ACABADO PESAJ EMPIEZA MIMUNA

¿Qué es Mimuna? Mimuna es un festival celebrado originalmente por judíos marroquíes, pero que se ha sabido expandir en la cultura general israelí. Cada año, esta fiesta comienza durante el final de Pésaj -la pascua judía que conmemora el éxodo de Egipto- y en ella, se comen muchos alimentos que durante Pésaj están prohibidos, especialmente los productos hechos de kemaj, harina.

Y LA TRADICIÓN EN MIMUNA ES COMER MUCHAS COSAS DULCES!!! Mimouna Celebrations in Israel

Seder de Pesaj en el campo de concentración

Las condiciones de vida, en el interior del campo de concentración de Vaihingen eran horribles, sobre todo en el terrible invierno de 1944-1945.

Por Rachel Avraham

Fabricando matzá en el campo nazi

Fabricando matzá en Polonia, antes de la guerra.

Los judíos que vivían en este campo de concentración nazi venían del Ghetto Radom de Polonia y estaban destinados a trabajar como esclavos 12 horas al día sin interrupción.

Construyeron armas, excavaron túneles para los refugios antibombas, y efectuaron numerosos trabajos, sobre todo físicos, para los nazis que intentaban desplazar bajo tierra sus fábricas de armamento a causa de los intensos bombardeos de los aliados.

Las condiciones inhumanas y el trato de los prisioneros en el campo de concentración de Vaihingen eran causa de una tasa de mortalidad de las más altas entre  todos los campos de concentración.

Al principio solo los judíos vivían en el campo, más tarde los prisioneros franceses y alemanes fueron enviados allá también.

Hacia el final de la guerra personas enfermas y al final de sus vidas también fueron enviadas allí.

Pero a pesar del inimaginable sufrimiento que los judíos soportaron, continuaron celebrando el Seder de Pesaj.

Estaban decididos a preservar las tradiciones de sus antepasados, a pesar del riesgo que ello representaba en un campo de concentración nazi.

Un «habitante» del campo, Moshe Perl, cuyo testimonio se conserva en Inferno & Vengeance, había explicado:

«La gente del campo estaba acostumbrada a su miserable suerte. Veían costantemente la muerte ante sus ojos. Pero no se resignaban a comer ‘jamets en Pesaj. Se preguntaban: «Dónde podemos encontrar harina y patatas, y cómo podríamos cocer las matzot?»

Perl encontró una solución: «Poco tiempo antes de Pascua, uno de los SS del campo entró en el taller donde yo pintaba paneles indicadores. Me pidió que pintase dianas ficticias para el entrenamiento. Entonces tuve una idea. Le sugerí confeccionar grande dianas de madera recubiertas de sacos de papel, que estaban disponibles en gran cantidad en el almacén. Le dije que necesitaba harina, mucha harina, para pegar las fotos de soldados a las dianas. Me preguntó cuanta harina y le dije que necesitaría cinco kilos. Mi idea le gustó y dio la orden inmediatamente».

Los judíos cocieron la matzá en secreto, aun sabiendo que morirían si eran capturados.

Perl explica:

«En el campo recogimos vigas de madera. Encontramos una rueda entre mis herramientas con la cual fabricamos la matzá y nuestra «empresa de cocido» entró en su fase activa. Recogimos botellas de vidrio y las lavamos cuidadosamente, limpiamos la mesa con fragmentos de vidrio para amasar la pasta. Cocimos la matzá en mi taller teniendo la puerta y las ventanas herméticamente cerradas. Nuestro problema luego era esconder los matzot que habíamos logrado preparar tomando tales riesgos y encontramos la solución. Los escondimos bajo las tejas del techo del taller».

Cuando llegó la noche del Seder, veinte judíos que vivían en el campo de concentración de Vaihingen pudieron celebrar Pesaj. Además de la matzá comieron patatas y bebieron vino «casero» con agua y azúcar.

Pudieron incluso leer la Hagadá.

Justo antes de la invasión aliada, muchos de estos prisioneros fueron enviados a una marcha de la muerte hacia el campo de concentración de Dachau.

De los prisioneros que quedaron y vieron la liberación de los aliados, 92 de ellos murieron poco después por diversas enfermedades que sufrieron en razón de las condiciones atroces en el interior del campo.

Los nazis fueron capaces de destruir numerosas vidas judías, pero fracasaron en destruir el alma judía y en romper la voluntad indestructible de celebrar el Seder de Pesaj.

Fuente: Enlace Judío México

Video: ¿Qué significa ser libres?

Pulsa aquí para ver el Video: ¿Qué significa ser libres?.

¿Qué significa ser libres?

La mayoría de los israelitas no salieron de Egipto. ¿Cómo nos hacemos libres?

Portales añejos de Pesaj y Pascua

Por el Rabino Marcelo Polakoff de la kehila de Cordoba, Argentina.
Portales añejos de Pesaj y Pascua

Rabino Marcelo Polakoff

Algunos, sin saberlo, suponen que son alarmas. Parecen, pero no. En todo caso, es otro tipo de dispositivo pero con una función similar: la de dar cuenta acerca de movimientos importantes a través de las casas.

Es que en la mayoría de los hogares de las familias judías, sobre el marco de la puerta de entrada (tal vez en otras puertas internas también) es muy probable que se encuentre una pequeña cajita de aproximadamente unos 10 centímetros de largo por unos 3 centímetros de ancho, cuyo contenido principal está oculto en su interior.

Allí dentro, muy bien enrollado, descansa un diminuto pergamino de cuero animal que contiene dos párrafos bíblicos (tomados de Deuteronomio 6 y 11) que comienzan con una declaración de fe en la existencia de un único Dios.

Es la llamada “mezuzá”, un objeto que –con más de tres mil años de tradición encima–, persiste a través del tiempo y del espacio, más allá de todo estilo arquitectónico.

Su ubicación no tiene nada de fortuito, y está completamente entroncada con la fiesta de Pesaj.

Para comprender su sentido es menester remontarnos a tierras egipcias bajo el dominio de un tirano faraón que venía esclavizando por centurias al pueblo hebreo. El libro del Éxodo nos relata en detalle cómo fue esta primera gesta libertadora registrada por la historia y que –conducida por Moisés– tenía como objetivo central la constitución de una nación enraizada bajo el imperio de la ley divina, concentrada en la recepción de los Diez Mandamientos.

La salida de la servidumbre se produjo recién después de las 10 famosas plagas que azotaron al imperio más poderoso de la época con todo tipo de calamidades. La última de ellas –la muerte de los primogénitos– tenía como condición para los hebreos marcar con sangre de cordero el borde de sus puertas a fin de que la mortandad se “saltee” (“pesaj” en hebreo o “pascua” en griego ya latinizado) sus hogares.

¿Por qué precisamente en la puerta? Porque es el límite exacto entre el dominio privado y el dominio público. Porque es lo que conecta intimidad con comunidad. Porque es la frontera entre lo que se es puertas adentro y lo que se es puertas afuera.

Toda mezuzá, de alguna manera, recuerda aquel momento fundacional, un momento de temor supremo ligado taxativamente a la idea de la muerte, y en el que la puerta estaba indefectiblemente cerrada.

Sin embargo, ya a partir del primer aniversario de este hecho, en plena travesía por el desierto, y de allí en más sin interrupción alguna hasta hoy, más de tres milenios y tanto después, en las noches de Pesaj, en medio del encuentro de la cena familiar que reactualiza en cada generación la salida de Egipto, las puertas de los hogares paradójicamente requieren ser abiertas.

Al iniciarse el ritual –y mientras se abre la puerta de casa– se recita una antiquísima plegaria en arameo que reza: “Este es el pan de la pobreza que comieron nuestros antepasados. Quien tenga hambre que venga y que coma. Todo el que tenga necesidad, que venga y celebre con nosotros”.

No se puede festejar en plenitud la libertad a puertas cerradas. No se puede celebrar judaicamente Pesaj (y me atrevo a decir que tampoco la Pascua cristiana) sin compartir el alimento con quien le falta, y la compañía con quien está solo.

Casi al finalizar la cena, el seder, la puerta debe volver a abrirse una segunda vez. En este caso es para dejar entrar –simbólicamente– al profeta Elías, el responsable de anunciar la redención final, cuando todos los hombres y mujeres del mundo puedan convivir sin ningún tipo de opresión.

Portales añejos, cargados de sentido, que nos invitan una vez más a asomarnos al prójimo y, a través del prójimo, también asomarnos a Dios.

¡Jag Sameaj!

¡Me entiende, Sr. Secretario!

Esta semana celebramos Pesaj, la fiesta de la libertad. Una original narrativa de David Ben Gurión, escrita en su diario, nos ayuda a comprender su imponente significado y su extraordinaria magnitud.
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Cuenta Ben Gurión que en 1954, siendo primer ministro, viajó a EE.UU para reunirse con el presidente Eisenhower y solicitar apoyo y ayuda en momentos difíciles para el joven Estado de Israel.
En uno de sus encuentros con el entonces Secretario de Estado, John Fuster Dulles, éste lo encaró con un alto grado de soberbia: «-Dígame, Primer Ministro, ¿a quién representan usted y su Estado realmente? ¿Acaso los judíos de Polonia, Yemen, Rumania, Marruecos, Irak, la Unión Soviética o Brasil son la misma cosa? ¿Después de 2.000 años de diáspora es posible hablar de un solo pueblo judío, de una única cultura, tradición o costumbre judía?»
Ben Gurión le respondió: «-Mire Sr. Secretario: hace 200 años atrás zarpó de Inglaterra el navío Mayflower que transportaba a los primeros colonos que se instalaron en lo que hoy es la gran potencia democrática de los Estados Unidos de América. Le ruego que salga a la calle y pregunte a diez niños norteamericanos lo siguiente: -¿Cuál era el nombre del capitán del barco?; ¿Cuánto tiempo duró la travesía?; ¿Qué comieron los tripulantes durante el viaje? y ¿Cómo se comportó el mar durante el trayecto? Seguramente no recibirá respuestas puntuales.
Ahora fíjese usted: Hace ya más de 3.000 años que los judíos salieron de Egipto. Le pido que en algunos de sus viajes por el mundo, trate de encontrarse con diez niños judíos en diferentes países y pregúnteles: -¿Cómo se llamaba el capitán de dicha salida?; ¿Cuánto tiempo duró la travesía?; ¿Qué comieron durante el recorrido? y ¿Cómo se comportó el mar? Cuando tenga las respuestas y se sorprenda, trate de recordar y evaluar la pregunta que me acaba de formular. ¿Me entiende, Sr. Secretario?»

CONTROVERSIA NO ES DESLEALTAD

Por Jaime Naifleisch Aisenberg (y Medvedév, Rosen Ree, Kaplan…)

De Israel Eliézer, el Baal Shem Tov, profeta en los albores de la Modernidad, podríamos decir lo que de Ieoshúa el Nazareno, en la última etapa de la Antigüedad: los que se apoderaron de él, de su respetado y prestigioso nombre, pero no de sus ideas, lo han tergiversado hasta hacerlo irreconocible. ¿O tiene que ver el que llaman Jesús de Nazaret, divinizado, con lo que la religión organizada dice de aquél profeta, en cuyo nombre justifican todo lo que la Torá rechaza, la divinidad de un hombre, la sumisión a los señores, la sobrenatural espera de justicia post mortem y la renuncia a la procura de justicia posible aquí, donde tiene lugar la vida, la idea de cuerpo y alma como entidades separadas, la supremacía del varón sobre la mujer…? Y la judeofobia, nada menos.

Con el Baal Shem Tov como con Ieoshúa «fundadores» del jasidismo y del cristianismo, respectivamente, ha sucedido en la Historia lo que con todos y cada uno de los maestros que, con mayores o menores méritos de lucidez, han emergido de entre sus pueblos, han señalado caminos, y han sido usados luego para el engaño y la mentira.

Eliézer decía de los rabinos del gaón de Vilna, que siete veces pronunciaron jerem, excomunión, contra él: «leen la Torá, sí, pero estudian el Talmud».

Este maestro vive y predica su buena palabra en una de las áreas más atrasadas de Europa que se resistía a dejar de ser brutalmente feudal. El espacio en el que vivía la mayor parte de los judíos ashkenasim, y en la mayor miseria de toda la judeidad. (Adjunto un video que tal vez no conozcan).

Su época continuaba revuelta por la aventura de Shabtai Zvi, 1626-1676, un iluminado al que un hábil acólito había proclamado «meshiaj» y «fundador», cómo no, de la secta shabateanista, que aparece, obvia e impunemente, después de su muerte, como la de Ieoshúa, como la del Baal Shem Tov.
Difundiendo su nombre se divulgó en todo el mundo de dominio cristiano y musulmán el llamamiento –que no sería el primero ni el último– de dejarlo todo y dirigirse a la Tierra de Israel, reconstruir el reino, vivir correctamente y esperar allí al designado del Señor, el meshiaj, para dirigir a los justos en la lucha final por la justicia universal.

Decenas de millares de -diríamos– «sionistas» se pusieron en marcha, desde el Reino Unido y el Báltico hasta el norte de África y Polonia, y Turquía… Enterado el sultán de la Sublime Puerta, el centro imperial turco otomano, de esa barahunda demográfica que llenaba los caminos de desvencijados carruajes con familias, de gentes a pie, a caballo que se dirigían a ese rincón de sus dominios, el Distrito palestino de la Provincia siria, mandó llamar al líder. El musulmán osmanlí creía en la Torá, y en las supersticiones de sus súbditos israelitas, como era natural –y casi general– entre sus correligionarios hasta la irrupción del islamismo judeófobo.

¿Y si en verdad el tal Zvi ha recibido una señal de Dios? Quiso saber. Hay quien dice que estuvo presente en la audiencia tras unas celosías, lo cierto es que escuchado por sus visires el califa, preocupado por el desorden público que esas multitudes podían generar en las aldeas califales, instó a Shabtai Zvi a convertirse al Islam, so pena de muerte. Zvi se convirtió, y algunos de los suyos. De esa estirpe provienen los donmë, los musulmanes de origen judío, que han sido élite intelectual de Turquía, maestros en Saloníca de Kemal, el que transformaría el catastrófico final del Imperio otomano (1918) en la moderna República de Turquía que ahora los «moderados» (¿?) están hundiendo en la barbarie islamista.

La aventura de Zvi había tenido el mérito de revolver a la judería, aplastada, resignada a la impotencia, el atraso, la miseria, con una propuesta de renovación de sus vidas. Cuando en unas pocas regiones (Inglaterra, Flandes) el comercio fundaba la industria, se salía de la oscuridad con las ciencias liberadas del yugo clerical, y aún ni había atisbos de movimiento alguno en pro de los derechos humanos, de las libertades, que sacaran a los siervos de la gleba de la omnipotencia feudal, ni a los nuevos siervos, los obreros, de la superexplotación industrial. Ni el gran Moses Mendelssohn, 1729-1786, el tercer gran Moisés, con su Haskalá, reclamando a los judíos que se autoemanciparan, ni Revolución Americana con sus Derechos del Hombre (1776), ni Francesa (1789), ni guerras liberales napoleónicas en Europa (1799-1815), ni Congreso de Tucumán (1816, la libertad sigue viva entre los Libres del Sur), eran aún imaginables cuando el Zvi mueve a la gente en dirección a una justicia posible en la Tierra.
Pero la apostasía, el abandono de Zvi, causaría una profunda depresión en la mayoría de los hebreos, mientras se multiplicaban los falsos mesias, como el polaco Frank, luego bautizado.

En Vilna, Lituania, ya entonces llamada la Jerusalem de Vilna, vivían hebreos con un grado de prosperidad mayor, y una corte sinagogal rica, solemne, ritualista. Que hoy llamaríamos «ortodoxa», nombre que entonces no se aplicaba a nadie.
Con el propósito de impedir un nuevo desorden en la judería, los rabinos lituanos, guiados por el talmudista Elijah ben Shlomo Zalman, 1720-1796, multiplicaron los rigores de la liturgia. Conmemoraciones del ciclo anual se hicieron larguísimas y complicadas, como el Seder de Pesaj, como el Iom Kipur, como toda la práctica judía. Los manuales de halajá se alambicaron hasta el agobio ritual (El mantel, Mopat, para ashkenasim, y La mesa servida, Shuljan Aruj, para sfaradim, los más difundidos). Se trataba de mantener a los fieles muy ocupados, y bajo la palabra de los oficiantes oficiales, para que ningún loco subversivo se hiciera con las congregaciones. Las normas dietéticas del kasher, sus ayunos, el lugar de la mujer, ganaron en rigor.
Al sur de Lituania se extienden las tierras de Polonia, Galitzia, la Vukovina… donde vivía esa mayoría pobrísima, indefensa, cuya ritualidad era a su vez sencillo folclore, con muchos elementos tomados de los pueblos de su entorno, como el del kayin enhore, el mal de ojo, probablemente de raiz turca preislámica.

Aquí es donde aparece Israel Eliézer, digamos en esta somera reseña. Hondamente piadoso con el prójimo, el sabio rechazó el nuevo rigorismo, esa reforma religiosa que caía sobre los míseros aldeanos –que ya empezaban a ser maltratados por sus vecinos católicos a medida que los papas convencían a los obispos para que acabaran con la larguísima convivencia, nacida cuando los Jagelon (circa 1386-1572) establecieron la moderna Polonia e invitaron a los ashkenasim masacrados en Alemania, a radicarse en su nuevo país. Ashkenasim de habla ídica, claro, que están en los orígenes de la Polonia moderna, donde su mame loshn, su lengua materna, tuvo un segundo florecimiento (es base de la que hablan en Nueva York y en Mea Shearim los «ultraortodoxos»).

Sale el judehuelo de su choza con suelo de tierra (envío imágenes de ellos) a buscar algún sustento para su mishpoje (familia), donde seguro que hay enfermos y débiles, encuentra espinas de pescado que un restaurante de clientes cristianos y judíos ricos va a tirar, y las lleva a casa con mondas de papa, y algo más si tuvo suerte ¿y el gaón de Vilna le va a decir qué toca comer ese día, o si es día de ayuno, o que debe permanecer de pie dos días en el Iom Kipur…?

No, dice nuestro Baal Shem Tov, somos Hombres, hemos de tender al bien, no tender al Mal (iétzer ha Tov, lo iétzer haRa), los jukim (obligaciones incomprensibles) no nos sirven ni servimos con ellas a Dios. Vayamos a la Torá.

Eliézer no dejó nada escrito. A su muerte sus fieles eran mayoría en el centroeste de Europa, y habían desoido a los rabinos que los expulsaban de la judeidad. Entonces aparecen los santones. Rodeados de su Corte de hijos, nueras y yernos en general aprovechados, que cobraban a los que recorrían penosamente distancias para ir a ellos, a que les curen el mal de ojo, en busca de consejo (este es el talmudismo que llega hasta el Freud viejo, el de la Sociedad Psicoanalítica, con la idea de que si no puedes pagar al analista es que no te quieres curar). ¿Me caso con Rivke? ¿me mudo a otra aldea?

Ese es el jasidismo de los siglos posteriores, aniquilado en la Shoá. También bailan en la presunta tumba del segundo gran Moisés, Maimónides, 1138-1204, por cuyo racionalismo contra la reforma de Saadia Gaón, obediente al sultán de Bagdad, fue expulsado de Al Andalus, y viajó hasta encontrar la muerte nadie sabe dónde. Los seguidores de Saadia, verdadero fundador de la reforma religiosa del año mil, fundada en el talmudismo del segundo milenio… son los que hoy idolatran a Maimónides, bailando sobre esa tumba de Tiberíades.

Grandes aportes judaicos a la conciencia son la libertad intelectual para el ejercicio de la crítica profunda (Walter Benjamin), y la interpretación de todo discurso. Veamos Bereshit (Génesis) en sus primeros capítulos, donde se recogen dos tradiciones sobre la creación de los seres humanos. Ishá (mujer) creada desde ish (hombre), desde dentro suyo, para ser su compañera, sobre la que él se enseñorea; Ish e ishá, a ambos los creó, desde la tierra roja, «a ambos los bendijo». Dos visiones del mundo, dos escalas de valores. Dos paradigmas. Dos weltanshauung. Lástima que la mala vulgarización eclesial haya hecho predominar una y ningunear la otra, que ahí está, indeleble.

Siempre ha sido así. La Torá no es dogma, seguimos escribiéndola –con lucidez y torpeza, como en el primer milenio, donde unos profetas describen a otros como falsos profetas. Como hace dos milenios, Hillel y Shamai. La Torá, Torat jaím, Torá para la vida, como la misma vida, es cambio: cada generación ha de afrontar sus propios desafíos, ha de debatir libremente, ha de dar golpes sobre la mesa si es preciso, ha de evitar a toda costa que la sangre llegue al río. Esa conducta correcta supera el valor eventual de las diferencias. El asesinato de Itzjak Rabin dista de ser norma entre israelitas en este mundo siempre ensangrentado.

Nunca hubo en un yishuv (judería de un lugar) una sola sinagoga para todos. No olvidemos a «Robinson Krusovich», que en su isla de náufrago, construyó tres templos. Un Bet am (Casa del Pueblo) era la suya, otra la de esos amigos que te invitan a un brit milá, a un bar mitzvah y ¿cómo no ir? «¿Y la tercera?» preguntó entonces el marinero que fue a rescatarlo, ¿Esa? Vist mishuge? (¿estás loco?) ¡A esa no voy ni que me maten.
En mi propia familia, rabinos, comunistas, sionistas, reformistas, jaredim, asimilados… han llegado a no hablarse durante un tiempo, ni cuando coincidían en el cementerio y lloraban a su madre. La Guerra Fría fue uno de los períodos de prueba más feroces, casi todos caímos en él, y nos enfrentamos, o nos dimos la espalda. Pero sabiendo, todos, o acaso casi todos, que discrepancia no es deslealtad. Esa conducta correcta añade valor a todos los planteos, y morigera lo que hubiere de erróneo o de insuficiente en ellas.

Sfaradim, ashkenasim (¿por qué con zeta?) teimanim, falashim… iekes, lítvake, ruski, osmanlí… Todo cabe, todo puede caber en la Torá. Lo que consideramos correcto y lo que incorrecto. Ibn Ezra, Maimónides, Najmánides, el Rashi, Luria, Spìnoza, Shabtai Zvi, Salomón Zalman, Israel Eliezer, Mendelsohn, Holdheim, Moses Hess, Heschel, Luzatto, Pinsker, Arkadii, Medem, Hertzl, Mandelstam, Ajad Haam, Mijoels… el aluvión de 1880-1940…, si no los consideras tuyos, aun si a unos más que a otros, o si adoras a alguno, puede que no hayas entendido el judaísmo, ese que «es irreductible al análisis», según Freud, ese enigma que no nos explicamos ni los judíos ni las gentes de otros pueblos.

Un Seder de Pesaj en el kibutz de hoy

Al estilo tradicional, con la conducción de un rabino

Hace un tiempo escribí sobre Iom Kipur en el kibutz; hoy relataré un Seder de Pesaj.
Nos referimos al kibutz a raíz de los cambios socioeconómicos operados de lo que fuera en su origen y, durante años, el símbolo del jalutzianismo, del patriotismo y del ideal de la colonización comunitaria en Eretz Israel.

La idealización del grupo social colectivo, los asentamientos lógicos, los jóvenes patriotas que se sacrificaban en aras del ideal sionista, orgullosos de su vida modesta, sin grandes pretensiones materiales, superfluas; sólo conquistar, marcar y defender los límites de la patria en marcha.

Así los pintaban desde las organizaciones juveniles, hasta su gradual evolución y transformación, hasta llegar hoy a la privatización, a los salarios diferenciales, a la nueva estructura económica, incluso a la nueva corriente ideológica, hasta llegar al momento en que en un programa televisivo se lo tituló “Sof Kibutz» (“Fin del kibutz»). Entonces yo reaccioné y dije no “sof kibutz», sino “kibutz ajer», diferente.

En la sociedad humana, como en la naturaleza, hay un gradual proceso de evolución, así como en la economía en general llegamos del ancestral trueque, el más primitivo comercio, a la macroeconomía actual, también en la sociedad y en el pensamiento kibutziano se operaron grandes transformaciones.
Pero felizmente hay valores permanentes, principios, sentimientos, que no cambian; se modernizan, pero su simiente, su “livá», como se dice en hebreo, su carozo diría yo en traducción libre, permanecen.

Mientras escribía se me ocurrió una disgresión linguística: livá viene de lev, ¿carozo vendrá de corazón? Los valores permanentes quedan incólumes, intocables.

Tuve el privilegio de participar en el Seder en el kibutz Yifat donde vive mi hijo con su familia, en el Emek. Y viví una agradable sorpresa, muy agradable para mí por la forma en que se ofició.
En muchos kibutzim ya no se celebra el Seder colectivo en el comedor, al que solían asistir todos sus miembros con sus familias, sus invitados, con un programa adecuado, donde se leía una Hagadá especialmente escrita, con modificaciones y agregados, de acuerdo con la ideología kibutziana y la vocación literaria en cada caso. Lo mismo las canciones; además de las tradicionales y números artísticos apropiados. Era la gran concentración de la familia kibutziana, del colectivismo, de estar juntos e iguales.

Hoy prima el individualismo. Muchas familias o se reunieron en grupos o privadamente celebran el Seder en sus casas, a su manera. Aquí también rige la privatización.

Pero en Yifat, un grupo de familias, que sin duda extrañaban aquello de estar juntos, de conservar lo tradicional, decidieron seguir con la norma y organizaron el Seder como antes, en el comedor, todos unidos, sólo que en lugar de que asistieran dos mil personas, reunieron cuatrocientas. La mayoría familias jóvenes, de mediana edad, que sin duda extrañaban aquello de juntos. Pero lo más admirable y digno de señalar es la forma y el rito de la celebración, del oficio.

El comedor adornado con sus mejores galas, los cuadros y afiches alusivos, las flores, las mesas festivas, los niños con su marcha con las espigas y sobre todo, la lectura de la Hagadá tradicional, la Hagadá sin modificaciones ni innovaciones, pero un tanto reducida; se volvió al añejo texto consagrado. Sin duda se sintió la necesidad de respetar y vivir lo eterno.

Una nota interesante digna de comentario y que nos hizo pensar: el Kidush, la bendición del vino, lo hizo un joven jabadnik, fue javer kibutz, jozer betshuvá, con la vestimenta clásica, coreado por muchos del público. Lo ilustró con un relato jasídico, que resumo más o menos así:

“El alma humana está compuesta por dos almas, por dos elementos: el alma animal y el alma divina. La primera es la cáscara, del envoltorio de ella provienen todas las tentaciones y vicios derivados de la naturaleza. La segunda es la parte divina, santificada. Cada alma tiene una porción del soplo divino en mayor o menor proporción y esto establece las categorías humanas.»

Lo relató con devoción y emoción.

Se comentó que muchos jóvenes nacidos en los kibutzim, y no hablo de kibuzim religiosos, se volvieron creyentes, constituyeron sus familias, visitan a sus padres y viceversa, en armonía y respeto mutuo.

Es curioso el fenómeno de jóvenes nacidos, educados y formados en ambientes laicos, en hogares francamente anti religiosos, que no observaban los ritos, algunos, a lo mejor después de haber ido a “buscarse a sí mismos» a la India o a otras partes del mundo, vuelven a sus fuentes y hasta pasan al otro extremo.

Confieso que sin ser jaredit (ortodoxa) ni practicante estricta, prefiero el verbo jozer, vuelve, al verbo ozev, abandona. El joven jabadnik me hizo pensar y recordar que lo que citó figura en el Tania.

El Tania es la obra maestra del Rabí Shneur Zalman de Liadi, que es la expresión de síntesis del Rabinismo con el Jasidismo en las tres escalas del conocimiento: sabiduría, inteligencia y pensamiento (Jabad).

Al respecto dice Buber en su libro “Amor a Dios y amor al prójimo»: “Muchos librepensadores pueden aprender del Jasidismo que hay una cosa que es la Santidad; muchos piadosos pueden aprender en qué consiste la Santidad».

Y todo esto, gracias a un Seder en el kibutz, kibutz diferente, pero el mismo en su esencia en su judaísmo.

Fuente:
http://www.aurora-israel.co.il/articulos/israel/Festividades/28399/

Notas:

Livá, en este contexto sería «esencia».
«Carozo», en versión argentina, «hueso» en versión española, efectivamente tiene relación con «lev», corazón, como se observa en francés coeur y en inglés core
Pocket Oxford Spanish Dictionary © 2005 Oxford University Press:
core1 /kɔ:r / || /kɔ:(r)/ sustantivo (of apple, pear) corazón m;
(of Earth) centro m;
(of nuclear reactor) núcleo;
(of problem) meollo m
core2 verbo transitivo ‹apple› quitarle el corazón a

Diccionario Espasa Grand: español-francés français-espagnol © 2000 Espasa-Calpe:
cœur
m
1. (órgano) corazón;
maladies du c. enfermedades del corazón;
c. artificiel corazón artificial;
à c. ouvert fig a corazón abierto.
2. (cartas) corazones.
3. (parte central) corazón, cogollo;
c. de palmier palmito;
au c. de en medio de.

Quien se ha comido el Afikoman?

SEDER DE PESAJ 2010

SEDER DE PESAJ2010.

SEDER DE PESAJ

Sábado 27 DE MARZO 2010

21 h

Restaurant Mannelli – c/Acadèmia, 19 – Lleida

MENUÚ

Al estilo Ashkenazí

Paté de Pescado Guefilte Fish

Al estilo Sefardí

Cordero al horno con verduras salteadas y ensaladas varias

(En bandejas para servirse a discreción)

Al estilo Israelí

Ensalada de frutas naturales del tiempo con dátiles y nueces

INCLUYE BEBIDAS

Refrescos, minerales, vino Kosher*

Cafetería

PRECIO POR PERSONA: 18,00 € iva incluido.

El vino Kosher y la matzá no están incluidos en el precio. Se aportan por separado y reparte el gasto según consumo entre los asistentes (no superior a 2 €/u)

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Seder de Pesaj

Pesaj

Pésaj es sin duda la fiesta predilecta del pueblo judío. Aun en los hogares menos tradicionalistas, se celebra con el propósito de renovar el recuerdo del Éxodo, lo que marca el inicio de la vida nacional hebrea.

Por su significado histórico, y porque más que ninguna otra es una fiesta hogareña, la celebración de Pésaj pone una nota de júbilo y esperanza en una nueva liberación. Los judíos nos volcamos hacia el pasado y desde él enfrentamos el porvenir; cada año alentando la misma ilusión: la salvación del pueblo una vez más.

Junto a su contenido histórico, está su relación con la naturaleza. Pésaj es también la fiesta de la primavera, ya que conmemora dos transformaciones felices: la del esclavo en individuo libre, y la del suelo desnudo en campo floreciente.

Semanas antes, en los hogares reina una actividad inusitada: la vajilla, la mantelería, los enseres de cocina, todo ha de andar en danza en los días previos a la fiesta; se elaboran condimentos y vinos especiales, se asegura la provisión de ingredientes ázimos. Tales preparativos insumen varios días pero cuando el calendario anuncia: 14 de Nisan, Erev Pésaj (víspera de Pascua), toda la casa parece tocada por un espíritu nuevo.

También se la llama Zman Jerutenu, es decir, época de nuestra liberación.

La festividad dura ocho días. Los dos primeros y los dos últimos son Yamim Tovim, días festivos, y los cuatro del medio Jol Hamoed, o semi festivos.

Pésaj significa “pasar por encima” en referencia a que la plaga de los primogénitos en Egipto respetó las casas de los judíos.

La Matzá sustituye estos días al pan común, y se prepara solo con harina de trigo y agua. Su presencia en la mesa nos recuerda que, hacia la medianoche, el pueblo entero, con sus mujeres, niños y rebaños, conducidos por Moisés, salieron apresuradamente de Egipto, sin darle tiempo a la masa a fermentar. La Matzá, o Lajmá Anyá, es el pan de los pobres, infunde justicia y bondad en las conciencias e induce a no abusar del poder, a velar por el derecho del prójimo y a ayudar al necesitado.

La fie sta hogareña de las dos primeras noches se llama Séder (orden) y su ritual está detallado en la Hagadá, librito que contiene las prácticas que se seguían en el Templo de Jerusalem y que se lee en esta fiesta.

Desde la destrucción del segundo Templo, Pésaj se festeja solo en el hogar, con la participación de toda la familia. Padres, hijos y nietos se reúnen alrededor de la mesa del Séder: cada uno tiene su papel, especialmente los niños.

La puerta de casa permanece abierta esa noche, y antes de sentarse a la mesa, el dueño de la casa se asoma y anuncia que aquel que tenga hambre, pase y coma.

El ceremonial del Séder se remonta a 2000 años atrás, y su ritual abarca todo el curso de la cena, desde el primer plato hasta los postres. Se involucra a los niños con la intención de transmitirlo a las nuevas generaciones.

El Jametz está prohibido estos días. Jametz es todo alimento a base de cereales fermentados, que debe desaparecer de la casa antes de la víspera de Pésaj y durante los ocho días.

En los hogares tradicionalistas esta medida se cumple tan rigurosamente, que se examina cada rincón de la casa para detectar cualquier rastro de Jametz. Los utensilios que se usaron durante el año, incluida la vajilla y la loza, se sustituyen por otros, especialmente destinados para la fiesta: Kasher le Pésaj. Si no se dispone de otra vajilla, se los somete a un proceso de Kasherización, que consiste en poner los utensilios al rojo o sumergirlos en agua hirviendo, para eliminar todo resto de Jametz.

Todas estas tareas deben quedar terminadas para el 13 de Nisan. Esa noche, el dueño de casa, lámpara en mano, recorre en compañía de otro miembro de la familia, todos los rincones de la casa y la examina cuidadosamente. Es lo que se llama Bdikat Jametz.

Los judíos somos “el pueblo del libro”. No es de extrañar que el acontecimiento más importante del principio de nuestra historia se haya perpetuado en un monumento literario: la Hagadá, o sea, narración. Se trata de un libro modesto, pero es el más popular de la literatura hebrea. Presenta en forma de antología un esquema simple del origen del judaísmo, desde nuestros primeros antepasados, pasando por los patriarcas y las tribus hebreas en Egipto hasta el Éxodo.

La noche del Séder, cada padre debe relatar a su hijo la historia del Éxodo. Así se formó esta tradición, con sus preguntas y respuestas, con sus cánticos, con ligeras discusiones. La Hagadá tiene que estimular el interés del niño por el glorioso pasado de su pueblo, familiarizarlo con los episodios vividos por sus antepasados, e infundirle fe y esperanza para enfrentar su destino como judío.

La mesa se adereza con sus mejores accesorios, y relucientes candelabros con velas encendidas distinguen la festividad.

Frente al jefe de familia, se coloca la Keará, bandeja del Séder, una fuente con dibujos alusivos a los símbolos del Séder.

  • El Zroa– hueso asado que recuerda el cordero que se brindaba como sacrificio cuando existía el Templo.
  • El Maror- hierbas amargas que recuerdan los duros momentos vividos en Egipto.
  • El Jazeret– lechuga cuyas raíces son ligeramente amargas.
  • El Jaroset– mezcla de manzanas y nueces trituradas, con canela y vino; para evocar el barro con el que preparaban ladrillos para construir las fortalezas de Pitom y Ramsés.
  • La Beitzáhuevo asado- símbolo de duelo por la pérdida del Templo. Su forma sugiere lo tornadizo de la fortuna, que gira caprichosamente: un consuelo para el judío afligido por momentos difíciles, y una amonestación para el favorecido.
  • El Carpas– verduras (perejil, lechuga o rabanitos) y un bol con vinagre o agua salada. Al principio de la cena, se toma una porción remojada en agua salada, como solía hacerse en tiempos antiguos.

También junto al cabeza de familia, hay tres Matzot, dispuestas sobre la bandeja o en plato aparte, y cubiertas con un mantelito bordado especial de Pesaj.

Por último, se sirve el vino antes de sentarse a la mesa, reservando una copa llena para el profeta Elías, huésped invisible de las cenas pascuales. Se beben cuatro copas, una por cada expresión con que la Torá menciona la redención de Israel: Hotzeti «os sacaré… de los trabajos forzados de los egipcios», Hitzalti «os libraré… de su servidumbre», Gaalti «os redimiré… con el brazo extendido» y Lakajti «os tomaré… por mi pueblo.»

La quinta mención es Heveti «os traeré… a la tierra de Abraham, Isaac y Jacob». Es la Quinta Copa, que no se bebe, por las largas centurias del exilio en que se consideraba una promesa por cumplir. Es la Copa de Eliahu.

El año que viene en Jerusalem