Israel
La integración del país: el hebreo
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La resurrección de una lengua
—traducción mecánica de Internostrum
Decíamos en un capítulo anterior que la causa que explica el establecimiento con raíces de los judíos en Israel ha sido la política del agua, es decir, la proyección sobre un país abandonado, erosionado y estéril, de mils de kilómetros de conducciones para hacer llegar el agua hasta dónde el caudal, el dinero y el tiempo han permitido; ya se han obtenido grandes resultados. La zona de Galilea, las llanuras costeras del espacio central, donde se encuentra Tel Aviv, podemos afirmar que tienen resuelta la cuestión del agua. Ahora va llegando a la boca del desierto del Nègueb, portada desde el Iarkon, sito más de cien kilómetros al norte del rodal que se está colonitzando en los momentos presentes. El agua va bajando cabeza al sur y llega ya al desierto, vagamente poblado de tribus de beduinos que divaguen con sus tiendas de telass negras y las caravanas de asnos y camellos. Donde llegan las conducciones y se consigue alguna forma de humus, la tierra empieza a verdear rápidamente. Este trabajo se ha podido hacer, se hace y se seguirá haciendo a base de un esfuerzo enorme. Es la obra del idealismo, del sacrificio del espíritu de Israel. Esta obra equivale a una tensión colectiva que no tiene demasiados precedentes en el ámbito de la tierra. Lo repito: Israel es un país pequeño, pero es una cosa importantísima.
Pero ésta es una explicación material del fenómeno de la nación judía. Es seguro que hay algo más que explica este renacimiento. Israel está poblado hoy por un material humano procedente de sesenta y dos o sesenta y tres países y tres continentes de la Tierra. Todos y cada uno de estos elementos llegaron aquí con sus costumbres ancestrales, a veces muy esfumados, y con sus costumbres superficiales, a veces fortísimas. Traían su manera de ser, hablando casi siempre la lengua de su país de origen de su procedencia inmediata y a veces conociendo el idish. Se creyó indispensable dar un denominador común a la expresividad de esta gente diversísima. Es decir: desde un principio, uno de los peligros más grandes por los que pasó esta nación fue la posibilidad que se convirtiera en una nueva tierra de Babel. Existía el peligro que la población entrara en un confusionismo galimatiásico y que no pudiera dialogar, que no pudiera integrarse y fundirse.
Es notoriamente evidente que, en la formación de este denominador común, la creación del nuevo Estado fue un factor muy positivo. El germen del Estado de Israel fue la Agencia judía Internacional (Jewish Agency). Cuando el Estado fue establecido, los cuadros de este enorme organismo de la diáspora, los directivos de la Agencia judía, pasaron a ser los directivos del Estado incipiente. Así, Weizmann, el célebre químico, fundador de la Agencia en Zurich, fue el primer presidente del Estado de Israel. Ben Gurion, que el 1948 era presidente de la Agencia, pasó a ser el primer presidente del Consejo en cierto modo automáticamente. Moshé Sharet, encargado de las relaciones públicas de la Agencia, aconteció el primer ministro de Asuntos Exteriores, etcétera. El que ha hecho Israel, el que hace Israel y el que hará Israel es la Agencia judía. En este organismo hay el espíritu, la clase dirigente, la pasión, la iniciativa, el dinero -la fuerza, el impulso y la convicción granítica. La Agencia judía y el Estado de Israel son dos cosas diferentes, pero en realidad son la misma cosa actuando paralelamente y dentro una ensambladura perfecta. La dirección de la Agencia judía surge del Congreso Sionista Internacional, que se reúne una vez cada cuatro años en un lugar u otro de la tierra: el Fondo Nacional Judío, el Movimiento por la Unidad de Israel, no son más que organismos amalgamados y dependientes de la poderosa Agencia judía. El centro general de este organismo se encuentra, naturalmente, en los Estados Unidos.
Ahora bien: cuando los cuadros de la Agencia judía pasaron a convertirse en los del Estado de Israel, se pudieron poner a funcionar enseguida y con gran eficacia, no solamente por su valor intrínseco, sino porque tuvieran la fortuna de heredar la administración dejada por los ingleses al acabar su mandato de Palestina. No es paso tan fácil de crear una administración útil y productiva, puntual e inteligente. Los ingleses dejaron los fundamentos de una excelente administración en este país impregnada del espíritu de las magníficas instituciones publicas de Inglaterra, y el sistema fue heredado por los nuevos gobernantes. Para el Estado incipiente tuvo un valor inapreciable. El impulso estaba dado, las paredes maestras estaban construidas, y no hizo falta sino continuar, seguir, perfeccionar. Israel no tiene constitución escrita… como Inglaterra. Israel es un país basado en el habeas corpus y el respeto legal a la persona humana… como Inglaterra. Israel es un país parlamentario, de equilibrio de poderes y, por lo tanto, de limitación de poderes… como Inglaterra. Israel tiene una administración pública responsable, una estructura judicial, una policía bien pagada, eficiente, no corrompida… como Inglaterra. La moneda inglesa es la libra esterlina.., la moneda israelí es la libra israelí. Todos estos factores decisivos y todo lo que gira alrededor es lo que, a través del mandato en liquidación, heredó Israel del Reino Unido. Considerable herencia.
Añadiré —sin que esto prejuzgue que más adelante hablemos de la cuestión— que la inmensa mayoría de militares que hoy tienen de treinta y cinco a cuarenta y cinco años han servido como oficiales o como soldados en el ejército inglés de la última gran guerra, sobre todo en el VIII ejército del general Montgomery en África, en Italia y en la invasión de la Europa central. El ejército israelí no es, pues, una improvisación: es una fuerza probada y cierta, que posteriormente ha sido perfeccionada de una manera considerable.
En los últimos tiempos del mandato, las relaciones anglo-judías se deterioraron por exceso de equívocos y por la preponderancia de los intereses proárabes y de los de las grandes compañías petrolíferas del Próximo Oriente, en el Foreign Office. Esto llevó a las organizaciones judías clandestinas —la Haganah— a cometer actos de gran violencia contra los ingleses. Las dos fuerzas lucharon enconadamente. No creo, sin embargo, que el pueblo judío esté dominado por el complejo antiinglés. Son dos pueblos que pueden estar momentáneamente separados por los intereses; tienen, sin embargo, ideales lo suficientemente paralelos para comprenderse. En Israel, le han dolido, ciertamente, los errores que atribuyen a Mr. Eden y a Mr. Bevin.Es necesario reconocer, en todo caso, que la posición inglesa era endemoniadamente difícil. Contentar a todo el mundo es difícil —quizás imposible. Cuando los judíos afirman que los errores aludidos han contribuido a rebajar la influencia inglesa en esta parte del mundo, quizás aciertan. Ya veremos si la potencia americana caerá en las mismas dificultades, cosa difícil teniendo en cuenta la influencia judía en los Estados Unidos.
La disgresión ha sido larga. Nuestra intención, en este capítulo, era de demostrar que la creación del Estado de Israel, como organismo eficiente, contribuyó poderosamente a escamotear, desde el primer momento, el peligro de la torre de Babel. Se considera, sin embargo, que el Estado como factor de integración habría llegado a resultados puramente mecánicos si no se hubiera producido al mismo tiempo la aparición de un factor espiritual decisivo: la resurrección de la lengua hebrea como lengua del país.
El hebreo contra Babel
En el curso de los siglos, la lengua hebraica se fue perdiendo y acabó por morirse, no solamente en la diáspora, sino en el pequeño núcleo judío que continúa viviendo en Palestina, bajo los sucesivos dominadores. Era una lengua más muerta que el latín. Sólo una parte de las autoridades religiosas (el Rabinato), los eruditos judíos (Spinoza sabía la lengua y escribió una gramática) y no judíos, los hebraitzants y algunos poquísimos escritores se mantuvieron fieles a la antigua lengua. Para el pueblo, el hebreo no tenía ni vida, ni significación, ni sentido.
En el momento de la creación del Estado, la situación lingüística era, aproximadamente, como sigue: el hebreo era una lengua muerta. Los judíos diseminados por todo el mundo hablaban, claro está, la lengua de su país de residencia: en Inglaterra, en los Estados Unidos y en Canadá, el inglés; en Francia, el francés; en Rusia, el ruso; en Polonia, el polaco; en Buenos Aires, el argentino, etcétera. Sobre las masas, sin embargo, más o menos itinerantes de la diáspora se habían formado dos enormes manchas lingüísticas que se han mantenido a través de los siglos. Los judíos sitos en el área de las lenguas hermano-eslavas hablaban, además del lenguaje del país de su residencia, el idish, que es el alemán medieval corrompido por la presencia de una gran cantidad de palabras eslavas. Esta manera de hablar era utilizada a groso modo, principalmente, por los judíos ashquenasitas. Los judíos de cabellos negros, morenos y de ojos oscuros, los sefarditas, hablaban, además de la lengua del país de su residencia, el ladino, que es el castellano arcaico corrompido por una gran infiltración de voces italianas, griegas, turcas, árabes, balcániques (rumanas, búlgaras) y de la lengua franca del Mediterráneo, el catalán incluido. No podría decir qué situación de decadencia representa el idish porque no conozco esta lengua. Es el lenguaje de la mayor gran parte de los judíos americanos de Nueva York. Sobre esta lengua hay un movimiento literario, de poesía y de teatro, del más grande interés. El número de periódicos que salen, sobre todo de los EE.UU., en esta lengua es considerable. De todas maneras, hay quien sostiene que el estado de este idioma es confuso, precario, excesivamente limitado a un particularismo estrecho y muy corrompido.
Puedo decir, en cambio, algo sobre el estado en qué se encuentra el ladino, porque estos últimos días he leído todo lo que me ha caído a la mano en este galimatías, sobre todo las dos publicaciones trisemanales que salen en este país: La Verdad y El Tiempo. Estos periódicos me han producido una impresión lastimosa, lamentable. No se trata solamente de una forma expresiva de aluvión, formada por una lengua básica —el castellano de la época de expulsión de los Reyes Católicos— a la cual se han añadido palabras de otras lenguas hasta sumergirla en el caos. Lo que ha desaparecido del ladino es el espíritu básico, la estructura castellana, para ser sustituida por el puro galimatías. Recuerdo que ahora hace cuarenta años, en Salónica, daba gusto oir lo que todavía era posible escuchar de este lenguaje y el sabor que tenía la prensa de aquella ciudad que contenía manifestaciones. Claro está que Salónica era una especie de capital del sefardismo: el grupo era rico, el Gobierno turco tolerante, el Rabinato inteligente y tradicionalista. Actualmente, sin embargo, Salónica, como núcleo importante de la diáspora, ya no existe; 75.000 judíos de Salónica, que hablaban ladino, serían ignominiosamente asesinados por la Gestapo durante la ocupación de Grecia por los ejércitos alemanes. El hecho ha sido un golpe mortal para la vieja lengua que los judíos se llevaron de nuestro país a consecuencia del decreto de expulsión de finales del siglo xv. El ladino que escriben hoy en Israel ha sufrido una degeneración lamentable y constituye una escritura ininteligible y energuménica. Yo, personalmente, soy algo refractario a formular una profecía; me parece, sin embargo, que este lenguaje tiene muy mala tela en el telar, verosímilmente hablante. Ha entrado en la agonía. Es cuestión de muy pocos años: una generación?, dos? De aquí a un irrisorio número de años, esta manera de hablar, que ha durado siglos, será un simple objeto de vitrina arqueológica, y, quitando algunos, pocos, eruditos, nadie sabrá exactamente en qué ha consistido. Es, de todas las maneras de hablar —y de escribir— perceptibles en Israel, la que ofrece menos dificultades a la penetración del hebreo.
He tratado de saber el número aproximado de personas que, radicadas en este país, tienen mes o menos relación con esta forma de expresión. Un diplomático –los diplomáticos son, a menudo, hiperbólicamente amables– me aseguró que llegaban a 250.000. Un funcionario del ministerio de Educación me aseguró que no llegaban a 100.000. Aun cuando la inmigración del norte de África sobre Israel va en aumento, creo más en la segunda afirmación que en la primera. El ladino ha dejado de tener gusto y sabor, ha perdido claridad y expresividad y, a juzgar por los textos que en los periódicos se escriben, ha perdido mucha fuerza transmisiva. Más que una manera de hacerse entender es un seguido de exabruptes personales, muy limitados pero caprichosos: un guirigall puro y simple.
Nos hemos extendido algo en estas cosas por dar una vaga idea de lo que habría podido representar la diversidad lingüística, del peligro que habría podido tener para la integración de Israel el galimatías de las lenguas. Hoy, sin embargo, el peligro parece muy establecido. Todas las personas, sea cual sea su edad, que por una razón o por otra han pasado por una escuela -aun los inmigrantes que tuvieron que aprender, en una escuela profesional, un oficio-, hablan y escriben el hebreo. Desde que Israel se constituyó como Estado, el hebreo ha sido no solamente la lengua oficial, sino el instrumento de las escuelas. Israel tiene cuatro días -como Estado, se entiende. En este periodo de tiempo ha pasado una determinada cantidad de la población por las escuelas. Así, pues, el número de personas para las cuales el hebreo es la lengua materna aumenta cada día. La solución de dar a este pueblo su lengua propia es, pues, simplemente, una cuestión de tiempo. No tiene la mínima duda que la totalidad de la población ha acogido el restablecimiento de la lengua con un interés verdadero a pesar de las indudables complicaciones y percances que ocasiona aprenderla. El hebreo es un lenguaje endemoniado y difícil: tiene alfabeto propio y se escribe y se lee a la inversa de nuestras lenguas. Nosotros escribimos y leemos de izquierda a derecha; el hebreo se escribe y se lee de derecha a izquierda, de forma que lo que para nosotros es el comienzo, en el hebreo es el final y viceversa.
No hay más que pasear por estas poblaciones y por sus calles y ver los rótulos de tiendas, oficinas y comercios para hacerse una idea del avance del idioma. En las primeras etapas de la realización del sionismo, debió producirse utilizando los signos alfabéticos de los idiomas latinos; después, se pasó por una etapa de rotulación bilingüe, que en la actualidad va a la baja, porque es cada vez más numerosa la cantidad de rótulos escritos puramente en hebreo. Si esta tendencia persiste, el turista no hebraitzante pasará en Israel indudables malos ratos por premura de accesibilidad a la lengua. De todas maneras, es muy verosímil pensar que no se llegará a la inaccesibilidad completa. El pueblo judío tiene una curiosidad tan vasta, tiene intereses tan lejanos y diversos, que siempre mantendrá el plurilingüismo como principio. Por otra parte, la experiencia enseña que las personas que hablan lenguas de proyección limitada son las únicas que dominan las lenguas extranjeras. El bilingüismo es una suerte; el plurilingüismo, una ventaja inmensa. El número de lenguas que se hablan en Israel es desorbitado, y es precisamente por prevenir los excesos de la confusión babélica que han impuesto el hebreo. Todo esto indica -me parece- hasta qué punto ha sido bien recibida la reforma lingüística.
Las contradicciones
De todas maneras, seria un error creer que todo el mundo, en Israel, sabe el hebreo; el problema -decíamos hace un momento- es una cuestión de tiempo. Hace falta dar, pues, tiempo al tiempo. Hay personas radicadas en este país que, por su edad o por la razón que sea, no sabrán mal el hebreo. Hay inmigrantes, llegados estos últimos años, que no han tenido tiempo de aprenderlo. Por eso es por lo que se dan dos fenómenos contradictorios: por un lado, se fomenta en todos los sentidos la lengua nacional; pero, dado que el Gobierno está interesado que la gente siga los incidentes de la marcha del país, en todos los aspectos y día detrás día, alentando de este modo los casos de separación de los intereses generales de la comunidad, está, por esto, deseoso que las noticias lleguen a la gente en cualquier lengua. Es por esta razón que, en este país, acercarse a un quiosco de periódicos, entrar en una librería, es una invitación al acceso a todas las lenguas de la tierra y, por lo tanto, tener una idea de la composición humana real del país.
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En su primera década de existencia, Israel ha adelantado un gran paso en este sentido. Todos los factores han sido aprovechados por llegar a este objetivo. El resultado ha sido la aparición, en esta parte de la tierra, de un factor nuevo, sobre el cual, diez años atrás, nadie habría apostado ni cinco céntimos —un factor con el cual se debe contar, del cual no se puede prescindir, por ser absolutamente decisivo. Todo el resto es ficción, palabrería, temeridad. Claro está: una parte de la población de Israel tiene un tono cultural y una educación correspondiente a los países de origen, que son los países más punta y los más adelantados, y así los progresos que se han hecho son en cierto modo naturalísimos. Pero es asimismo un hecho que la mayoría actual del país no proviene precisamente de estos ambientes, sino de otros, asiáticos y africanos, muy diferentes. Lo que en definitiva importaba era amalgamar estos factores tan diferentes, integrarlos, unirlos, y esto es lo que se está haciendo.
Aparte de las postulacions hebreas y árabes que aparecen en el país, se toca, aquí, todas las cuerdas de la línea lingüística: periódicos franceses, dos; periódicos alemanes, dos o tres; húngaros, polacos, rumanos, rusos, búlgaros, turcos, revistas en castellano para Sudamérica, aparte de los periódicos escritos en idish y en ladino. He dejado lo mejor para el final. El mejor periódico de Israel escrito en una lengua extranjera es el Jerusalem Post, escrito en inglés, pequeño pero muy bien hecho. Es muy posible que me haya olvidado algún matiz. En todo caso, el lector puede ver que la prensa de Israel cubre —o al menos pretende cubrir— las necesidades de la diversísima población residente.
De aquí a unos cuantos años, cuando la inmensa mayoría de la población tenga el hebreo como lengua materna, la situación actual será considerada insólita y extravagante. En las circunstancias y en la situación presente, ¿se podía actuar, de otra manera? Había que asegurar la entregent entre una población de innumerables procedencias y la sociedad del país, y la comunicación no se podía imaginar más que a base de un poliglotismo periodístico sin límites. Israel es una máquina compleja que cada día crece y se agranda con aportaciones humanas situadas en diferentes estadios de la evolución social y procedentes de los ambientes más diversos. Mientras no llegue el momento que la lengua nacional sea el instrumento general de la comunicación humana, hace falta utilizar todas las variedades lingüísticas para crear la sociedad del país.
No sé si he conseguido subrayar la considerable amplitud de estas cuestiones, que parecen mínimas y tienen un peso decisivo. Es absolutamente obvio, en todo caso, que éste es uno de los problemas más gordos que tiene planteados. Si el agua ha sido el común denominador material de la integración del país, la cuestión lingüística ha sido, en el plan social y espiritual, un factor del mismo sentido.
Una gran aventura
El hebreo era una lengua fósil. Los siglos lo habían anquilosado y lo habían convertido en una herramienta arqueológica, de vitrina de museo. Era un lenguaje esotérico, que sólo los sacerdotes y los eruditos del hebraismo comprendían y manejaban como aquel que observa una colección de mariposas plantadas con una aguja en las estanterías de un museo.
El hebreo había perdido el contacto con la vida moderna, con las realidades de nuestro tiempo, y su léxico respondía a otras épocas. Ha sido, pues, necesario añadir al órgano del idioma muchas palabras de los tiempos modernos, palabras que el pueblo ha ido produciendo o en todo caso aceptando si han nacido de sugestiones personales. El país, claro está, no dispone de ninguna academia, aun cuando tiene gente de auténtica fuerza filológica. Paralelamente, ha sido indispensable eliminar arcaismos y antiguallas carcomidas y muertas. Todo este proceso —me dicen personas que lo han vivido directamente— se ha traído a la práctica con discreción, evitando las explosiones de fogosidad y las pedanterías y ridiculeces a que son tan propicios los problemas gramaticales. Lo cierto es que la gente, el público, se ha interesado por estas cosas y cada día se interesa más. El hebreo tiene una resurrección rápida, y cada día lo habla, lo lee y lo escribe más gente. Además, a los judíos, los gusta enormemente encontrar personas que hablan hebreo. Una de las razones de la grandísima popularidad que tiene en Israel el actual embajador francés, Monsieur Gilbert, es que habla el hebreo con una perfecta fonética. Cuando nuestro excelente profesor Millàs Vallicrosa se levantó a hablar en la Universidad Hebrea de Jerusalén y pronunció su discurso en hebreo, produjo una gran impresión y suscitó una corriente admirativa. Es vertaderamente agradable, yendo por el mundo, encontrarse con hombres del propio país admirados en el extranjero por sus méritos auténticos. En los medios intelectuales de Israel, el profesor Millàs es respetado, seguido y admirado como un grande hebraista.
Uno de los aspectos divertidos de la cuestión del renacimiento del hebreo es que el hecho ha sorprendido e indignado todo aquel mundo de primarios que consideran incorrecto que las personas no hablen su propia lengua. Casi todos los países contienen una cantidad más grande o más pequeña de estos especímenes. «¿Cómo es posible —dicen— que los judíos, que son generalmente tan listos, que tienen tanto sentido práctico, que saben con claridad lo que quieren en cada momento, se dediquen a resucitar una lengua muerta, que nadie comprende, que no tiene ninguna utilidad, pudiendo haber adoptado una lengua que les hubiera permitido volar entre continentes?»
Pero todos ustedes lo ven. A un diplomático israelí a quien decían que tenían que haber implantado el inglés, por razones prácticas, como lengua nacional, le oí decir: «Pero, ¿por qué el inglés y no el chino, que todavía lo habla más gente? ¿Por qué el inglés, si no somos ingleses, sino judíos?». Es evidente: los judíos, que ciertamente son prácticos e inteligentes, se dedican a resucitar una lengua fósil y además muy compleja. Que haremos!… Si lo hacen, es, sin duda, por alguna razón, positiva y convincente, al menos para ellos. De otra manera, no se explicaría. Algo deben esperar. Y lo que esperan está muy claro: cuando los judíos hablen y escriban su lengua, su personalidad será mucho más concreta y auténtica. Dejarán de ser espíritus de imitación, falsificaciones y sucedáneos de otros espíritus —y éste probablemente ha sido el aspecto más dramático de la asimilación en la diáspora— para dar lugar, quizás, a un espíritu más auténtico. En definitiva, la aparición de Israel podría favorecer la germinación y la apertura de nuevos matices originales de la cultura y de la personalidad. La sustancia base, el potencial, en todo caso, existe.
Sea como sea, la historia de la primera década de la existencia del Estado de Israel, tan llena de extraordinarias aventuras, contiene también una aventura lingüística, de gran trascendencia. La resurrección del hebreo equivale a la reconstrucción de la sociedad de Israel, atomitzada y dispersa durante casi dos milenios. El hecho es tan insólito, tan insospechado y sorprendente, que, comprobando in situ estas cosas, a veces parece que se sueña despierto.
Fuente: http://www.lletres.net/pla/israel_e.html
Traducción revisada y corregida por: Silvia Schnessel
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