Nuestros descendientes ya no tendrán acceso al testimonio vivido del holocausto, habrá que fiarlo todo a los maestros
Por Francesc-Marc Álvaro | 01/06/2009
Haber quedado al margen de las dos grandes guerras mundiales que convirtieron el pasado siglo XX en un matadero a gran escala creó tanta ignorancia en las Españas como los cuarenta años de franquismo.
En este sentido, basta con cruzar los Pirineos para comprobar, todavía hoy, que somos unos europeos bastante raros, marcados por ciertas lagunas insalvables. Una de ellas, muy importante, es no haber tenido experiencia directa en nuestra sociedad del exterminio planificado de los judíos de Europa a manos del régimen de Hitler.
Para nosotros, ciudadanos de un Estado tan peculiar que un dictador de los años 30 perduró hasta 1975, el holocausto es una referencia lejana que nos ha llegado a través del cine y la televisión. La consciencia del asesinato de seis millones de personas en los campos nazis, la tragedia sin comparación posible que los judíos denominan shoah, no forma parte de nuestra cultura política. Y esto se nota a diario. Docenas de debates públicos se desarrollan en nuestro país sin asumir esta premisa histórica, extremo impensable en la mayor parte de Europa.
No exagero si afirmo que, con todas las excepciones que se quiera, el desconocimiento de nuestros jóvenes sobre esta página única de la historia europea es sobrecogedor. Se considera que, en general, nuestros escolares saben poca historia, así ocurre, por ejemplo, con la Guerra Civil. Pero la ignorancia que impera sobre el holocausto rompe todas las previsiones.
Recientemente, charlando con un chico que culminó con éxito los estudios de secundaria y ahora trabaja en el negocio familiar, pude comprobar hasta qué punto un ciudadano nacido y crecido en democracia puede ser completamente ajeno a los datos básicos de un acontecimiento cuya trascendencia y densidad histórica, política y moral han transformado radicalmente la forma de pensar y de actuar de toda la humanidad, no sólo de los judíos, de los alemanes o de los europeos. Una situación de este tipo es menos habitual entre jóvenes franceses, italianos, belgas, holandeses, austriacos, checos, húngaros o polacos. Estas sociedades no han podido eludir el trauma colectivo que supuso para ellas la destrucción de los judíos.
La educación es la base. Europa se reconstruyó, a partir de 1945, haciendo pedagogía contra la experiencia nazi. La España democrática, en cambio, tuvo otras urgencias, antes que poner la historia al día: estabilizar un sistema de partidos, crear un diseño territorial, modernizar un ejército, ingresar en las comunidades europeas… Hoy, con más calma, podemos empezar a rellenar muchos huecos. Así lo ha entendido Agustí López, alcalde de Sort y diputado de CiU en el Parlament de Catalunya, al presentar una propuesta para que el Departamento d’Educació de la Generalitat establezca acuerdos de colaboración con Casa Sefarad-Israel, para impulsar la formación de los profesores de historia de secundaria en el holocausto y otros genocidios.
López observa que la presencia de educadores de Catalunya en las interesantes actividades especializadas que realiza Casa Sefarad-Israel es muy reducida. En su exposición de motivos, el diputado también remarca un dato que merece ser considerado seriamente: las vidas de nuestros estudiantes están cada vez más lejos, en todos los sentidos, no sólo cronológicamente, de hechos como la Guerra Civil o el holocausto. Añadamos a ello la inexorable desaparición de los últimos supervivientes de aquel horror, los únicos capaces de desmentir con su sola presencia y memoria a los miserables que se atreven a negar la verdad de los hornos crematorios. Nuestros descendientes ya no tendrán acceso al testimonio vivido del holocausto, habrá que fiarlo todo a los libros y a los maestros.
La iniciativa de Agustí López debe ser escuchada y acogida con interés por el conseller Maragall y por los docentes. Es un proyecto que trata de dar mayor consistencia cívica a nuestra memoria colectiva. El alcalde de Sort sabe de qué habla, pues en esta localidad existe, desde el 2007, un pequeño museo dedicado al impacto de la Segunda Guerra Mundial en la zona, cuando allí coincidieron militares aliados, fugitivos de la Francia ocupada y judíos de todo el continente. Como ha estudiado bien el historiador Josep Calvet, fueron muchas las personas judías de varias nacionalidades que vieron en los Pirineos una puerta hacia la libertad. No sólo Walter Benjamin. En función del celo de los funcionarios y de los avatares de la guerra, se dieron historias trágicas y otras con final feliz, sin olvidar que el régimen de Franco fue cómplice de las deportaciones. Sólo la ineficacia burocrática y el valiente papel de algunos diplomáticos españoles, como ha documentado Eduardo Martín de Pozuelo en su premiada serie en ‘La Vanguardia’, frenaron algo esa infame colaboración.
Sobre el papel, en primero de bachillerato, en la modalidad humanidades y ciencias sociales, dentro de Historia del Mundo Contemporáneo, se aborda el genocidio de los judíos. A la vista de los resultados, hay que profundizar en estas lecciones. Tampoco se comprende que en tercero de ESO, y dentro de Educación para la Ciudadanía, se estudien los Derechos Humanos, la democracia y la diversidad sin mencionar para nada –al menos, en los libros de texto que he consultado– la ‘shoah’. Explicar en las aulas lo que fue el mal radical –por decirlo a la manera de Jorge Semprún– es tarea urgente y un deber para con nuestros hijos. Su ignorancia nos acusa.
Fuente: La Vanguardia
Filed under: Amigos de Israel, Cultura, Historia, Prensa, Shoá | 3 Comments »