Pesaj en el Guetto de Varsovia


Los héroes del Ghetto de Varsovia.

El 19 de abril de 1943, la víspera de Pesaj, un grupo de jóvenes se rebelaron inspirados por nuestras tradiciones de libertad, por nuestra salida de Mitzraim. Les habían elegido ese día seguramente sin saberlo los nazis. Esos jóvenes se rebelaron contra las poderosas SS junto con los supervivientes del ghetto de Varsovia. En un mes murieron “con honor”, casi todos aquellos que lograron sobrevivir a tres años de vejaciones y de tormentos en el ghetto más grande de la Polonia ocupada. Fue un acto de desafió de nuestro pueblo para el que ya nunca nada volvería a ser igual y cuya secular capacidad de supervivencia había sido sometida a la prueba terrible del exterminio industrial.

Después de la invasión de Europa por los nazis, nuestro pueblo había sido recluido en ghettos, expresamente construidos para servirnos de prisión y antecámara a la muerte. Esto no era, ni mas ni menos, que la primera fase de aquella solución final hitleriana, que, veinte años antes, había ya anunciado el criminal alemán en su siniestro libro Mein Kampf.

En otoño de 1940, el barrio judío de Varsovia, al oeste del Vístula y de una extensión de 6,5 km, fue cercado por un alto muro protegido con alambrada de espino. Allí fueron depositados casi 443.000 judíos, muchos de los cuales no tenían ni casa ni lazos familiares en la capital polaca. Fueron encerrados en él, aislados del mundo exterior, en espera de un destino que no conocían y poquísimos en el exterior consideraban posible: el exterminio racional, sistemático e industrial de nuestro pueblo.

Los judíos del ghetto, como en otros lugares del Reich fueron sistemáticamente condenados al hambre por sus guardianes y aterrorizados con continuos momentos de violencia indiscriminada con el fin de amedrentarlos. Nuestro espíritu, ya no de resistencia, sino de simple supervivencia era carcomido por los breves y vanos chispazos de esperanza, maliciosamente alimentados por los propios nazis. De vez en cuando, la presión disminuía, se aumentaban las raciones alimenticias asignadas al ghetto (esos días comían) y se veía sonreír a las tropas que los mantenía encerrados. En aquellos momentos de calma se permitía incluso que ciertas noticias tranquilizadoras se filtrasen en el ghetto desde los campos de trabajo exteriores. Por un momento, parecía posible a aquellos seres que, al fin y al cabo, nadie podía ser tan completamente inhumano. Vanas esperanzas para nuestro pueblo que languidecía en un exterminio implacable.

La más eficaz entre todas las técnicas de la guerra psicológica aplicada por los nazis fue la habilidad con que se supieron manejar al Consejo judío. Este era, en definitiva, un organismo político alemán que funcionaba por iniciativa de algunos judíos, impulsados por muy diversos motivos, que iban desde el puro y simple deseo de salvar la propia vida a la esperanza de proteger a nuestra gente, por lo menos en los aspectos más intolerables de la opresión. Se trataba de una misión imposible que desconocían y que se hacía todavía más desesperada y brutal a causa de la misma policía judía, cuyos miembros se veían miserablemente y de manera continua obligados a elegir entre la vida de sus familiares y la de sus vecinos en la subsistencia diaria.

No obstante, incluso en medio de este cuadro de muerte y de enfermedad, del terror, de la corrupción y de las traiciones, las escuelas clandestinas prosperaban, las zonas bombardeadas eran cultivadas como parques, cuatro teatros permanecían abiertos, los músicos daban conciertos y los poetas infundían en sus versos tanta desesperación como imágenes de esperanza; pintores y escultores creaban y exponían obras nuevas, se publicaban periódicos clandestinos y algunos eruditos, como Emmanuel Ringelblum y Jaim A. Kaplan, reunían documentos secretos cobre los sufrimientos que estaba padeciendo nuestro pueblo.

Un anónimo conferenciante definió la situación en la primera de una serie de reuniones culturales clandestinas, del siguiente modo:

«Queremos continuar viviendo y ser un pueblo libre y creador. Por ello resistiremos la prueba de la vida. Si nuestras vidas no se extinguen en un montón de cenizas, será el triunfo de la humanidad sobre la inhumanidad, será una prueba de que nuestra fuerza vital es todavía mayor que la voluntad de destruirnos.»

Pero después de un año de estar encerrados en el ghetto, paralelamente a esta intransigencia intelectual, empezó a formarse el núcleo de la resistencia. En el ghetto, a través de nuevos judíos que eran encerrados y de espías procedentes del exterior de Varsovia empezó a transparentarse la cruda verdad respecto a los campos de exterminio y a la destrucción de otras comunidades confinadas en otros tantos ghettos. Primero las noticias no querían creerse, ¿Quién va a creer que un asesinato industrial es posible? Luego empezó a brotar, en el seno de un exiguo grupo de lo que algunos llamaron al principio «fomentadores de desorden», la convicción de que los alemanes no les ofrecían, en realidad, otra alternativa que la del exterminio.

Algunos grupos juveniles, sionistas de izquierda, tomaron la iniciativa en el transcurso del invierno de 1941. Antes de la guerra, sus miembros ya se habían preparado para emprender una actividad de pioneros en la Palestina Británica –en Eretz Israel- , otros habían luchado en la Guerra de España contra el fascismo. Entre estos organizadores cabe destacar el joven Pinkus Kartin Z»L un ex-miembro de la brigada judía Botwin de las Brigadas Internacionales, aunque contra el fascismo en España luchó con el nombre de Andrezej. Su conciencia nacional y política era precisa y fuerte, habiendo ya rechazado todos los compromisos que inevitablemente estaban vinculados con el exilio judío. Estaban convencidos de que sus ideales debían conducir, lógicamente, a la acción.

El primer impulso les llegó de los miembros del partido comunista, que, como sus compañeros de otros países europeos, con una mano hacían la guerra y con la otra la revolución, pero fueron más allá.

El Bund, el partido socialista judío más importante, vaciló. En un principio, su confianza en la solidaridad de la clase trabajadora le impidió apoyar un movimiento de resistencia exclusivamente nacional judío. Pero en el transcurso del mes de julio de 1942, cuando las cámaras de gas de Treblinka, a pocos kilómetros al nordeste de la capital, humearon iniciando el exterminio en masa de los judíos de Varsovia, el movimiento de resistencia se aseguró la plena adhesión de los movimientos políticos y religiosos presentes en el ghetto en una unidad nacional. Tan solo el grupo nacionalista de los sionistas revisionistas quedó aparte, prefiriendo combatir separado del resto de los otros grupos, bajo la bandera sionista del Irgun Zvei Leumi (Organización militar nacional), ¿Cómo no iba a ser así , si todos éramos judíos? Y ya se sabe, dos judíos tres pareceres. Juntos sí, pero con nuestras diferencias, hasta para afontar la muerte.

Las deportaciones masivas se iniciaron el 22 de julio de 1941, la víspera de Tisha B’Av (9 de Av) de 5702 , en el que nuestro pueblo llora la destrucción de los dos Templos de Jerusalem y la pérdida de la independencia frente a los romanos, la expulsión de Sepharad y tantas otras cosas malas que la Historia nos ha deparado. Seis días después de esta triste jornada, se constituyó la organización combatiente judía, que pronto fue puesta al mando de Mordejai Anielevvicz; un joven de veintitrés años, miembro del movimiento sionista de izquierda Hashomer Hatzair. Hijo de padres pertenecientes a la clase obrera, había asistido a la escuela superior judía de Varsovia, y a principios de 1942 fue enviado fuera del ghetto para averiguar la situación existente en Silesia.

Entre el 22 de julio y el 3 de octubre más de 300.000 judíos fueron deportados de la capital polaca vaciando el ghetto. Cuatro quintas partes de ellos a los campos de exterminio de Treblinka y el resto a los campos de trabajos forzados. Jaim A. Kaplan, antiguo director de una escuela judía, llegado cuarenta años antes a Varsovia desde Rusia, describe en su Diario los métodos brutales de las redadas diarias y el pánico que estas suscitaban:

”El ghetto se ha transformado en un infierno. Los hombres son como bestias. Cada uno se encuentra a un solo paso de la deportación; se caza a las gentes en las calles, como si se tratase de animales en la selva. Y precisamente son los hombres de la policía judía los más crueles con los condenados. A veces se cerca una sola casa; a veces, una manzana entera. En cada edificio destinado a ser destruido se realiza primero el registro de los pisos, pidiendo a todo el mundo la documentación. Al que no posee documentos que le den derecho a permanecer en el ghetto, ni el dinero necesario para corromper a los esbirros, se le obliga a meter sus enseres en un paquete de quince kilos como máximo y se le empuja al camión que espera ante la puerta.
Cada vez que se cerca una casa suceden al cerco increíbles escenas de pánico. Sus habitantes, que no tienen documentos ni dinero, se esconden en alacenas, bodegas y buhardillas. Cuando existe posibilidad de pasar de un patio a otro, los fugitivos saltan por los tejados, incluso con riesgo de su vida. Mas todos estos sistemas sirven tan sólo para retrasar lo inevitable, y, al fin, la policía acaba por prender siempre a hombres, mujeres y niños. Los indigentes y aquellos que han perdido cuanto tenían, son los primeros en ser deportados. El camión se llena en un momento. Es difícil distinguir a una persona de otra: la miseria les hace a todos iguales. Sus gritos y gemidos destrozan el corazón.
Los niños, en particular, lanzan gritos desgarradores. Los viejos y los hombres de mediana edad aceptan la condena en silencio y permanecen de pie, con sus pequeños paquetes bajo el brazo. Pero el dolor y las lágrimas de las mujeres jóvenes no reconocen límite. A veces, una de ellas intenta liberarse de las manos que la tienen agarrada y entonces se inicia una lucha terrible. En estos momentos, el horror de la escena llega a su cumbre. Ambas partes luchan hasta el final. De una parte, la mujer, con el cabello revuelto y la blusa desgarrada, lucha con todas sus fuerzas contra aquellos verdugos, intentando escapar de sus manos. De su boca sale un torrente de imprecaciones rabiosas y toda ella parece como una dona dispuesta a matar. De la otra parte, dos policías la empujan par los hombros hacia la muerte.»

Estas deportaciones tuvieron sus héroes… quizás donde hubiera sido menos lógico esperarlo: por ejemplo, Adam Czerniakow, el ingeniero presidente del Consejo judío, quien, antes que firmar el decreto de expulsión, se envenenó; y el doctor Henryk Goldsmidt, decidió morir con los niños de su orfanato aun cuando los alemanes le habían ofrecido la salvación. Era en vano.

Las deportaciones a Treblinka se suspendieron entre el 3 de octubre de 1942 y enero de 1943. Pero ahora los jóvenes judíos con el espiritu de Pesaj sabían ya que el encuentro decisivo era tan sólo cuestión de tiempo. Habían adquirido armas con la ayuda de agentes que entraban y salían, furtivamente, en el ghetto, a lo largo del alcantarillado, y que se mezclaban con los grupos destinados a efectuar los trabajos de sepultureros y que por ello tenían permiso para traspasarlos muros para llegar al cementerio judío. Así se constituyeron y adiestraron veintidós grupos de resistencia.

La primera confrontación armada se produjo el 18 de enero, nueve días después de haber visitado Himmler el ghetto y de ordenar la reanudación de las deportaciones Después de cuatro días de lucha, las SS, que se habían dispuesto a cercar a los últimos 60.000 0 70.000 judíos que aún permanecían en el ghetto, se retiraron. Las fuerzas del joven Anielewicz habían superado el bautismo de fuego y todo estaba ahora dispuesto para la sublevación masiva.

El 16 de febrero, tras una resistencia a las deportaciones por parte de los judíos, Himmler decidió que el ghetto fuera destruido. Dos meses más tarde, mandó de Grecia, para dirigir la operación, al teniente general Jürgen Stropp.

A primeras horas del 19 de abril, víspera de la Pesaj (Pascua judía); la fiesta en la que se conmemora la salida y el fin de la esclavitud en Egipto y nuestra afirmación como pueblo, el ghetto fue cercado. La organización judía de combate declaró entonces el estado de alarma. De los preparativos del Seder se pasó a la alerta. Y poco después, a las 6 –cuando los últimos judíos del Ghetto se preparaban para el Seder- las SS hicieron su aparición, iniciándose con ello la «acción en amplia escala» de Jurgen Stropp.

Con gran estupor por parte de los alemanes, su primera tentativa de penetración fue rechazada por un nutrido fuego de armas de pequeño calibre, granadas y bombas caseras, tan rudimentarias que podían encenderse con un fósforo. Un carro de combate fue incendiado por un grupo de veinte personas -hombres, mujeres y niños que se sabían muertos- y los alemanes tuvieron que retirarse. Por primera vez en mucho tiempo, en el bando judío reinaba un ambiente de gran alegría. La alegría que da sentirse libres. Y, sin embargo, pocos, entre los judíos del ghetto, se hacían más ilusiones que ser ejemplo. Sabían, desde luego, que no podrían vencer; pero estaban decididos a vender cara su, por fin recobrada, esperanza de libertad.

A las 8, Stropp asumió personalmente el mando de la operación, dividiendo sus faenas en pequeños contingentes y asignándoles la misión de barrer completamente el ghetto. Muy pronto nuestro pueblo se vió obligado a retirarse de los tejados y de los pisos superiores de las casas. Así pasó el primer día de Pesaj y el segundo, entre fuego, disparos y francotiradores. Al tercer día, ya en Jol Hamoed, la resistencia se había concentrado en las esquinas y en los bunker de la plaza Muranowsky.

Una complicada red de trincheras y de pasos subterráneos se había dispuesto en el transcurso del otoño e invierno. Los bunker fueron hábilmente adaptados para poder hospedar a familias enteras, con reservas de alimentos y de municiones y con rudimentarios aseos. En su informe cotidiano a sus superiores, Stropp se expresaba tristemente de este modo:

«Descubrir los refugios individuales es extremadamente difícil, por cuanto han sido enmascarados muy hábilmente; en muchos casos sólo es posible por la traición de otros judíos.»

Stropp concentró todos sus esfuerzos en dirección a los antiguos establecimientos alemanes, transformados ahora en importantes centros de resistencia y de abastecimiento. Llegó a la conclusión de que su plan no podía realizarse si no se destruían tales puestos. En su interior halló un estado de «caos indescriptible», situación cuya responsabilidad cargó a los dirigentes civiles y al Ejército, incluso a sus propias SS.

«Todo estaba en manos de los judíos, desde las sustancias químicas empleadas para la fabricación de explosivos, hasta los vestuarios y equipos destinados a la Wehrmacht. Los dirigentes sabían tan poco de sus propias fábricas, que los judíos estaban en situación de producir armas de todas clases. Además, éstos habían conseguido organizar en el interior de estos lugares centros de resistencia. Los dirigentes de los establecimientos, cuya actividad era regulada por un oficial de la Wehrmacht, casi nunca podía decir con precisión a cuánto ascendía el número de su gente ni dónde se las encontraba. Las declaraciones de estos dirigentes, relativas al número de judíos que trabajaban en sus establecimientos eran siempre imprecisas.»

Pasadas las primeras dos semanas, Stropp se dio cuenta de que cada vez era más difícil aniquilar a los judíos. Su desprecio inicial por ellos, a los que designaba como «cobardes por naturaleza», se transformó gradualmente en un rabioso respeto.

«Una y otra vez grupos de combate formados por veinte o treinta o más judíos, de edad comprendida entre los dieciocho y los veinticinco años, y acompañados por un número semejante de mujeres, encendían nuevos focos de resistencia. Estos grupos tenían orden de resistir con las armas hasta el fin, y, si era necesario, debían evitar caer prisioneros suicidándose. Uno de estos grupos, saliendo de una alcantarilla, logró apoderarse de un camión y huir en él.»

La resistencia opuesta por nuestro pueblo y por un puñado de guerrilleros polacos, que les apoyaban desde el exterior del muro, era tan eficaz que Stropp debía mantener en acción a sus patrullas de asalto veinticuatro horas al día, «enérgicamente y sin tregua. Pero Himmler empezó a revelar cierta impaciencia y Stropp se vio de pronto obligado a adoptar una política de destrucción total.

«Uno tras otro, los establecimientos fueron sistemáticamente evacuados y en seguida incendiados. Por lo general, los judíos abandonaron sus escondrijos y refugios. No obstante, en algunas ocasiones permanecían en los edificios incendiados hasta que, impulsados par el calor de las llamas y por el temor de abrasarse vivos, preferían arrojarse desde los pisos más altos, después de lanzar a la calle colchones y otros objetos que pudieran amortiguarla caída. Entonces, y aun con las naturales fracturas, intentaban cruzar la calle para llegar a lugares todavía no incendiados o sólo parcialmente en llamas.»

También en las cloacas, donde se escondían muchos judíos, la vida se hizo cada vez más dura, sobre todo después de las tentativas de los alemanes de ahogarles allí mismo, abriendo las válvulas de descarga del alcantarillado general de Varsovia. Gradualmente, uno tras otro, los bunker fueron barridos y destruidos por los ingenieros de la Wehrmacht, que empleaban bombas lacrimógenas y explosivos. El 8 de mayo el subterráneo que albergaba al Estado Mayor judío (que orgullo poder decir este nombre) -bajo el número 18 de Vía Mila- fue bloqueado y sometido a un intenso bombardeo de granadas de mano. Allí pereció Mordejai Anielewicz Z’’L con ochenta de su compañeros. Y con ello la rebelión terminó.

Toda forma de resistencia organizada acabó el 16 de mayo, a las 20,15 horas, con la significativa demolición de la sinagoga. Algunos judíos que sobrevivieron lograron huir a través de las cloacas y unirse a los partisanos polacos. Pero todavía en pleno mes de julio los alemanes se hallaban ultimando las operaciones de limpieza. Stropp registró la muerte de unos 56.000 judíos durante la rebelión. Unos 7.000 resultaron muertos en combate y un número análogo fue enviado a Treblinka. Se calculó que otros 5.000 o 6.000 murieron a causa de las explosiones y de los incendios; el número exacto de lo cadáveres bajo los escombros en imposible de calcular y desde luego los nazis no se preocuparon por ellos.

En el transcurso de la rebelión, el partido socialista polaco de Varsovia proporcionó a los combatientes judíos un número limitado de armas. Sin embargo, ninguna respuesta se recibió a la demanda de ayuda cursada al ejército clandestino polaco, del general Tadeuz BorKmorowski. En Londres, después de largas semanas de conversación, el primer ministro polaco, general Sikorski, lanzó una llamada general a los polacos que se encontraban en su patria para que ayudasen a los insurgentes judíos. Pero ya era demasiado tarde.

En efecto, dos días antes, Stropp había comunicado orgullosamente: El ghetto de Varsovia ya no existe. Su comunicado terminaba con este prosaico epitafio: Con exclusión de ocho edificios (alojamientos para la policía, hospital y alojamiento reservado para la guardia de las fábricas) el ex ghetto está totalmente destruido. Sólo algunos muros contra incendios quedan en pie y ello únicamente en los casos en que no ha sido necesaria la demolición con explosivos. Pero las ruinas contienen todavía una notable cantidad de piedras y materiales de desecho que podrían ser utilizables.

Esta es la historia de la muerte del Ghetto de Varsovia, pero también de nuestra victoria en ser libres una noche de Pesaj. En el pasado, los notables judíos usaban sus influencias para frenar alguna medida antijudía o moderarla. No siempre tuvieron éxito. Por ejemplo, Don Isaac Abrabanel, el influyente judío en la corte de España, no pudo hacer cambiar la orden de expulsión decidida por los reyes católicos. La historia registra generalmente los triunfos, no las derrotas. El ghetto fue una experiencia totalmente nueva. Sólo el nombre era igual. Todo lo demás era totalmente distinto. Los líderes de los ghettos bajo el dominio nazi, trataron desesperadamente que éstos perduraran, de que sobrevivieran la mayor cantidad de tiempo posible. Tal vez, la guerra se terminaría -y terminó-, Hitler sería derrotado -y lo fue-, y lo vivido sería recordado como una terrible pesadilla. Y es nuestro deber guardar memoria de ello por cada una de las generaciones. No pudo ser la libertad para ellos. El ghetto de Varsovia no duró siquiera tres años enteros; pero de las antiguas piedras se alzaron nuevamente las cuatro preguntas en esa noche Pesaj de 5703 entonadas seguramente por alguno de los pocos niños que quedaban vivos:

ma nishtaná halaila hazé micol haleilot
shebejol haleilot anu ojlin jametz umatzá, halaila haze culó matzá

ma nishtaná halaila haze micol haleilot
shebejol haleilot anu ojlin shear ierakot, halaila hazé culó maror

ma nishtaná halaila haze micol haleilot
shebejol haleilot ein anu matbilin afilu paam ejat, halaila hazé shetei peamim

ma nishtaná halaila hazé micol haleilot
shebejol haleilot anu ojlin bein ioshvin ubein mesubin, halaila haze culano mesubin

¿Por qué es esta noche diferente al resto de las noches?

Y al final de ese Pesaj tan cruel vendría el orgullo de ser libres. Y esa noche sería diferente, ciertamente… y a partir de ella ninguna noche sería igual.

Quedaron las cuatro preguntas y la certera respuesta de que nunca más los judíos volveríamos a agachar la cabeza ante los que no nos consideraban y aún nos consideran ni tan siquiera seres humanos.

Adaptado por Es-Israel.org de “Los ghettos bajo el dominio nazi” Ediciones Tarbut y otros textos y páginas de Internet.

¡AM ISRAEL JAI!

La foto es de Aba Kovner y los partisanos de Lituania.

Fuente: http://www.herutx.blogspot.com/

El Muro sagrado

Autor: Rabino Dr. Esteban Veghazi Z´L, nació en Hungría, el 24 de diciembre de 1923 en la ciudad de Gyöngyös; falleció en Chile el 22 de noviembre de 1999.
Fotografías tomadas de la red.
Tema musical: Yerushalyim shel zahav – Ofra Haza.

Quien se ha comido el Afikoman?

http://www.facebook.com/photo.php?pid=3806641&id=235870921386

http://www.facebook.com/photo.php?pid=3806641&id=235870921386.

Chava Alberstein y Mercedes Sosa

Mercedes Sosa- Chava Alberstein. Alfonsina y el mar (Ariel Ramirez- Félix Luna)

La Sinagoga más grande de Alemania, en Rykestrasse, Berlín reabierta después de ser restaurada

Consulado Honorario de Israel

Esta sinagoga se reabre para el servicio después de que fuera quemada en la Kristallnacht (la Noche de los Cristales Rotos), en el año de 1938 por los Nazis

La sinagoga más grande de Alemania, en Rykestrasse, Berlín, ha sido reabierta después de una lujosa restauración.

La sinagoga original fue quemada en Kristallnacht, la Noche de los Cristales Rotos en el año de 1938 por los Nazis.

La inauguracion del viernes, cuando los rabinos trajeron la Toráh al templo, en una ceremonia con líderes políticos y sobrevivientes del Holocausto, de todo el mundo vinieron a ser testigos del milagro de la resurrección judía en Alemania.

LA SINAGOGA TIENE UNA CAPACIDAD PARA 1.200 PERSONAS Y HA SIDO DESCRIPTA COMO UNA DE LAS JOYAS DE LA COMUNIDAD JUDÍA EN ALEMANIA.



El Rabino Jaím Roswaski, que presidió la ceremonia de inauguración del templo reconstruído, dijo que era milagroso.



La restauración del edificio que tiene mas de 100 años, costó más de 45 millones de euros, equivalentes a unos US$ 60 millones.


La reapertura ocurrió junto al comienzo del Festival de Cultura Judía en Berlín. ¿Usted hubiera podido pensar que esto ocurra durante su vida?

Atención de: Gerardo Belinsky
Cónsul Honorario de Israel

Bat Yam la primera ciudad de mariposas

Bat Yam la primera ciudad de mariposas.

Mariposas en Bat YamBat Yam la primera ciudad de mariposas

29/3/2010

Itongadol.- Hace algunos años que, la Asociación de Aficionados a las Mariposas, intenta incentivar en Israel la creación de jardines en los que la vegetación atraiga  mariposas. Por el momento encontró un oído atento en la ciudad costera de Bat Yam, urbe de alta densidad que padece la enorme falta de espacios abiertos aunque se orienta a convertirse en un sitio más verde y considera a las mariposas residentes que conviene atraer desde el campo a la ciudad. clic

Los funcionarios de la municipalidad, con ayuda de la Bienal de Arquitectura -que funciona allí- inició  un proyecto piloto destinado a incentivar a los habitantes y comercios a plantar vegetación que atraiga a  las mariposas. El estímulo para su accionar surgió de hallazgos, desarrollados por la Asociación, durante el último verano, según los cuales es posible encontrar por lo menos 15 tipos de mariposas. También los residentes manifiestan su optimismo ya que, esperan que, en el lapso de un año, la ciudad se llene de mariposas.
Además de crear una red de jardines de mariposas en Bat Yam, la municipalidad comenzó a incentivar a  residentes y comerciantes a plantar, para  sí mismos, vegetación atrayente y a ello estuvo destinada la actividad de ayer bajo la consigna «Mariposas para cada habitante». En ese marco, los residentes podrán adquirir, a precios accesibles, diferentes plantas que atraen mariposas las que son exhibidas en los barrios y en puestos especiales de venta.
Las acciones implementadas en Bat Yam se proponen llevar la naturaleza a la ciudad y permite, a quien tiene dificultades para realizar paseos, disfrutar de la naturaleza. «Se trata de vegetación que no requiere riego. Lo importante es el hecho que, la mariposa, es una especie ecológica. Si está presente, síntoma que el medio ambiente es sano y, si desaparece, es síntoma que no está a gusto a causa de la contaminación o los tóxicos que representan un riesgo a la salud de las personas», aclaran en la ciudad. Cidipal

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Hanokdim Ma Yafim Ha’leilot

Ofra Haza

El éxodo de un judío catalán

El periodista Moshé Yanai (Barcelona, 1930) rememora cómo él y otros judíos fueron expulsados secretamente de España en 1944 por decreto del Gobierno franquista

Javier Dale | Barcelona | 26/03/2010 | Actualizada a las 00:58h | Ciudadanos

Moshé Yanai de niño y en la actualidad

Hace 66 años, cuando arrancaba 1944, Moshé Yanai avistaba por primera vez la silueta de Haifa, entonces parte del protectorado palestino del Reino Unido. Cerraba así un trayecto que duró días a bordo del Nyassa, un buque portugués que era el primero en cruzar el Mediterráneo sin escolta desde el arranque de la Segunda Guerra Mundial. Su puerto de origen quedaba ya muy atrás. Y también una tierra, una ciudad, un idioma, una vida y una identidad: la suya propia. Hasta ese momento, Moshé Yanai había sido Mauricio Palomo, un niño cuya vida había transcurrido en el principal 1º de la calle Marques de Campo Sagrado 28 de Barcelona, la ciudad que le vio nacer. El por qué de su llegada a Haifa en aquel 1944 sólo encuentra una respuesta: Mauricio Palomo –Moshé Yanai- es judío.
La familia Palomo, en un paseo por Las Ramblas tras la Guerra Civil

Yanai, que hoy cuenta 79 años, ha dedicado gran parte de su vida a ejercer de traductor y periodista en Israel. Pero nunca ha olvidado Barcelona, Catalunya, ni el misterio de su salida de España. El pasado verano una nueva información le permitió arrojar luz sobre su propia existencia. Lo que le ocurrió a él, a su familia y al grupo de judíos que abandonaron España en enero de 1944 fue que fueron oficialmente expulsados.

La pesadilla de la familia de Moshé Yanai, hijo de dos turcos emigrados a Barcelona, empezó el 20 de diciembre de 1940. «Dos agentes secretos llamaron a la puerta de nuestro apartamento –recuerda- , y pidieron a mi padre acompañarlos a la comisaría para contestar algunas preguntas, pero le llevaron a la cárcel Modelo. No le preguntaron nada, nunca hubo una acusación contra él». Así, José Palomo, un hombre que había llegado a Catalunya dos décadas antes, donde se había establecido como comerciante y había fundado una familia pasaba de ser un ciudadano sin pasaporte pero libre a un recluso que fue trasladado de inmediato a un campo de concentración ubicado en Miranda de Ebro (Burgos). «Era judío y apátrida; en otras palabras, persona no grata», afirma con amargura Moshé Yanai, que recuerda cómo su padre mantuvo la esperanza de poder volver a Barcelona: «Durante los primeros años de nuestra permanencia en la Palestina Mandatoria, mi padre ansiaba que los aliados derrocasen el régimen de Franco y pudiera regresar. Después de tantos años en Barcelona, y tras haber dominado tanto el castellano como el catalán, se consideraba hijo de esa tierra que le había acogido, por la que realmente tenía un profundo cariño».

Franco y los judíos
La única suerte de la familia Yanai/Palomo fue que la detención del padre no implicó la del resto de la familia. «El régimen franquista era cruel, pero en ese sentido se portó en otra forma que los nazis –explica Moshé Yanai-. Las familias de los detenidos judíos no fueron tocadas». Sin una persecución organizada contra los judíos, pero sí atentos a las denuncias que se pudieran recibir, Yanai aún no tiene una explicación a porqué su padre resultó detenido, y no otros judíos de su familia. El único argumento que encuentra es el de la denuncia directa de algún comerciante que conociera la religión de su padre y que quisiera «ampliar mercado» en una época de carestía: «Suponemos que fue detenido por una denuncia de alguien a quien mi padre habría perjudicado comercialmente». La historia y los archivos ofrecen respuestas a algunas de las preguntas que han acompañado a Yanai a lo largo de su vida. Lamentablemente, la memoria histórica no puede responder a todas. Quizá la denuncia que supuso el éxodo de los Palomo aún exista entre algún legajo de papeles olvidados, quizá el tiempo amarillo ya la haya corroído. Pero ese papel, ese aparente trámite burocrático, rompió la vida de una familia por el delito de ser judía.

Mientras el niño Mauricio Palomo y su madre trataban de sobrevivir en la Barcelona de posguerra, su padre, José Palomo, languidecía en un campo de concentración en Miranda de Ebro. La primera vez que Moshé fue a visitarle se estremeció: «Nunca había visto un lugar de reclusión –rememora-. Los ennegrecidos muros coronados por alambres de espino eran tan amenazadores como los ceñudos rostros de los soldados de guardia». El encuentro familiar –el único en todos los años de reclusión de José Palomo- fue dramático, por mucho que el padre de Moshé quisiera, con sentido del humor, rebajar su padecimiento y evitar el sufrimiento de sus seres queridos: «Nos contó alguna que otra anécdota, enfocándola de modo tal que pareciera que todo era en broma. Pero no había nada cómico en lo que ocurría». Paradójicamente, el hecho de José hablara catalán le permitió obtener el favor de alguno de sus carceleros: «A los guardianes que procedían de Catalunya les encantaba hablar con él en el excelente catalán que conocía. Eso sí, con mucha discreción».

Entretanto, y sin la conciencia de si su padre saldría alguna vez de la cárcel –o con el temor de que pudiera morir allí-, Moshé y su madre seguían con su vida. Como parte de la comunidad judía de Barcelona –Yanai estima que serían «unos cuatro o cinco mil» antes de la Guerra Civil- seguían con sus ritos. «Si no me equivoco, la sinagoga de Barcelona estaba cerca o en El Paralelo, y constaba de una sala de oración sefardí y otra ashkenazi». A pesar de todo –el encarcelamiento de su padre, la observación discreta de la religión- Moshé y su madre pudieron seguir practicando su religión sin ser recriminados. «Afortunadamente, desconocía lo que era el antisemitismo. Por eso, y a pesar de todo, mantengo esa actitud tan positiva con respecto al país en donde nací. Pero con la guerra y las conmociones de aquella época, no llegué a obtener ninguna educación religiosa. Lo único que mi madre hizo cuando cumplí los 13 años fue realizar la ceremonia del Bar Mitzvá».

Poco imaginaba entonces que, poco después de la ceremonia, su vida iba a dar un giro de 180 grados.

La expulsión
Sólo había pasado un mes y medio desde que había cumplido con el rito del Bar Mitzvá cuando Moshé Yanai se vio paseando por Cádiz de la mano de su padre, puesto en libertad, y de su madre. En apenas 45 días la vida de este niño judío catalán había dado un vuelco: la familia volvía a estar unida, pero se veían obligados a abandonar Barcelona, Catalunya, España, sin una explicación.

En Cádiz, alojados en el Hotel Playa, más de 500 judíos de distintas nacionalidades esperan a embarcar en el buque portugués Nyassa, con destino a Haifa. Saben dónde están y a dónde irán, e intuyen lo que les espera. Pero aun no saben por qué están allí. Por qué les obligan a irse.

El pasado verano, un reportaje publicado por Diario de Cádiz resolvió al fin el enigma: fueron expulsados. Cuando el Nyassa partió, la Delegación del Gobierno de Cádiz recibió varios telegramas. Entre ellos, el que decía: «Prohíbase la entrada en España, aunque traigan documentación en regla, a los súbditos extranjeros Josef Palomo Sagues, de 37 años, hijo de Mauricio y Sara, natural de Bruyrquía, y Rudolf Heymann, de 42 años, hijo de Luis y Betty, natural de Hamburgo (Alemania). Expulsados del territorio nacional».

La orden nunca se hizo pública, ni fue comunicada a los expulsados. Como tampoco, en las breves noticias publicadas en los medios de entonces, figura que el Nyassa hiciera escala en España. Sólo Diario de Cádiz publicó algo al respecto: «En tren especial ha llegado la expedición que se esperaba, integrada por 550 israelitas de distintas nacionalidades que se hallaban refugiados en España. Se hará cargo de ellos la Cruz Roja, que los trasladará a Palestina en un barco portugués que es esperado el próximo lunes». Pero no concreta –no podía concretar- que entre los israelitas se encontraba un grupo de judíos expulsados del país.

«No estaba loco»
Pilar Vera, la periodista que encontró el telegrama que confirmaba la expulsión de los judíos españoles, comenta que el hallazgo fue casual, casi una fábula. «El Archivo Histórico de Cádiz no guarda las causas por su nombre. Es decir, uno no puede buscar masones’ o ‘prostitución’ y encontrarse con todos los expedientes, sino que tiene que saber lo que busca`, o a quién busca». Indagando sobre documentos vinculados a un hombre apellidado Palomo halló el telegrama «relativos a órdenes de expulsión. Entre ellas, por supuesto, estaba la familia de Moshé». El 22 de Enero, la Dirección General envió un primer telegrama informando de una lista de apátridas –»Eufemismo para judíos en tiempos de Franco», concreta Vera- que embarcarían en el Nyassa. Pero las autoridades franquistas esperaron a que el barco arribara a Haifa para emitir la orden de expulsión.

Cuando Vera contactó con Moshé Yanai para confirmarle que, en efecto, tanto él como su familia como el resto de los judíos que viajaron en el Nyassa habían sido expulsados, el anciano judío catalán sintió «una gran emoción, la sensación de que, al fin, se había cerrado un capítulo… y de que, sobre todo, no estaba loco», explica la periodista, que añade: «dado que el régimen franquista mostró, por comparación, una actitud más tolerante hacia los judíos que los otros fascismos en Europa, sonaba muy extraño que se hubiera llevado a cabo la expulsión de un grupo de judíos del territorio nacional».

Una nueva vida
En Haifa, y ya con Barcelona como el recuerdo de un imposible obligado a la nostalgia, la familia Palomo pronto fue la familia Yanai. Fueron años duros: Israel no existía –Palestina era un protectorado británico-, y la familia tuvo que adaptarse a nuevas circunstancias. La primera –al menos para Moshé- aprender hebreo: «Había que dar un giro completo: escribir a la inversa, de izquierda a derecha. Y luego puntos y rayas en lugar de vocales… Y eso que todavía no sabía que en el hebreo moderno, que mi padre todavía no conocía, habían desaparecido tales adiciones que hacen las veces de vocales. Pronto se instaló en una aldea agrícola –Ben Shemen- donde conoció a un tal Shimón, que con el tiempo sería Shimón Peres. Fueron tiempos de carencias, en los que Moshé aprendió a sacarse las castañas del fuego: como muchos judíos, ante las dificultades de su situación, pretendían viajar a Latinoamérica, el joven Yanai pudo empezar a ganarse la vida como profesor de castellano. Al poco, se establecieron en un arrabal de Tel Aviv junto a la mayoría de judíos que llegaron de España.

La paz llegó a Europa, y al cabo de tres años nació el estado de Israel, y en paralelo Moshé Yanai empezó a hacerse una vida: su dominio de varios idiomas le permitió establecerse como traductor, más tarde como periodista. Para su padre, el expulsado Jose Palomo, preso durante tres años en un campo de concentración, la vida no fue tan fácil: «Ansiaba que terminara la guerra para que los aliados derrocasen el régimen de Franco, y pudiera regresar. En Israel siempre tuvo una condición modesta. Pero no dejó nunca de trabajar. Para él, fue una amarga decepción no haber conseguido regresar a Barcelona».

Moshé tuvo la suerte que le faltó a su padre. Ha podido visitar Barcelona, la ciudad en la que nació, aunque sólo sea para comprobar que el edificio en el que transcurrió su infancia, el de la calle Marqués del Campo Sagrado 28, fue derruido. Pero sí sobrevive el Mercat de Sant Antoni, que tantas veces visitó. A sus 79 años, aún planea un nuevo viaje que también le llevará a Cádiz. Aunque esta vez será distinto. Esta vez sí sabrá por qué tuvo que partir su vida en dos a los 13 años: porque fue expulsado. Al fin, el círculo se ha cerrado.

Fuente: http://www.lavanguardia.es/