Fácil de entender, difícil de arreglar

Marcos Aguinis | Ver perfil
El conflicto entre árabes e israelíes en Medio Oriente

Fácil de entender, difícil de arreglar

Marcos Aguinis
Para LA NACION

Lunes 30 de mayo de 2011 | Publicado en edición impresa
Fácil de entender, difícil de arreglar

Foto Archivo

Acabo de escuchar una breve exposición de Dennis Prager, célebre experto en asuntos de Medio Oriente, que enseña en cinco idiomas y, además de sus actividades académicas, dirige orquestas de música clásica. Ha participado en innumerables cursos y mesas redondas sobre el conflicto árabe-israelí. Me sorprendió al afirmar que es uno de los más fáciles de entender, aunque difícil de resolver. Prager es también una figura relevante en los diálogos interreligiosos. Lo hizo con católicos en el Vaticano, con musulmanes del golfo Pérsico, con hindúes en la India y con protestantes de diversas denominaciones. Durante diez años, condujo un programa radial con casi todas las creencias del mundo. Se lo respeta como una voz seria, muy informada y ecuánime.

Reconoce que los estudios, debates y cursos sobre el tema crearon la falsa noción de su complejidad. No hay tal cosa, dice. En 1948, Gran Bretaña fue obligada a retirarse de Palestina por el anhelo independentista de los judíos. Previamente, las Naciones Unidas habían votado la partición del territorio en dos Estados: uno árabe y otro judío. Los judíos aceptaron y los árabes no, porque preferían «echar a los judíos al mar» mediante la invasión de siete ejércitos, con el apoyo de la ex potencia mandataria. El resultado de esa guerra fue prodigioso. Aunque el pueblo judío acababa de emerger -muy quebrado- del Holocausto nazi, pudo vencer. Desprovisto casi de armas, abrumado por el ingreso de sobrevivientes enloquecidos, carente de recursos naturales y alimentos, se empeñó en salir adelante. Sus vecinos se negaron a firmar la paz y sólo hubo fronteras de armisticio, provisionales. Después sucedieron nuevas guerras, cuyo propósito respondía al mismo eslogan: «Echar a los judíos al mar».

Israel es más pequeño que la provincia argentina de Tucumán, que el estado norteamericano de Nueva Jersey y que la república de El Salvador. No obstante, su carácter democrático y pluralista lo ha convertido en una espina que hiere a dictaduras y teocracias. En 1967, el dictador egipcio Gamal Abdel Nasser, con el apoyo de Jordania y Siria, inició acciones para demoler al joven Estado. Entre otras medidas, forzó el retiro de las tropas de las Naciones Unidas para poder invadirlo. Israel atacó primero y obtuvo una impresionante victoria en la Guerra de los Seis Días. Fue entonces -recién entonces y bajo circunstancias no deseadas- que la actual Cisjordania, hasta ese momento parte integral de Jordania, pasó a estar bajo control israelí. Durante las casi dos décadas que duró la ocupación jordana, nunca se había propuesto convertirla en un Estado Palestino. Curioso, ¿verdad? Recién empezó esa demanda cuando la ocupó Israel. Porque el propósito de fondo -la conclusión resulta obvia- no era establecer un Estado Palestino, sino borrar del mapa a Israel, aunque sea arrancándole pedazo tras pedazo. Se puede decir que en esa etapa comenzó el tan publicitado conflicto palestino-israelí. Hasta entonces, era árabe-israelí.

Apenas terminada esa Guerra de los Seis Días, hubo una conferencia de los jefes de Estado árabes en la capital de Sudán, donde se juramentaron los tres noes: No reconocimiento, no negociaciones, no paz con Israel.

¿Qué debía hacer Israel? Todos los caminos estaban cerrados, hasta que un nuevo presidente egipcio, Anwar el-Sadat, se mostró dispuesto a la conciliación. Entonces, Israel le dio la bienvenida y aceptó la fórmula «tierras por paz». Se retiró de la península del Sinaí, dos veces más grande que su propio territorio, dejando a Egipto pozos de petróleo, aeropuertos, carreteras y nuevos centros turísticos. Hasta sacó por la fuerza a los israelíes que habían construido la ciudad de Yamit en el sur de Gaza, para que la devolución fuese completa.

¿Fue apreciado semejante gesto? No. Tras el asesinato del presidente Sadat, Egipto mantuvo una paz fría e incluso produjo programas televisivos antisemitas y antiisraelíes porque -respondía ante los reclamos- allí «se respeta la libertad de expresión»… Más adelante, Yasser Arafat insinuó un acercamiento, saludado enseguida con alborozo por Israel, y se firmaron los Acuerdos de Oslo, que dieron lugar al nacimiento de la Autoridad Nacional Palestina.

En las negociaciones de Camp David, presididas por Bill Clinton, el premier israelí aceptó casi todas las demandas palestinas. Pero Arafat siempre decía que no. Clinton, impaciente, le exigió que hiciera propuestas. Arafat no las hizo. Regresó triunfante -por haber hecho fracasar la conferencia- y lanzó otra Intifada.

Para acercarse a la difícil paz, Israel se retiró de la Franja de Gaza. Allí no quedó un solo judío (sólo uno, Gilaad Shalit, que las autoridades palestinas mantienen secuestrado y no permiten siquiera la visita de las Naciones Unidas, entidades de derechos humanos o de beneficencia). Los palestinos tenían la ocasión de poner las bases de un Estado pacífico y venturoso. Pero en lugar de ello, usaron la enorme ayuda internacional que reciben para proveerse de armas, bombas y misiles que usan para asesinar a los israelíes de las localidades vecinas. Si de veras quisieran un Estado exitoso al lado de Israel, esta conducta lo desmiente de forma categórica. Su objetivo mayor es la extinción de Israel. Una consigna elocuente de Hamas (la organización terrorista que controla Gaza) dice: «Nosotros amamos la muerte como los judíos aman la vida». Confirma una clásica declaración de Golda Meir: «Habrá paz cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros».

¿Se puede lograr la paz con quien sólo desea matar al enemigo? Las emisoras de casi todos los países árabes y muchos musulmanes niegan los derechos judíos sobre Israel, incluso reconocidos en el Corán. Palestina (nombre inadecuado, porque se refiere a los filisteos que ocuparon sólo una franja costera) no tuvo jamás un Estado árabe independiente ni un Estado musulmán independiente. En cambio, allí, a lo largo de la historia, se han establecido varios Estados judíos independientes. Israel es el tercero. La trascendencia de ese pequeño territorio se debe a los judíos. Allí consolidaron el monoteísmo, escribieron la Biblia, dieron origen al cristianismo y ahora convirtieron su ínfimo espacio en una potencia tecnológica.

Insiste Dennis Prager en que es irracional culpar a Israel de casi todos los males del mundo. Si llegase un extraterrestre, no comprendería cómo una nación tan pequeña, trabajadora, creativa, estudiosa, democrática y anhelante de paz, pueda ser la causa de tantos conflictos, generadora de tantos males y tantos abusos. ¿No será que la usan de chivo expiatorio? ¿No será que se le tiene demasiada envidia? ¿No será que su ejemplo hace temblar a los totalitarismos? Es curioso que ahora, cuando los pueblos árabes por fin se levantan contra sus tiranos, haya casi desaparecido Israel de las noticias. No la pueden acusar de haber generado la rebelión, aunque existieron intentos y posiblemente se vuelva a ese recurso.

Por último, ¿qué pasaría si Israel destruyese su armamento y decidiera abandonar la lucha? ¿Qué pasaría si los árabes destruyeran sus armamentos y decidieran abandonar la lucha? Prager responde: en el primer caso, habría una invasión inclemente que convertiría a Israel en una cordillera de cenizas. En el segundo caso, se firmaría la paz el próximo miércoles.

Por lo tanto -cierra Dennis Prager-, el conflicto es difícil de solucionar, pero uno de los más fáciles para comprender.

© La Nacion

DISCURSO DEL DR. MARCOS AGUINIS CON MOTIVO DE RECIBIR EL DOCTORADO HONORIS CAUSA DE LA UNIVERSIDAD HEBREA DE JERUSALEM con introducción de Dori Lustron

La emoción de Marcos Aguinis

Dori Lustron

Cuando mi querida amiga Jana Beris dice que esta profesión  nos acerca a  mucha gente valiosa e inteligente coincido ampliamente con ella. Eso nos da la posibilidad de aprender y conocer  a las personas que forjan la historia. Y Marcos Aguinis es uno de ellos.  No sólo por su caudal de conocimientos y su postura comprometida, sino por la sencillez de su personalidad y la calidez que emana. Un apretón de manos, un abrazo, la alegría cuando se acerca a un amigo, hacen de Marcos un ser humano especial. Estuve con él, en su casa de Buenos Aires, y le prometí que lo acompañaría en Jerusalem, cuando recibiera el merecido homenaje. No fui la única. Muchos fuimos a aplaudirlo.

En efecto, la Universidad Hebrea de Jerusalem, reconocida mundialmente por su nivel académico, le acaba de conferir al Dr. Marcos Aguinis un nuevo Doctorado Honoris Causa. Ya tiene otro galardón similar de la Universidad de Tel Aviv, sumado a numerosos premios internacionales muy merecidos.

Pero además, quiero contarles algo que, a través de su discurso, se nota mucho: la emoción. La emoción de Marcos cuando hablaba o cuando fue el primero que se paró para aplaudir al maravilloso pianista ruso que estaba en el escenario.

La emoción se retrataba en su rostro cuando recibió la  investidura. No solo recibía un honor, sino que ese honor salía de Jerusalem, con toda la carga histórica y el significado que representa para los judíos. Una Jerusalem de la que habló el día después en una conferencia dictada en el Auditorio Liwerant, sito en la misma Universidad. No tocó el tema político. Fue la historia de Jerusalem la que, por su propio peso, revelaba a través del tiempo y las excavaciones arqueológicas su vínculo inescindible con el pueblo judío. Habló de esos descubrimientos y de las pruebas que revelan la poderosa unidad que siempre se mantuvo entre esta ciudad y quienes la convirtieron en su centro político, cultural y religioso hace tres milenios.  También repasó los vínculos del islam y el cristianismo con Jerusalem, dando a cada uno lo suyo, pero señalando las diversas intensidades y ondulaciones de esa relación. Se refirió a la «Jerusalem celeste» de los cristianos y el Viaje Nocturno de Mahoma, brindando detalles y puntos de vista minuciosos, iluminadores.

Escucharlo fue todo un aprendizaje. La sala del gran auditorio estaba colmada. Marcos estaba rodeado por muchos amigos argentinos y latinoamericanos que deseaban acompañarlo. No podíamos privarnos de su compañía y su palabra en un momento así. Nos representa muy bien en el mundo como judío, como argentino y como latinoamericano. Sus libros pueblan las librerías de todos los países donde fue traducido.

Quise contar sobre esa emoción, que nos contagió a todos. Quise decir que estuvo acompañado por sus amigos de antes y de ahora. Y nos estremeció su espontáneo acercamiento para saludarnos y abrazarnos.

Gracias , Marcos!!! Nos debes un próximo libro que cuente tus ideas sobre el amigo judío de Mahoma, que le narraba partes del Tanaj. Mientras tanto, sigo leyendo y desmenuzando tu última joya:»Elogio del placer».

Desde Israel
Dori Lustron

DISCURSO DEL DR. MARCOS AGUINIS CON MOTIVO DE RECIBIR EL DOCTORADO HONORIS CAUSA  DE LA UNIVERSIDAD HEBREA DE JERUSALEM

Autoridades universitarias:

Déjenme comenzar cometiendo el pecado de pronunciar un lugar común: ¡Muchas gracias!

También déjenme confesarles que visité esta Universidad hace medio siglo. Recién salía de mi adolescencia y fui invitado al Primer Congreso Mundial de la Juventud Judía. Llegué a la flamante Israel embriagado de emoción. Eran años en que se olfateaba el clima de los pioneros.

Pude cambiar palabras con el presidente Ben Zví, el premier David Ben Gurion y Nahum Goldman, presidente del Congreso Judío Mundial, entre otros padres fundadores. Las sesiones del Congreso juvenil tuvieron lugar en esta misma Universidad, pero no en el Monte Scopus, que estaba sitiado por las tropas jordanas. Hacía poco se había terminado de construir el campus de Givat Ram, y allí tuvo lugar el bullicioso Congreso. Para la época, ese campus era una maravilla de modernidad y contenía todas los Departamentos de esta Universidad.

Al volver a la Argentina me pidieron que contase esta experiencia. En mi cabeza resonaba la historia de la universidad de Jerusalem y su fermentativo progreso. Recordaba que su nacimiento había comenzado en el siglo XIX, cuando surgió como idea en la vanguardia de los Jovevei Zion. El proyecto golpeó fuerte ya en el primer Congreso Sionista de Basilea. En el año 1902 Jaim Weizman y Martin Buber urgieron su inmediata construcción y financiamiento. El mismo Theodor Herzl realizó gestiones ante el Sultán de Tuquía para convertir semejante sueño en una realidad. La piedra fundamental, por fin, se colocó en 1918, apenas terminada la Primera Guerra Mundial. Y el 1 de abril de 1925 se realizó la esperada inauguración, aquí, en el Monte Scopus, rodeado por un paisaje desolado. La clase inaugural fue dictada por Albert Einstein.

Como dije, hace 50 años me pidieron en la Argentina contar el viaje y decidí titular a mi disertación “El tercer templo de Jerusalem”. El tercer Templo es esta Universidad. Es el centro y el motor más eficiente de la resurrección nacional. Una iniciativa revolucionaria con visión de futuro. Ligado a la ciencia y la cultura, valores de hondo arraigo en el alma judía.

El ejemplo de esta Universidad influyó en toda mi vida, mis creaciones y mis trabajos. Mi actividad profesional, mi desempeño político y todas mis obras literarias tienen la huella de aquel contacto precoz. Y ahora, culminando un vínculo intenso, recibo el título de Doctor Honoris Causa. No existe un premio mejor.

Muchas gracias otra vez.

7/6/2010

Auditorio Liwerant. UHJ

Difusion: www.porisrael.org

ESE MALDITO ISRAEL

Marcos Aguinis
Para LA NACION
Lunes 26 de abril de 2010

Los méritos y milagros de un Estado contra el que ahora apuntan todos.

La sistemática descalificación del Estado de Israel se ha convertido en una moneda corriente tan grave como la descalificación de los judíos que hizo el Tercer Reich para cometer el Holocausto. Así como algunos fanáticos piden ahora un Medio Oriente Israelrein (‘limpio de Israel’), los nazis querían un mundo Judenrein (‘limpio de judíos’). La misma mecánica. En ambos casos se procura señalarlos como indeseables, criminales, y hasta como bacterias infecciosas.

Dicen que es necesario exterminar ese «cáncer» (Israel, ahora; todos los judíos, antes) como medida de higiene, para que haya paz, para conseguir justicia, para bien de la humanidad. La mayor parte del mundo cree en esas diatribas o duda, o se mantiene indiferente, o es cómplice. Antes de 1939, Hitler promulgó suficiente cantidad de «leyes raciales» que invitaban al más remiso para hacer desaparecer judíos. No hubo una eficaz repulsa a semejante atrocidad. Y la atrocidad pudo llevarse a cabo sin dificultades. Ahora, cualquier ojo informado puede advertir la doble vara con la que se mide a Israel, exagerando siempre sus errores y, al mismo tiempo, dejando al margen sus virtudes. Martilla el concepto de que Israel es culpable, porque bogue o porque no bogue, convertido en victimario despreciable e irredimible, eterno. Por consiguiente, debe ser borrado del mapa, como proclama un jefe de Estado sin que las Naciones Unidas le exijan retractarse siquiera.

Se cumplieron 62 años de la independencia israelí.

Voy a ser políticamente incorrecto -ya me acostumbré al rol- y señalaré los méritos de Israel.

Sólo los méritos. Sus defectos ya inundan la prensa y los corrillos.
Es uno de los países más pequeños, con la milésima parte de la población mundial. Fue desértico en la mayor parte de su extensión. No tiene recursos naturales. Está rodeado por un
vasto cerco de acoso permanente. Debe mantener activo un ejército popular integrado por sus ciudadanos para defenderse de día y de noche, todos los días y todas las noches. Padece
conflictos interiores debidos a su gran pluralidad. No obstante, mantiene la admirable calidad de su sistema democrático y se ha convertido en una potencia científica, cultural y económica.

Da envidia. Y, en gran parte, esta envidia genera odio.

Veamos algunos hechos.

Su población alcanza a los siete millones y medio de personas, de las cuales un 20 por ciento son árabes que llegan a intendentes, diputados, académicos y ministros. Un vicecanciller israelí fue árabe musulmán y visitó la Argentina en tal carácter.
Pese a la amenaza de sus vecinos y la tensión generada por los mártires místicos asesinos (acertada definición de Carlos Escudé), la esperanza de vida actual trepa a los 81 años, muy por arriba de la media mundial, que se queda en los 67 años. Supera a Inglaterra, Estados Unidos y Alemania. Más del 60 por ciento de los ciudadanos se sienten satisfechos o muy satisfechos por la calidad de vida, pese a las obvias dificultades que genera la tenaz amenaza de algunos países y organizaciones terroristas.

El desarrollo científico y tecnológico alcanzado coloca a Israel entre los países más progresistas del orbe. No mezquina en invertir en este rubro. Tiene la mayor proporción de ingenieros per cápita del mundo entero. Su creación de patentes es asombrosa. Basta hacer algunas comparaciones: de 1980 a 2000, se registraron 77 patentes egipcias y 171 saudíes en
los Estados Unidos, frente a 7652 israelíes. En esa catarata de patentes sobresalen las que mejoran los equipos médicos. Sus hospitales brillan por la excelencia y en ellos son pacientes,
médicos y jefes de equipo tanto los judíos como los árabes, sin discriminación alguna.

Israel ha sido reconocido como uno de los ocho únicos países con capacidad de enviar un satélite al espacio. Produce más papers científicos per cápita que cualquier otra nación del
globo. Está a la cabeza de las compañías valuadas en el Nasdaq, con la excepción de Estados Unidos; más que toda Europa, India, China y Japón combinados. En proporción con su población, Israel desarrolló el número más grande de compañías de emprendimientos (start-up) tecnológicos del mundo.

Pocos prestan atención al hecho de que es un país más seguro que Suiza, por ejemplo. En sus calles, el promedio de asesinatos anuales es de 1,8 por cada 100.000 personas. En tierras
helvéticas, la cifra llega a los 2,3: en Rusia supera los 16, y en Sudáfrica se acerca a los 40. La mayor parte de los heridos y muertos son consecuencia de los ataques con misiles que lanzan
las organizaciones terroristas desde los territorios que Israel ha evacuado.

El viceprimer ministro, Dan Medidor, acaba de formular una síntesis. Dijo:

«Debemos estar muy satisfechos en este 62º aniversario de la independencia. En el desierto, en una tierra sin recursos naturales, construimos un Estado con gran fortaleza, vitalidad y excepcionales logros en ciencia, cultura, medicina, agricultura, economía y altas tecnologías. Afrontamos amenazas
graves en una zona que siempre fue hostil. Nuestro gobierno debe reflexionar con sentido común y actuar. Y no siempre a nivel militar».

El Estado ofrece, por ley, prestaciones de asistencia social, subsidios, servicios médicos, pensiones, educación, infraestructuras y demás beneficios sociales a los 250.000 palestinos que viven en la zona oriental de Jerusalén, los mismos de los que disfrutan los demás ciudadanos árabes del país.

Es la única nación en la historia de la humanidad que logró hacer revivir una lengua que no se hablaba. El hebreo bíblico, la lengua que se utilizó durante los dos primeros Estados judíos que
existieron en ese territorio, se ha convertido en un instrumento que permite expresarse a poetas, novelistas, científicos, periodistas y políticos, con una riqueza que conjuga las
maravillas del pasado con los desafíos del presente.

Desde su independencia, ha obtenido más premios Nobel per cápita que cualquier otro país del planeta.

Un fenómeno impresionante es la obsesión israelí por forestar su suelo. Desde antes de la independencia, funcionaba un fondo destinado a plantar árboles. Por esa razón, cuando en 1947 las Naciones Unidas propusieron la partición de Palestina -por entonces dominada por los británicos- en un Estado árabe y otro judío, a este último le asignaron casi todas las zonas áridas.

Israel planta árboles con una obsesión febril.

Conmueve observar las alfombras verdes que se dilatan en colinas y planicies que habían carcomido la erosión y el abandono. En muchas partes, ahora existen frondosos bosques y
hasta ha comenzado a modificarse el clima. Desde hace décadas, es tradición que los homenajes se traduzcan en plantación de árboles, no en monumentos. Allí, para mantener la memoria, por cada muerto se planta un árbol o un bosque.

Israel creó el único sistema colectivista democrático de la historia, por el cual se puede entrar y salir sin restricción alguna. Me refiero al kibutz.

Se fundaron y prosperaron cientos de aldeas conforme a ese tipo de vida. La mayor parte de los padres fundadores del Estado nacieron, vivieron o se formaron en algún kibutz. Casi el 93%
de los hogares en Israel utilizan la energía solar para calentar el agua. Es el porcentaje más alto del mundo, y se trabaja con entusiasmo en la creación de otras energías alternativas. La
falta absoluta de petróleo y otros recursos naturales exige fortificar la imaginación. Golda Meir solía criticar a Moisés: «Habiendo tanto petróleo en la zona, ¿tuvo que encajarnos en el único rincón donde no existe una gota?».

Desde hace décadas, Israel atrae una enorme cantidad de inversiones extranjeras. Son las más grandes del mundo, si se las mide per cápita: 30 veces más que Europa.

Desde antes de la independencia, puso el acento en la cultura y el conocimiento. En Jerusalén fundó una prestigiosa universidad, con el compromiso personal y apasionado de Albert Einstein. En Rejovot erigió el primer centro de investigaciones científicas de Medio Oriente y en la ciudad de Haifa, el imponente Tecnión. Ahora funcionan seis universidades de reconocidos méritos y se han formado cuatro Silicon Valleys.

Así como hubo ceguera ante el absurdo que publicitaba el nazismo sobre el carácter de «raza inferior» o «raza infecta» que constituían los judíos, hay ceguera respecto de las virtudes impresionantes de Israel. Como referencia final de este artículo, que podría alargarse con más datos, mencionaré los formidables movimientos por la paz que desarrollaron sus habitantes y
dirigentes, muy superiores a los que se formaron (¿se formaron?) en todo el resto de Medio Oriente. Quedaría para otra ocasión analizar por qué se quedaron sin fuerzas.

A ese «maldito Israel» pretenden borrar del mapa. Prometen que, sin su existencia, todo funcionaría mejor, así como los nazis prometieron que el mundo funcionaría mejor sin judíos.

Es tan evidente el grotesco, que ni cabe perder el tiempo en una refutación.

© LA NACION
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1258201

Aniversarios del horror

Por Marcos Aguinis
29/1/2010

Itongadol.- El 27 de enero de 1945 amaneció con una sorpresa escalofriante para las tropas soviéticas. Ingresaron en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Algunos rumores ya se habían esparcido sobre la industria de la muerte que allí se había puesto en ejecución. Pero eran demasiado alucinantes para ser creídos. En 1944, sin embargo, se había liberado el campo de Maidanek, que los confirmaba. Pero Auschwitz golpeó en los rostros y el entendimiento. Era la cúspide de una maldad inédita.

La inminente derrota impulsó la huida de los soldados nazis, que se llevaron una gran cantidad de prisioneros, para que no cayesen en manos aliadas y describiesen su martirio. Esto revela que los nazis tenían conciencia sobre lo condenable de su crimen. El Ejército Rojo sólo encontró en Auschwitz unos 5.000 sobrevivientes que no podían caminar y a los que la locura del Tercer Reich no alcanzó a destruir. Pronto se supo que en esas marchas forzosas perecieron otros millares de hombres, mujeres y niños por las crueldades del invierno y las balas que dejaban en la nieve a los incapacitados de seguir caminando.

Las Naciones Unidas instituyeron el 27 de enero como el Día Internacional del Holocausto. En efecto, el 27 de enero de 1945 fue un mojón en la macabra serie de descubrimientos que convulsionó a los soldados aliados. Las noticias sobre la peor matanza de la historia humana que circularon antes de esa fecha no habían sido creídas. O se prefirió no creerlas. De ahí que la responsabilidad por el Holocausto involucre también a muchos dirigentes y pueblos que no hicieron todo lo que estaba en sus manos para impedirlo.

En enero se cumple otro oscuro aniversario: la Conferencia de Wannsee. El 20 de enero de 1942 tuvo lugar un encuentro de quince jerarcas nazis en un hermoso suburbio de Berlín para decidir la liquidación total de los judíos. Allí se labró un documento que pretendía dar muerte a los 11 millones de judíos que vivían entonces en Europa (lograron liquidar 6 millones, poco más de la mitad). Su prolija lista incluía hasta los 200 judíos de Albania, los 1.300 de Noruega, los 3.000 de Portugal. Números irrelevantes que ni calzaban en las teorías conspirativas del nazismo.

Pero estaban las demás comunidades, más numerosas, que comprendían desde decenas o cientos de miles, hasta millones, que estimulaban el apetito genocida. Ningún miembro de ese antiguo pueblo tendría derecho a salvarse. Antes se había insistido en una Alemania Judenrein (limpia de judíos), ahora se anhelaba la «solución final del problema judío», un eufemismo que aspiraba a un rápido y fabuloso asesinato.

La elegante casona de Wannsee ocupaba un espacio bellísimo junto al lago del mismo nombre. Tenía senderos con rosedales que en aquella nefasta jornada no se lucieron por la temperatura invernal. Las puertas eran de estilo francés y el interior lucía una decoración refinada. Las deliberaciones se realizaron en el comedor, mientras se servía un frugal almuerzo. En ese ambiente confortable se planificó, sin el menor atisbo de piedad, el mayor crimen de la historia.

Se desempeñó como jefe del encuentro el general Reinhard Heydrich, quien dedicó el primer tercio de la reunión para efectuar un análisis pormenorizado del tema. Heydrich fue herido tres meses después en Praga por la resistencia checa y murió el 4 de junio del mismo año..

En esa reunión había puntualizado que Alemania ya extendía sus dominios desde el círculo polar ártico hasta el desierto del Sahara, y desde los Pirineos hasta los Urales. En el mundo existían muchos líderes, gobiernos e intelectuales que admiraban al Führer, algunos de un modo silencioso todavía. Dijo que ésas eran las buenas noticias. Las preocupantes, en cambio, provenían de la obstinada resistencia en el frente oriental y la negativa británica a rendirse.

Era pues el momento de poner fin de una buena vez a la «cuestión judía», un tema central del nacionalsocialismo. La «limpieza» realizada hasta ese momento mediante ejecuciones, marginación y emigración, tropezaba con dos obstáculos. Primero, en lugar de disminuir el número de judíos, las conquistas del Reich lo multiplicaron de forma alarmante. Segundo, la emigración había dejado de ser eficiente, porque los países del mundo habían cerrado sus puertos.

Este último dato revela la complicidad de casi todo el planeta en la tragedia del Holocausto. Ni siquiera los países involucrados ya, y que luego se involucrarían en la guerra, tuvieron la nobleza de ofrecer amparo a las víctimas de esa irracional persecución. Después de la Conferencia de Evian (Francia) en 1939, donde los países democráticos se excusaron por no recibir judíos en fuga, los nazis redoblaron su agresividad.

En 1942, la reunión de Wannsee optó por la masacre industrial como último recurso. No sólo lo avalaba su psicótica ideología, sino la actitud del resto de la Tierra. Desde que Hitler había asumido el poder en el año 1933, había lanzado decenas de «leyes raciales» cada año, destinadas a humillar y ahuyentar judíos. Las naciones se mantuvieron indiferentes. Las protestas sólo eran manifestadas por individuos o pequeños grupos. A Berlín llegaban mensajes de que los seres que los nazis pretendían hacer desaparecer no eran queridos ni respetados por nadie. El cierre de los puertos, cada vez más firme, demostraba que los judíos no eran aceptados en ningún lugar. Adelante, pues.

Los quince jerarcas reunidos en Wannsee intercambiaron opiniones sobre el ambicioso plan. Adolf Eichmann fue encargado de tomar notas sobre lo que se iba diciendo. Hubo coincidencias en la necesidad de proceder con aplomo, eficacia y celeridad. Los papeles redactados por Eichmann fueron después corregidos por Heydrich mismo, quien se ocupó de ocultar los verdaderos y diabólicos designios mediante eufemismos que ahora no presentan dificultad para ser traducidos a su real y atroz significado.

En Wannsee hubo un alucinante contraste entre la belleza del lugar y su demoníaco objetivo. Ese modelo fue copiado en los muchos campos de concentración y asesinato que se erigieron rápidamente en todos los países conquistados. En efecto, por un lado se expandía la miseria de prisioneros tratados peor que las cucarachas, y cuyo final era morir electrificados en las alambradas, mordidos y desangrados por los perros, baleados en divertidas competencias de los guardias, gaseados en cámaras que simulaban ser duchas y finalmente convertidos en humo negro por los infatigables crematorios. Por el otro, adheridos a ese repugnante báratro, se erigían las residencias de los jefes nazis con jardines, jaulas llenas de pájaros coloridos, piletas de natación, bibliotecas y hermosos salones con piano de cola, en los que se celebraban reuniones distinguidas. Era otra muestra de la esquizofrenia que suele soplar huracanadamente en el espíritu de los fanatismos.

Durante su juicio en Jerusalén, Adolf Eichmann confesó que en la Conferencia de Wannsee se habló de forma explícita, sin guardarse palabras. No obstante, él y Heydrich maquillaron el texto para evitar expresiones comprometedoras, como dijimos unos renglones antes. El objetivo fue sellado sin vacilación. Por eso, ahora es legítimo afirmar que el monstruo se alzó a partir de esa fecha con toda su potencia y descaro. En poco tiempo logró borrar incontables comunidades judías de Europa y asesinar a millones de seres humanos.

Una pregunta llena de angustia, frente a esos dos horribles aniversarios, es si la humanidad aprendió algo o seguirá repitiendo errores. © LA NACION