuando, la presión disminuía, se aumentaban las raciones alimenticias asignadas al ghetto (esos días comían) y se veía sonreír a las tropas que los mantenía encerrados. En aquellos momentos de calma se permitía incluso que ciertas noticias tranquilizadoras se filtrasen en el ghetto desde los campos de trabajo exteriores. Por un momento, parecía posible a aquellos seres que, al fin y al cabo, nadie podía ser tan completamente inhumano. Vanas esperanzas para nuestro pueblo que languidecía en un exterminio implacable.

La más eficaz entre todas las técnicas de la guerra psicológica aplicada por los nazis fue la habilidad con que se supieron manejar al Consejo judío. Este era, en definitiva, un organismo político alemán que funcionaba por iniciativa de algunos judíos, impulsados por muy diversos motivos, que iban desde el puro y simple deseo de salvar la propia vida a la esperanza de proteger a nuestra gente, por lo menos en los aspectos más intolerables de la opresión. Se trataba de una misión imposible que desconocían y que se hacía todavía más desesperada y brutal a causa de la misma policía judía, cuyos miembros se veían miserablemente y de manera continua obligados a elegir entre la vida de sus familiares y la de sus vecinos en la subsistencia diaria.

No obstante, incluso en medio de este cuadro de muerte y de enfermedad, del terror, de la corrupción y de las traiciones, las escuelas clandestinas prosperaban, las zonas bombardeadas eran cultivadas como parques, cuatro teatros permanecían abiertos, los músicos daban conciertos y los poetas infundían en sus versos tanta desesperación como imágenes de esperanza; pintores y escultores creaban y exponían obras nuevas, se publicaban periódicos clandestinos y algunos eruditos, como Emmanuel Ringelblum y Jaim A. Kaplan, reunían documentos secretos cobre los sufrimientos que estaba padeciendo nuestro pueblo.

Un anónimo conferenciante definió la situación en la primera de una serie de reuniones culturales clandestinas, del siguiente modo:

«Queremos continuar viviendo y ser un pueblo libre y creador. Por ello resistiremos la prueba de la vida. Si nuestras vidas no se extinguen en un montón de cenizas, será el triunfo de la humanidad sobre la inhumanidad, será una prueba de que nuestra fuerza vital es todavía mayor que la voluntad de destruirnos.»

Pero después de un año de estar encerrados en el ghetto, paralelamente a esta intransigencia intelectual, empezó a formarse el núcleo de la resistencia. En el ghetto, a través de nuevos judíos que eran encerrados y de espías procedentes del exterior de Varsovia empezó a transparentarse la cruda verdad respecto a los campos de exterminio y a la destrucción de otras comunidades confinadas en otros tantos ghettos. Primero las noticias no querían creerse, ¿Quién va a creer que un asesinato industrial es posible? Luego empezó a brotar, en el seno de un exiguo grupo de lo que algunos llamaron al principio «fomentadores de desorden», la convicción de que los alemanes no les ofrecían, en realidad, otra alternativa que la del exterminio.

Algunos grupos juveniles, sionistas de izquierda, tomaron la iniciativa en el transcurso del invierno de 1941. Antes de la guerra, sus miembros ya se habían preparado para emprender una actividad de pioneros en la Palestina Británica –en Eretz Israel- , otros habían luchado en la Guerra de España contra el fascismo. Entre estos organizadores cabe destacar el joven Pinkus Kartin Z»L un ex-miembro de la brigada judía Botwin de las Brigadas Internacionales, aunque contra el fascismo en España luchó con el nombre de Andrezej. Su conciencia nacional y política era precisa y fuerte, habiendo ya rechazado todos los compromisos que inevitablemente estaban vinculados con el exilio judío. Estaban convencidos de que sus ideales debían conducir, lógicamente, a la acción.

El primer impulso les llegó de los miembros del partido comunista, que, como sus compañeros de otros países europeos, con una mano hacían la guerra y con la otra la revolución, pero fueron más allá.

El Bund, el partido socialista judío más importante, vaciló. En un principio, su confianza en la solidaridad de la clase trabajadora le impidió apoyar un movimiento de resistencia exclusivamente nacional judío. Pero en el transcurso del mes de julio de 1942, cuando las cámaras de gas de Treblinka, a pocos kilómetros al nordeste de la capital, humearon iniciando el exterminio en masa de los judíos de Varsovia, el movimiento de resistencia se aseguró la plena adhesión de los movimientos políticos y religiosos presentes en el ghetto en una unidad nacional. Tan solo el grupo nacionalista de los sionistas revisionistas quedó aparte, prefiriendo combatir separado del resto de los otros grupos, bajo la bandera sionista del Irgun Zvei Leumi (Organización militar nacional), ¿Cómo no iba a ser así , si todos éramos judíos? Y ya se sabe, dos judíos tres pareceres. Juntos sí, pero con nuestras diferencias, hasta para afontar la muerte.

Las deportaciones masivas se iniciaron el 22 de julio de 1941, la víspera de Tisha B’Av (9 de Av) de 5702 , en el que nuestro pueblo llora la destrucción de los dos Templos de Jerusalem y la pérdida de la independencia frente a los romanos, la expulsión de Sepharad y tantas otras cosas malas que la Historia nos ha deparado. Seis días después de esta triste jornada, se constituyó la organización combatiente judía, que pronto fue puesta al mando de Mordejai Anielevvicz; un joven de veintitrés años, miembro del movimiento sionista de izquierda Hashomer Hatzair. Hijo de padres pertenecientes a la clase obrera, había asistido a la escuela superior judía de Varsovia, y a principios de 1942 fue enviado fuera del ghetto para averiguar la situación existente en Silesia.

Entre el 22 de julio y el 3 de octubre más de 300.000 judíos fueron deportados de la capital polaca vaciando el ghetto. Cuatro quintas partes de ellos a los campos de exterminio de Treblinka y el resto a los campos de trabajos forzados. Jaim A. Kaplan, antiguo director de una escuela judía, llegado cuarenta años antes a Varsovia desde Rusia, describe en su Diario los métodos brutales de las redadas diarias y el pánico que estas suscitaban:

”El ghetto se ha transformado en un infierno. Los hombres son como bestias. Cada uno se encuentra a un solo paso de la deportación; se caza a las gentes en las calles, como si se tratase de animales en la selva. Y precisamente son los hombres de la policía judía los más crueles con los condenados. A veces se cerca una sola casa; a veces, una manzana entera. En cada edificio destinado a ser destruido se realiza primero el registro de los pisos, pidiendo a todo el mundo la documentación. Al que no posee documentos que le den derecho a permanecer en el ghetto, ni el dinero necesario para corromper a los esbirros, se le obliga a meter sus enseres en un paquete de quince kilos como máximo y se le empuja al camión que espera ante la puerta.
Cada vez que se cerca una casa suceden al cerco increíbles escenas de pánico. Sus habitantes, que no tienen documentos ni dinero, se esconden en alacenas, bodegas y buhardillas. Cuando existe posibilidad de pasar de un patio a otro, los fugitivos saltan por los tejados, incluso con riesgo de su vida. Mas todos estos sistemas sirven tan sólo para retrasar lo inevitable, y, al fin, la policía acaba por prender siempre a hombres, mujeres y niños. Los indigentes y aquellos que han perdido cuanto tenían, son los primeros en ser deportados. El camión se llena en un momento. Es difícil distinguir a una persona de otra: la miseria les hace a todos iguales. Sus gritos y gemidos destrozan el corazón.
Los niños, en particular, lanzan gritos desgarradores. Los viejos y los hombres de mediana edad aceptan la condena en silencio y permanecen de pie, con sus pequeños paquetes bajo el brazo. Pero el dolor y las lágrimas de las mujeres jóvenes no reconocen límite. A veces, una de ellas intenta liberarse de las manos que la tienen agarrada y entonces se inicia una lucha terrible. En estos momentos, el horror de la escena llega a su cumbre. Ambas partes luchan hasta el final. De una parte, la mujer, con el cabello revuelto y la blusa desgarrada, lucha con todas sus fuerzas contra aquellos verdugos, intentando escapar de sus manos. De su boca sale un torrente de imprecaciones rabiosas y toda ella parece como una dona dispuesta a matar. De la otra parte, dos policías la empujan par los hombros hacia la muerte.»

Estas deportaciones tuvieron sus héroes… quizás donde hubiera sido menos lógico esperarlo: por ejemplo, Adam Czerniakow, el ingeniero presidente del Consejo judío, quien, antes que firmar el decreto de expulsión, se envenenó; y el doctor Henryk Goldsmidt, decidió morir con los niños de su orfanato aun cuando los alemanes le habían ofrecido la salvación. Era en vano.

Las deportaciones a Treblinka se suspendieron entre el 3 de octubre de 1942 y enero de 1943. Pero ahora los jóvenes judíos con el espiritu de Pesaj sabían ya que el encuentro decisivo era tan sólo cuestión de tiempo. Habían adquirido armas con la ayuda de agentes que entraban y salían, furtivamente, en el ghetto, a lo largo del alcantarillado, y que se mezclaban con los grupos destinados a efectuar los trabajos de sepultureros y que por ello tenían permiso para traspasarlos muros para llegar al cementerio judío. Así se constituyeron y adiestraron veintidós grupos de resistencia.

La primera confrontación armada se produjo el 18 de enero, nueve días después de haber visitado Himmler el ghetto y de ordenar la reanudación de las deportaciones Después de cuatro días de lucha, las SS, que se habían dispuesto a cercar a los últimos 60.000 0 70.000 judíos que aún permanecían en el ghetto, se retiraron. Las fuerzas del joven Anielewicz habían superado el bautismo de fuego y todo estaba ahora dispuesto para la sublevación masiva.

El 16 de febrero, tras una resistencia a las deportaciones por parte de los judíos, Himmler decidió que el ghetto fuera destruido. Dos meses más tarde, mandó de Grecia, para dirigir la operación, al teniente general Jürgen Stropp.

A primeras horas del 19 de abril, víspera de la Pesaj (Pascua judía); la fiesta en la que se conmemora la salida y el fin de la esclavitud en Egipto y nuestra afirmación como pueblo, el ghetto fue cercado. La organización judía de combate declaró entonces el estado de alarma. De los preparativos del Seder se pasó a la alerta. Y poco después, a las 6 –cuando los últimos judíos del Ghetto se preparaban para el Seder- las SS hicieron su aparición, iniciándose con ello la «acción en amplia escala» de Jurgen Stropp.

Con gran estupor por parte de los alemanes, su primera tentativa de penetración fue rechazada por un nutrido fuego de armas de pequeño calibre, granadas y bombas caseras, tan rudimentarias que podían encenderse con un fósforo. Un carro de combate fue incendiado por un grupo de veinte personas -hombres, mujeres y niños que se sabían muertos- y los alemanes tuvieron que retirarse. Por primera vez en mucho tiempo, en el bando judío reinaba un ambiente de gran alegría. La alegría que da sentirse libres. Y, sin embargo, pocos, entre los judíos del ghetto, se hacían más ilusiones que ser ejemplo. Sabían, desde luego, que no podrían vencer; pero estaban decididos a vender cara su, por fin recobrada, esperanza de libertad.

A las 8, Stropp asumió personalmente el mando de la operación, dividiendo sus faenas en pequeños contingentes y asignándoles la misión de barrer completamente el ghetto. Muy pronto nuestro pueblo se vió obligado a retirarse de los tejados y de los pisos superiores de las casas. Así pasó el primer día de Pesaj y el segundo, entre fuego, disparos y francotiradores. Al tercer día, ya en Jol Hamoed, la resistencia se había concentrado en las esquinas y en los bunker de la plaza Muranowsky.

Una complicada red de trincheras y de pasos subterráneos se había dispuesto en el transcurso del otoño e invierno. Los bunker fueron hábilmente adaptados para poder hospedar a familias enteras, con reservas de alimentos y de municiones y con rudimentarios aseos. En su informe cotidiano a sus superiores, Stropp se expresaba tristemente de este modo:

«Descubrir los refugios individuales es extremadamente difícil, por cuanto han sido enmascarados muy hábilmente; en muchos casos sólo es posible por la traición de otros judíos.»

Stropp concentró todos sus esfuerzos en dirección a los antiguos establecimientos alemanes, transformados ahora en importantes centros de resistencia y de abastecimiento. Llegó a la conclusión de que su plan no podía realizarse si no se destruían tales puestos. En su interior halló un estado de «caos indescriptible», situación cuya responsabilidad cargó a los dirigentes civiles y al Ejército, incluso a sus propias SS.

«Todo estaba en manos de los judíos, desde las sustancias químicas empleadas para la fabricación de explosivos, hasta los vestuarios y equipos destinados a la Wehrmacht. Los dirigentes sabían tan poco de sus propias fábricas, que los judíos estaban en situación de producir armas de todas clases. Además, éstos habían conseguido organizar en el interior de estos lugares centros de resistencia. Los dirigentes de los establecimientos, cuya actividad era regulada por un oficial de la Wehrmacht, casi nunca podía decir con precisión a cuánto ascendía el número de su gente ni dónde se las encontraba. Las declaraciones de estos dirigentes, relativas al número de judíos que trabajaban en sus establecimientos eran siempre imprecisas.»

Pasadas las primeras dos semanas, Stropp se dio cuenta de que cada vez era más difícil aniquilar a los judíos. Su desprecio inicial por ellos, a los que designaba como «cobardes por naturaleza», se transformó gradualmente en un rabioso respeto.

«Una y otra vez grupos de combate formados por veinte o treinta o más judíos, de edad comprendida entre los dieciocho y los veinticinco años, y acompañados por un número semejante de mujeres, encendían nuevos focos de resistencia. Estos grupos tenían orden de resistir con las armas hasta el fin, y, si era necesario, debían evitar caer prisioneros suicidándose. Uno de estos grupos, saliendo de una alcantarilla, logró apoderarse de un camión y huir en él.»

La resistencia opuesta por nuestro pueblo y por un puñado de guerrilleros polacos, que les apoyaban desde el exterior del muro, era tan eficaz que Stropp debía mantener en acción a sus patrullas de asalto veinticuatro horas al día, «enérgicamente y sin tregua. Pero Himmler empezó a revelar cierta impaciencia y Stropp se vio de pronto obligado a adoptar una política de destrucción total.

«Uno tras otro, los establecimientos fueron sistemáticamente evacuados y en seguida incendiados. Por lo general, los judíos abandonaron sus escondrijos y refugios. No obstante, en algunas ocasiones permanecían en los edificios incendiados hasta que, impulsados par el calor de las llamas y por el temor de abrasarse vivos, preferían arrojarse desde los pisos más altos, después de lanzar a la calle colchones y otros objetos que pudieran amortiguarla caída. Entonces, y aun con las naturales fracturas, intentaban cruzar la calle para llegar a lugares todavía no incendiados o sólo parcialmente en llamas.»

También en las cloacas, donde se escondían muchos judíos, la vida se hizo cada vez más dura, sobre todo después de las tentativas de los alemanes de ahogarles allí mismo, abriendo las válvulas de descarga del alcantarillado general de Varsovia. Gradualmente, uno tras otro, los bunker fueron barridos y destruidos por los ingenieros de la Wehrmacht, que empleaban bombas lacrimógenas y explosivos. El 8 de mayo el subterráneo que albergaba al Estado Mayor judío (que orgullo poder decir este nombre) -bajo el número 18 de Vía Mila- fue bloqueado y sometido a un intenso bombardeo de granadas de mano. Allí pereció Mordejai Anielewicz Z’’L con ochenta de su compañeros. Y con ello la rebelión terminó.

Toda forma de resistencia organizada acabó el 16 de mayo, a las 20,15 horas, con la significativa demolición de la sinagoga. Algunos judíos que sobrevivieron lograron huir a través de las cloacas y unirse a los partisanos polacos. Pero todavía en pleno mes de julio los alemanes se hallaban ultimando las operaciones de limpieza. Stropp registró la muerte de unos 56.000 judíos durante la rebelión. Unos 7.000 resultaron muertos en combate y un número análogo fue enviado a Treblinka. Se calculó que otros 5.000 o 6.000 murieron a causa de las explosiones y de los incendios; el número exacto de lo cadáveres bajo los escombros en imposible de calcular y desde luego los nazis no se preocuparon por ellos.

En el transcurso de la rebelión, el partido socialista polaco de Varsovia proporcionó a los combatientes judíos un número limitado de armas. Sin embargo, ninguna respuesta se recibió a la demanda de ayuda cursada al ejército clandestino polaco, del general Tadeuz BorKmorowski. En Londres, después de largas semanas de conversación, el primer ministro polaco, general Sikorski, lanzó una llamada general a los polacos que se encontraban en su patria para que ayudasen a los insurgentes judíos. Pero ya era demasiado tarde.

En efecto, dos días antes, Stropp había comunicado orgullosamente: El ghetto de Varsovia ya no existe. Su comunicado terminaba con este prosaico epitafio: Con exclusión de ocho edificios (alojamientos para la policía, hospital y alojamiento reservado para la guardia de las fábricas) el ex ghetto está totalmente destruido. Sólo algunos muros contra incendios quedan en pie y ello únicamente en los casos en que no ha sido necesaria la demolición con explosivos. Pero las ruinas contienen todavía una notable cantidad de piedras y materiales de desecho que podrían ser utilizables.

Esta es la historia de la muerte del Ghetto de Varsovia, pero también de nuestra victoria en ser libres una noche de Pesaj. En el pasado, los notables judíos usaban sus influencias para frenar alguna medida antijudía o moderarla. No siempre tuvieron éxito. Por ejemplo, Don Isaac Abrabanel, el influyente judío en la corte de España, no pudo hacer cambiar la orden de expulsión decidida por los reyes católicos. La historia registra generalmente los triunfos, no las derrotas. El ghetto fue una experiencia totalmente nueva. Sólo el nombre era igual. Todo lo demás era totalmente distinto. Los líderes de los ghettos bajo el dominio nazi, trataron desesperadamente que éstos perduraran, de que sobrevivieran la mayor cantidad de tiempo posible. Tal vez, la guerra se terminaría -y terminó-, Hitler sería derrotado -y lo fue-, y lo vivido sería recordado como una terrible pesadilla. Y es nuestro deber guardar memoria de ello por cada una de las generaciones. No pudo ser la libertad para ellos. El ghetto de Varsovia no duró siquiera tres años enteros; pero de las antiguas piedras se alzaron nuevamente las cuatro preguntas en esa noche Pesaj de 5703 entonadas seguramente por alguno de los pocos niños que quedaban vivos:

ma nishtaná halaila hazé micol haleilot
shebejol haleilot anu ojlin jametz umatzá, halaila haze culó matzá

ma nishtaná halaila haze micol haleilot
shebejol haleilot anu ojlin shear ierakot, halaila hazé culó maror

ma nishtaná halaila haze micol haleilot
shebejol haleilot ein anu matbilin afilu paam ejat, halaila hazé shetei peamim

ma nishtaná halaila hazé micol haleilot
shebejol haleilot anu ojlin bein ioshvin ubein mesubin, halaila haze culano mesubin

¿Por qué es esta noche diferente al resto de las noches?

Y al final de ese Pesaj tan cruel vendría el orgullo de ser libres. Y esa noche sería diferente, ciertamente… y a partir de ella ninguna noche sería igual.

Quedaron las cuatro preguntas y la certera respuesta de que nunca más los judíos volveríamos a agachar la cabeza ante los que no nos consideraban y aún nos consideran ni tan siquiera seres humanos.

Adaptado por Es-Israel.org de “Los ghettos bajo el dominio nazi” Ediciones Tarbut y otros textos y páginas de Internet.

¡AM ISRAEL JAI!

La foto es de Aba Kovner y los partisanos de Lituania.

Fuente: http://www.herutx.blogspot.com/

Roban el letrero del campo de Auschwitz

BBC Mundo 18/12/09

Letrero en la entrada de Auschwitz.

El lema «el trabajo nos hace libres» en alemán coronaba la entrada del campo de concentración de Auschwitz.

El letrero de metal con la inscripción «Arbeit Macht Frei» («El trabajo nos hace libres») que colgaba a la entrada del campo de concentración de Auschwitz fue robado este viernes. El Memorial del Holocausto en Israel lo consideró una «declaración de guerra».

Este campo nazi en el sur de Polonia, que presenció la muerte de más de un millón de personas -el 90% judíos- durante la Segunda Guerra Mundial, es ahora un museo.

Un miembro del museo de Auschwitz, Jarek Mensfelt, le dijo a la BBC que el robo constituía una profanación al lugar donde murieron cientos de miles de judíos, gitanos y otros pueblos perseguidos por los nazis.

Este hecho constituye una verdadera declaración de guerra, cometido por individuos cuya identidad desconocemos, aunque supongo que se trata de neonazis animados por el odio contra los extranjeros

Avner Shalev, presidente del Memorial del Holocausto de Jerusalén

La inscripción en fierro forjado no era difícil de desenganchar desde lo alto de los portones, pero se requería cierto conocimiento técnico para llevar a cabo el cometido. Según Mensfelt se trató de un operativo deliberado y organizado.

El vocero aseguró que el letrero es fácil de reconocer y que por ello sería difícil de vender. Una réplica, construida en los talleres del museo, cuelga ahora de la entrada del antiguo campo de concentración.

La policía no sabe quién realizó el robo, pero dice tener algunas teorías que desea mantener en reserva.

Los guardias aseguran que el letrero desapareció entre las 3:30 y las 5 de la mañana.
«Acto abominable»

El gobierno de Israel condenó el hecho a través de su ministro de Desarrollo Regional, Sylvan Shalom, quien aseguró que se trata de un «acto abominable que remite a la profanación» y que resulta «un nuevo testimonio del odio y la violencia contra los judíos».
Primera vez

Esta es la primera vez que el letrero, realizado por prisioneros polacos, es robado desde que fue colocado en 1940.

En tanto, el presidente de Memorial del Holocausto, Avner Shalev, aseguró que el «hecho constituye una verdadera declaración de guerra, cometido por individuos cuya identidad desconocemos, aunque supongo que se trata de neonazis animados por el odio contra los extranjeros».

La sustracción de la inscripción se produce sólo días después de que el gobierno alemán prometiera US$86 millones para un fondo destinado a preservar el campo.

Más de un millón de personas visitan el museo de Auschwitz cada año.

Fuente: http://www.bbc.co.uk/mundo/cultura_sociedad/2009/12/091218_0846_auschwitz_letrero_pea.shtml