jaime naifleisch
El Hombre nombra. Se estima que aún son millones las especies de la flora y de la fauna que no ha incorporado subjetivamente al mundo, que «no ha descubierto», esto es, que no ha nombrado. Aunque objetivamente esas honduras marinas abisales, esas forestas cerradas, sean ya parte del mundo. Toda vez que el mundo es creatura del Mercado y es éste ya mundial, con sus límites coincidiendo con los del planeta… Todo tipo de ondas y sustancias producidas reptan y se infiltran hasta lo inimaginable. Y desbordando hacia el espacio exterior, donde llegan si no sus manos sí artilugios que su mano ha obrado.
Pocas actividades humanas más lejos de la noción de criterio, de Razón, más lejos de lo universal, que la nominativa. Puro capricho es la norma. Rara vez se verifica que el nombre de la cosa esté contenido en ella, haya brotado de ella revelándose al Hombre, que la llamará de cualquier modo.
La etimología auxilia, sabemos que decimos tal para dar nombre a algo, porque un día, o en la lengua que nos prestó la palabra se decía tel o til. Y poco más.
La pereza intelectual ha vencido a la curiosidad, la maravilla, y abundan nombres burdos incluso para lo que tenía ya otros que cabe considerar más apropiados. O quizás no más apropiados, pero sí menos bobos. ¿A quién se le ocurre llamar piña al fruto que los que vivían con él llamaban ananás o abacaxí? ¿cuál es la relación entre el fruto duro, seco y este que rezuma jugos y ternuras?
Cabe buscar el tortuoso sendero del que llamó piña al ananás para trazar un perfil de quien iba a apoderarse de todo, y legislar, gestionar, administrar, mandar sobre los seres y las cosas, disfrutar de ellos. ¿Ese? pues sí, ese que descerrajó el estúpido nombre al maravilloso fruto. ¿Hay que sorprenderse luego del resultado de su trabajo, de lo que hizo con el honor que la fuerza le confirió de dirigir los destinos colectivos?
En una fase acelerada de ese proceso de mundialización del planeta, que es eje de la historia humana, un sabio sueco, Carl Nilsson Linaeus o, latinizado, Carolus Linnaeu o Carl von Linné, o Carlos Lineo, 1707-1787, ideó la nomenclatura binómica, en el espiritu de la Enciclopedia, para organizar y clasificar el fastuoso mundo de las plantas y los animales que pueblan la Tierra. Seres cuyas especies –que el Hombre integraba a gran velocidad en el mundo-uno– recibían mil y un nombres distintos según la comarca en que tuvieran su habitat: todas y cada una tendrían un nombre, además, de los que hubiese recibido en las generaciones y las distancias. Un nombre, en lengua latina, por el que cada una sería reconocida inequívocamente por todos en el mundo entero, aunque en casa se las conociera por el particular, que no hay razón para su olvido.
No fue el de Linneo un manotazo totalitario destinado a abrogar las culturas, las lenguas, dando un nombre único a la experiencia humana.
Gigantesco aporte a las lenguas fue, al conocimiento, a la procura de la verdad. En la antípoda de lo obrado por aquél primario que vio el abacaxi y con la boca llena se puso a gritar ¡piña. piña! como si se tratara del caudillo Berlusco chillando «¡bunga, bunga!»
El Hombre siempre quiso nombrar y lo consideró necesario, al punto que atribuyó a la divinidad el mandato. Los libros que compilados siglos después forman la Torá, tenían ciertamente un nombre, tomado de la frase que lo inicia. Bereshit, En el principio, que los griegos llamaron Genesis, es el primero de ellos. Un relato maravilloso que los escribas ofrecieron a su gente para que tuviesen a su disposición algunas preguntas y respuestas capaces de inteligir, sobre el origen de lo real, de los seres vivos –incluyéndolo a él mismo– y de todo lo que él ve cuando dirige la mirada: el cielo, el mar, el bosque. Y la oferta, que incluye variantes fundando la noción de interpretación, y conscuente libertad de interpretar, refiere también a la labor de nombrar:
«YHVH, pues, formó de la tierra todos los animales del campo y todas las aves del cielo, y los trajo al hombre para ver cómo los llamaría. Lo que el hombre llamó a los animales, ése es su nombre.
El hombre puso nombres a todo el ganado, a las aves del cielo y a todos los animales del campo. Pero para Adán no halló ayuda que le fuera idónea.
Entonces YHVH hizo que sobre el hombre cayera un sueño profundo; y mientras dormía, tomó una de sus costillas y cerró la carne en su lugar.
Y de la costilla que YHVH tomó del hombre, hizo una mujer y la trajo al hombre.
Entonces dijo el hombre: “Ahora, ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada Mujer, porque fue tomada del hombre.”
Por tanto, el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, y no se avergonzaban».
Este párrafo es parte del inicio. Dar nombre a los seres y las cosas cuenta como tarea inicial, fundacional, al nivel de la mismísima creación de todo, y en él, del hombre y la mujer. Ignoramos qué significa ishá, «mujer», qué significa ish, «varón», antes de ser nombres de la mujer y del hombre. Pero sin duda significaban, en la conciencia del real, algo muy preciso. Se deduce de la preocupación de los escribas por el acto de dar nombre.
Izquierda y derecha, tanto más recientes, deberían así mismo significar algo, antes de simplemente designar a los partidos que en estos dos siglos han gobernado los seres y las cosas en Occidente.
Pero no, nada izquierdista o derechista están contenidos en esos nombres. De todos modos no los envuelve enigma alguno, como en el caso de ish e ishá. A la izquierda y a la derecha del hemiciclo donde se celebraraban las sesiones de la Asamblea, vistos desde la perspectiva del presidente, se sentaban los diputados de los partidos que debatían sobre los quehaceres de la política que merecían los franceses en esos tiempos de revolución. Sin ánimo de bromear, igual podrían haberse llamado guitarra y zapato, si hubiese habido españoles a un lado, y gentes bien calzadas al otro, y ser «guitarristas» los fieles del SPD alemán y «zapateristas» lo que siguen a José María Aznar. Tiene más sentido que en Colombia llamen «pianista» a cierto ladrón que jamás vio un piano… pero que mueve con habilidad de pianistas los dedos con los que va a apoderarse de la cartera de un incauto. Sí, el que imaginó este nombre, es un par de los que escribieron la Biblia, de Linneo, pero un adversario de los que llamaron «piña» al jugoso ananás, o llaman «matrimono» a la pareja de hecho no compuesta por un varón y una mujer, sino por dos varones o dos mujeres, u otros.
Como quiera que sea esos nombres de izquierda y derecha acabaron por identificar, a una con la procura de justicia –como proclama la Torá ¡justicia, justicia perseguirás! ¡para vivir!–, de la protecció colectiva del más débil (la viuda y el huérfano, en tiempos de las Escrituras), y de la abolición de la desigualdad (sociedad sin clases) que, en el mejor de los casos (¡!) los recorta a todos a fin de que adquieran la altura del más enano, y en el peor hace iguales a todos… menos a una casta reducida.
Y a la otra como defensora de la libertad individual en el reconocimiento de la «natural» desigualdad, que parte del respeto a la desigualdad de la propiedad que detentan los individuos. Lo que acaba siendo la libertad del zorro en el gallinero y el lema ¡que se cuide el comprador!» que preside a toda infección empresarial mafiosa. Una libertad de privilegiados que vive hoy su apoteosis en los Golpes financieros y el pillaje político de derechos adquiridos, con los que se acelera la más terrible desigualdad entre pueblos y entre segmentos de población en todos ellos.
Más o menos así se han vendido en dos siglos las derechas y las izquierdas, coprotagonistas de la decadencia civilizatoria occidental. Al fascismo, grotesco remedo de socialismo stalinista sin socialistas, a su desborde en el nazismo racista, y a la actual pinza entre nazis islamistas de la yijad y ultra avaros destructores de factura neoliberal –que arrebatan la riqueza a las naciones y a los individuos no cooptados– los dejamos para otra ocasión, fuera de las derechas civilizadas, como dejamos fuera de las izquierdas a los kampucheanos de Pol Pot o coreanos de Kil Il Sng & dinastía. Tendencias estas inscritas en la más feroz antiutopía.
Las derechas liberales evocan a Thomas Jefferson, uno de los cuatro padres de la Constitucion de los EEUU, que defendió la «ley natural» de la desigualdad, en un país ubérrimo, enorme, despoblado, en pleno inicio de la expansión, donde se podía soñar con una sociedad de granjeros propietarios, como los socialistas utópicos (premarxistas) podían con una sociedad
de falansterios y comunidades austeras ante el fracaso radical de los modelos establecidos en Europa, donde el producto del saqueo colonial y el trabajo esclavo campesino se traducía en el más obsceno despilfarro.
Pero «olvidan» esos jeffersonianos que el maestro hizo algo más que soltar frases que hoy pueden ser esgrimidas como consignas en favor, al fin, de los más fuertes.
Veamos que dice este magister del liberalismo, que no del socialismo:
“Cuando en un país hay tierra inculta y pobres sin empleo, está claro que las leyes de la propiedad se han extendido tanto que han violado el derecho natural». Y «Otro medio para reducir silenciosamente la desigualdad de la propiedad consiste en eximir de impuestos a todos los que estén por debajo de un límite determinado y gravar con impuestos las proporciones mayores de propiedad en progresión geométrica a medida que crecen», escribe en una carta a James Madison, con fecha 25 de octubre de 1785, donde relataba su visión de la Francia Absolutista y proponía reformas para paliar el hambre y la pobreza.
¿Qué nombre le ponemos a Jefferson? ¿Era de izquierdas? ¿de derechas? Las cosas han caído tanto que publicar y salir a vender copias de la Declaración de Independencia en Central Park o a la puerta de un casino de Las Vegas, conlleva el peligro de ser agredido con la Patriot Act –la ley que emana de los atentados del 11 de septiembre contra el terrorismo. Y tanto más si consolidadas con el ideario del prócer.
Yo propongo una mirada antropológica que nos retire del frasco en el que todos estamos enfrascados, el frasco con etiqueta, en la que el nombre, vuelto marca, hace las veces de reliquia santa vaciada de cualquier contenido.
Me niego, por ejemplo, a reconocer la condición de izquierda, socialista, comunista a todo quisque que ostente la etiqueta. Corrían los 60 cuando decía «Brezhnev es quien tiene que demostrar que es comunista, no yo que no lo es». Hoy, cuando el PSOE gestiona como gestiona dicen sus amigos y sus enemigos que es socialismo… porque el presidente se dice socialista. Y eso basta, para defenderlo…y para convocar al odio al socialismo, es igual.
¿Quién más que los dirigentes del Mercado Internacional llamaba socialista o comunista a la URSS, con su Mercado relativamente autárquico, su Economía de guerra sostenida por el sobretrabajo, el subconsumo, y el miedo a la policía, su capitalismo burocrático de Estado stalinista? El enemigo era quien nombraba socialismo a lo que allí regía, y le daba su legitimidad. De modo complementario las miserias y los espantos de «Occidente» se atribuían en el Este… a la democracia.
El cataclismo geopolitico de los 90 que dejó al Mercado autárquico COMECON en manos del Mercado Internacional, dando una colosal vuelta de tuerca al multimilenario proceso de globalización con la fundación del Mercado Mundial, proporcionando emocionado amor entre los anticomunistas por el FSB, como si no fuese la vieja y denostada KGB con otro nombre ¿no nos ha curado de espanto ante las trifulcas verbales, nominativas, en las que entramos al trapo como toros ciegos?
Detrás del nombre de la izquierda y la derecha sólo hubo una locación, luego el equívoco, y así pudimos llamar al XX Siglo del Equívoco. Decenas de millones murieron detrás de las banderas de quienes los parasitaban. ¿Que nada importa, que todo es igual, es la enseñanza que nos deja?
¿Y si comenzamos por asistir a la cancha, o la emisión televisiva con ánimo y actitud de disfrutar del fútbol, de las buenas jugadas, reconociendo penalties y fuera de juego sin importar el nombre de los actores?
Esto no es igual que no preferir la victoria de uno u otro equipo. Las condiciones de la vida social, de la marcha real de la sociedad, nos exigen tomas de partido ¿por eso, por el nombre de los partidos, que chillamos contra las tropelías y latrocinios de unos y nos hacemos los idiotas ante las de los otros? ¿O lo mejor es decir «que se vayan todos» y tan tranquilos?
Releamos la Historia y veamos quiénes abogaron por la justicia posible, por la libertad del individuo en el colectivo libre, por la contención de la atroz desigualdad, por la protección de los más débiles… y luego pongámosles nombre. Dejemos de hacerlo al revés. Veamos a los Hombres en sus esfuerzos, en sus limitaciones, veamos qué intentan, y luego apoyémoslos o no, no según los nombres que se adjudican, o que otros les asestan o atribuyen.
Es del Hombre que se trata, no de clubes o partidos. ¿Estaba González a la izquierda de Suárez? ¿Era socialdemócrata Massera como pretendía? ¿Es saludable y natural el producto que nos venden, porque eso dice la etiqueta?
Estoy harto, y no es de hoy que, fuera de los judeófobos obviamente, el genocidio nazi de los europeos acusados de ser judíos… sea cosa de judíos. «Cómo debes estar sufriendo» me dijo amorosamente una pareja, cuando veíamos juntos Shoá, de Lanzman. «Murieron judíos e inocentes» soltó un tarado, micrófono en mano, ante las ruinas humeantes de la AMIA.
Prácticamente a patadas me echaron de una marcha de decenas de chicas bravas un 8 de marzo en que habiéndomelas encontrado me uní a ellas. Las obreras huelguistas quemadas en el incendio de una fábrica textl de Nueva York, en 1857, o las afiliadas al sindicato de costureras de la compañía textil de Lower East Side, de Nueva York, que reclamaban una jornada laboral de sólo 10 horas, que están en el origen del Día de la Mujer Trabajadora, les patearían el culo a estas genderistas ignorantes de la estupida progresía basura. Si alguien pretende que odie y desprecie a todo musulmán, por lo que su nombre implica, y que no vaya al cine con Q, ni me acueste con L, ni le envíe este texto a A, lo tiene claro. Que me niegue a chapurrear alemán, regalándole graciosamente a los nazis esa lengua hermosa y potente –que tanto maltrataron y maltratan– o que apruebe a quien siendo español de Euskadi o Cataluña renuncia y repudia el castellano… no son actitudes ni conductas, ni guardan significados y valores, que merezcan el menor respeto. Secondo me.
Las experiencias de los Hombres deben ser puestas a trabajar, todas las verdades eternas merecen ser revisadas por verlas en su vigencia actual, Lo contrario no es sino guardarlas en un relicario, como se guarda la Declaración de Independencia de los EEUU, o el bello nombre de Boca Juniors que fue el de un impulso asociativo, deportivo, vecinal, integrador, antes de ser el de una mafia.
Sabemos que actúan entre nosotros Hombres –hombres y mujeres– perversos, que medran perjudicando a otros, o cosechando delicioso acíbar de la desgracia ajena.
Narcotraficantes, prevaricadores, traficantes de armas, tratantes de niños y jóvenes mujeres para la esclavitud sexual, mentirosos de a tanto la falsía entre los prostituidos escribas que ofrecen un relato de lo real, torturadores y asesinos, destructores del ecosistema y de la salud de los seres…
Aquellos que dijeron Lo que el hombre llamó a los animales, ése es su nombre, sabían lo que decían. Pero no esperaban la falsificación. Descubrimiento de los peores
El hombre está condicionado por el nombre que llevan las cosas, y los otros, y el mismo. Sabe que hay nombres peyorativos y meliorativos. Los peores lo aprendieron.
¿Podría el político criminal que ansía arruinar un país para engordar sus cuentas bancarias, confesar «voy a bombardear Belgrado porque me da la gana y me dará ganancias? ¿Cómo no entender que a esa agresión antihumana la llamara «guerra humanitaria»?
El oxímoron sorprende un poco, pero enseguida halla lugar en el contexto: el otro no puede nombrar, los medios que reproducen y propagan las palabras, se cerraron para ellos. En las Redacciones se acumulan los peyorativos que se refieren a él, y hasta el que tiene mil experiencias que le enseñan que cuando dos disputan la verdad puede estar repartida, acaba aceptando el varapalo totalitario que allí mata y rompe para someter, y aquí somete sin esfuerzo alguno. Bastó con poner el nombre «humanitario» a la barbarie, y con no dejar al otro que dijese «esta boca es mía».
El bombardeo fue precedido por un cambio en la percepción. Y para esto, en un saqueo de las lenguas y sus sustancias. Es tarea que no admite dilación, todo se pudre. Recoger y guardar el nombre verdadero de los seres y las cosas, liberarse del nombre cuando esclaviza, confunde, y queda reducido a la condición de arma arrojadiza.
Incluso cuando uno de los arrastrados al crimen que destruía Yugoslavia, el premier italiano D´Alema, sopló sobre los que aullaban «piña, piña», derribándoles el castillo de nombres falsos («naciones cristianas entregando a una de ellas al Islam», dijo), las gentes a las que YHVH adjudicó el poder y el deber de dar nombre, de entenderlo, de atenerse a él, hundieron sus jetas en el ombligo, se pusieron a pensar en la conservación del empleo, y la maldita hipoteca, y se entregaron a la función coreana (de coro y de súbdito de Kim Il Sung): ¡humanitaria, humanitaria, guerra humanitaria! ¡pasen y traguen, ciudadanos!
El papa Dámaso, luego san Dámaso, felicitó a Jerónimo, luego san Jerónimo, porque había conseguido que su versión latina de la Torá («Antiguo Testamento») no se pareciera al original hebreo. Eran muchos los que querían saber qué decía aquel libro que había sido de Jesús, circulaban muchas vulgatas (versiones populares en latín tomadas del griego) y resultaba en extremo peligroso. Podía leerse «no llamarás señor sino al Señor», «el séptimo día descansarás, tu, tu mujer, el que trabaja para tí, el forastero que mora en tu casa, tus animales y herramientas de labranza, y hasta la misma tierra», «no adorarás representación alguna de Dios»… cuando en el 325 Roma había declarado al cristianismo salido de Nicea, religión oficial y única autorizada del imperio y ya estábamos en el 386.
Y las gentes se resistían a aceptar sin más el producto del corte epistemológico que realiza ese concilio fundacional por el que los cristianos dejaban de ser parte de la judeidad –los iudeos en christos— y la ecclesia dejaba de ser una red de comunidades de Hombres libres para convertirse en institución del imperio, homogeneizada, jerarquizada— dueña de todos los nombres y el derecho de nombrar.
Y pasaba a ser judeófoba, iniciando centurias, por el pecado de los judíos que no reconocen en Jesús al cristo, al mesías, anunciado en la Torá, el que vendría a liderar a todos los justos en la batalla final contra la injusticia, por la justicia universal… cuando hubiese suficientes justos.
La protesta de los cristianos ante el corte fue mayúscula. De ahí la locución «se armó la de Dios es Cristo», que aún se usa, causada por la nueva ideología trinitaria (Dios es tres pero es uno) que, de un plumazo sacaba a la interpretación helenística, platónica, del judaísmo –una entre tantas– del monoteísmo.
Aquellos cristianos no tragaron sin esfuerzo lo que éstos, que aceptan lo de la guerra humanitaria, sin ir más lejos. La Vulgata de Jerónimo no puedo ser versión oficial, hasta pasado un milenio largo, cuando Roma tuvo que presentar una alternativa a la traducción de Lutero, que si se parecía al original, y se desempolvó aquella. Para entonces ¿cuántos conocían el original?
Mucha agua, y sangre, lágrimas, sudor, han corrido desde entonces. Muchos conocimientos técnicos pensados por Hombres libres para hacer más libres a los Hombres, como la Psicología, la Electrónica, la Historia, para que los nombres de las cosas, de todas y cada una, encierren la posibilidad del engaño, y la sumisión barata a lo peor. Y hoy izquierdistas repiten la consigna nazi: judíos genocidas. Hoy se tragan sapos y se los cree perdices, porque «perdices» pone en la etiqueta. Acaso el papa Dámaso y Jerónimo puedan ser recordados como los inventores de la mentira masiva, la tergiversación: es bueno, ni se parece al original
El viejo vientre inmundo es aún fértil, dice Bertolt Brecht refiriéndose al nazismo en la posguerra. Pero mucho más atrás hay que ir para encontrar el trabajo de incidir en la conciencia a fin de obtener la necesaria cosecha de siervos voluntarios, obedientes debidos, fóbicos, psicópatas, fanáticos, pusilánimes, Hombres sin atributos, que ofrece la masa social
Todos conocemos el lema de gobernación de Göbbels, ministro de propaganda del III Reich: miente, miente siempre, que algo queda, pero había sido formulada doscientos años antes, por el mísero Voltaire, en una carta del 21 de octubre de 1736, dirigida a su amigo Nicolas-Claude Thieriot y recopilada en sus obras completas: «calumniad, calumniad que siempre algo queda».
La generación de comunicadores sociales que rodeó a Stalin en su propio concilio de Nicea, los Tres Juicios de Moscú (1936-1938) sabía que mentía, naturalmente, cuando le ofrecía a la gente la esperpéntica versión oficial: «nosotros somos los bolcheviques, los que tomaron el poder en 1917 odiaban tanto a los obreros que iban de noche a las fábricas y envenenaban el agua de las cisternas. Por eso los matamos».
La generación siguiente ya no sabía, a menos que buscara a riesgo de su vida. La siguiente se limitaba a copiar y pegar. A la siguiente, la última, ya nada le importaba, salvo la posibilidad de que la democracia les proporcionara, no sé ¿un coche? O, al menos, les guardara el empleo. Con ella llegó Yeltsin.
¿Cómo si no podrían medrar las mafias que gestionan la transgenia, la farmacopea, la coca y la heroina, la anorexia/bulimia, la judeofobia, el racismo, la guerra de sexos, las armas, la yijad, el negacionismo, las falsas memorias históricas, la esclavitud infantil, el arrebato de derechos adquiridos por las generaciones previas… en nombre del progreso, la libertad, los derechos humanos, el pueblo, la democracia, el socialismo…?
Sin desinfodemia, epidemia de desinformación, de pensamiento único fragmentado hasta parecer libertad de expresión, envuelta en una marea de informacion masiva en Occidente, y de censura y fuego en las periferias sometidas a la mayor simplicidad, mucho mayor sería el esfuerzo de los enemigos del Hombre y de la Tierra, sometidos ellos mismos a la codicia desbordada y la irresponsabilidad extrema.
Hiela la sangre el entusiasmo libertario con que se saludan los acosos y derribos de las castas instaladas en el mundo árabe, que abren las puertas a un gran salto adelante del islamismo, en la ruta abierta por los clérigos y el bazaar (la casta de mercaderes) en Irán desde 1979 y Turquía desde el 2003.
No estamos desnudos, pero nos avergonzamos, porque estamos despojados. Defendamos la lengua con uñas y dientes. Hagámoslo críticamente (sabiendo qué hacemos). Nos va la vida en ello. O anunciemos ya sin rubor que todo nos importa nada, y esto es lo que hay, lema civil que equivale en barbarie al policíaco de Göbbels.
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