¿Quién fue el niño del gueto?

La imagen del Gueto de Varsovia de 1943. | US Holocaust Memorial

La imagen del Gueto de Varsovia de 1943. | US Holocaust Memorial

  • Un libro disecciona la imagen más simbólica del Holocausto judío…
  • Pero no consigue identificar a su protagonista principal

Sal Emergui | Jerusalén

Actualizado miércoles 23/03/2011 12:15 horas

La imagen del niño del gueto de Varsovia, apuntado con un fusil, las manos en alto y la cara aterrorizada, retrata no sólo un momento ordinario del Holocausto; retrata la extraordinaria crueldad nazi aunque no se vea ni una gota de sangre. La imagen vale más que mil palabras; vale años de investigación sobre la maquinaria asesina del Tercer Reich y sobre la angustia de los protagonistas de la foto-símbolo.
En otras palabras, ¿qué ha sido de ese niño? ¿Sobrevivió? ¿Qué pasa con las dos presas judías en primer plano y los tres soldados alemanes a su alrededor?
Preguntas que se hizo Dan Porat, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén y especialista en la Shoa. La imagen del niño se convirtió en su obsesión. En una visita en el 2004 al Yad Vashem de Jerusalén, donde se honra y homenajea a las víctimas del Holocausto, Porat escuchó a un guía explicar que «el niño sobrevivió, estudió Medicina, se convirtió en doctor en Nueva York; hace un año emigró a Israel».
El profesor escuchó sobrecogido. Deseaba creer ese relato para dar un nombre y apellidos a la estampa. Una historia a la cara del niño. Una biografia a la que apoyarse. Quizá, también, como lección de superviviencia al horror. Pero necesitaba algo más que palabras para calmar su curiosidad académica y personal. Conectado a los asustados ojos del niñoencerrado en el infierno de 1943, Porat decidió investigar hasta el último rincón de la foto. El resultado es su obra ‘El niño: una historia del Holocausto’, donde sigue e intenta recomponer las piezas del demoledor puzzle visual.
«Muchos supervivientes han dicho que son o creen ser el niño de la foto», comenta Porat que confiesa con tristeza que no ha podido dar con su auténtica identidad. Tampoco confirmar si sobrevivió o, por el contrario, fue asesinado como el millón y medio de niños judíos en los campos de exterminio nazis.
En su trabajo, el profesor pone en duda la teoria más extendida, según la cual el niño es el doctor Tsvi Nussbaum, que hace 31 años afirmó que creía ser el protagonista de la foto. Según él, la imagen se tomó en Varsovia en julio de 1943. Sus padres habían sido asesinados antes en la localidad polaca de Sandomierz, a 125 kilómetros. Porat cree que Nussbaum se confunde. En primer lugar, sostiene el profesor,Nusbaum no estuvo en el gueto en el momento de la sublevación y posterior represión. El crío estaba refugiado con sus tíos en Varsovia pero fuera del gueto. Décadas después, Nusbaum recordó un momento de su infancia en el que fue apuntado por un militar nazi como ocurre en la fotografía. Escenas así se produjeron miles de veces sin que nunca llegaran al objetivo de una cámara.
Porat indica en su libro que si la versión Nussmbaum fuera cierta y la foto hubiera sido tomada en verano, no se entiende por qué las personas fotografiadas iban vestidas con ropa de invierno. Y otra pregunta: ¿Cómo pudo ser en julio si la imagen fue entregada el 2 de junio en un informe especial al jefe de los SS, Heinrich Himmler?
Más fácil parece reconocer la identidad del militar nazi que apunta al niño con su arma. Se trata de Josef Blosche, apodado en el gueto judío como ‘Frankenstein‘ por su extraña y cruel afición (no tan extraña en esos años) de disparar a niños y mujeres judías embarazadas.
La imagen fue tomada, seguramente, por Franz Konrad, un oficial nazi nacido en Austria y apodado ‘el Rey del Gueto’, con todo el significado negativo que uno puede imaginar. Como muchas de sus fotos, quedó registrada en el llamado ‘Informe Stroop’ en honor a su autor, el oficial Juergen Stroop. Encargado de aplastar el gueto en la primavera del 43, Stroop ordenó incendiarlo después. Hecho el trabajo, el oficial escribió unas palabras famosas e infames: «El barrio judío de Varsovia ya no existe».
En la búsqueda del niño judío, Porat se encontró con las tres figuras del lado oscuro: El fotógrafo, el oficial y el soldado. Los tres fueron llevados posteriormente a un tribunal y ejecutados por sus crímenes.
Unos crímenes documentados en millones de papeles, datos, diarios, cartas, testimonios, libros, vestimentas, restos de zapatos, películas y fotos. Aunque pocos objetos tienen la fuerza que irradia la impotencia del niño del gueto de Varsovia. Una imagen vale seis millones de víctimas.

Historias de la desesperación

LITERATURA | ‘La penúltima frontera’

Una de las imágenes que ilustran 'La penúltima frontera'. | Cortesía de Global Rythm PressUna de las imágenes que ilustran ‘La penúltima frontera’. | Cortesía de Global Rythm Press 

  • Casos dignos de película de víctimas del fascismo que huyeron a España

Paula Juan | Madrid

Jenny Kehr fue una judía alemana que huyó del nazismo. Su marido falleció en prisión en 1939 dejando a la joven completamente sola con sus dos hijas. Pero, un año después, Kehr fue trasladada, junto a más de 6.500 judíos, a Gurs, un horrible campo de concentración del sur de Francia. De allí consiguió escapar junto a doce hombres, entre los que se encontraba Max, su nuevo amor, al que había conocido en el campo.

Nada más cruzar los Pirineos fueron detenidos. Él fue a parar al campo de concentración de Miranda del Ebro (sólo para hombres). Ella, a la cárcel de mujeres de Barcelona para ser ‘entregada’ a los alemanes que ya habían ocupado Francia. Pero Kehr prefirió poner punto final a su historia y se suicidó (la causa de la muerte en su certificado de defunción es «asfixia por suspensión») en su celda.

Rosa Sala Rose, autora de ‘La penúltima frontera. Fugitivos del nazismo en España’ (Editorial Papel de liar), contactó con las dos hijas que Jenny Kehr tuvo con su marido, Ursula y Marianne. Al comunicarse con ellas -habían logrado escapar a Inglaterra-, advirtió que «tenían una versión muy distinta del trágico final de su madre». De hecho, no supieron de la muerte de su progenitora hasta mediados de 1943.

'La Penúltima frontera'. | Papel de Liar‘La Penúltima frontera’. | Papel de Liar 

Casos como este salen del olvido en ‘La penúltima frontera’, que rescata algunos de «los llamados ‘expedientes de frontera'» del Archivo Histórico de Girona, explica la autora, Licenciada en Filología Alemana y Filología Románica. «Sólo quedaron registradas las personas que fueron arrestadas por paso ilegal de frontera», destaca. «Apenas tenemos datos de quienes lograron esquivar los innumerables controles gracias a la buena suerte o a la ayuda de redes de evasión, por lo que resulta difícil plantear una estadística [de los exiliados a través de los Pirineos]», comenta.

El historiador Josep Calvet, experto en la materia, estima que unos 80.000 refugiados pasaron en total por España durante la Segunda Guerra Mundial, de los cuales 50.000 fueron detenidos por las autoridades franquistas.

En los 23 testimonios que componen el libro, Sala Rose evidencia que los refugiados eran personas de todas las condiciones. El objetivo de la autora era conocer por qué huían, cuáles eran los motivos que les hacían ‘saltar’ la frontera, cuál era su procedencia…. Un profundo reportaje de investigación que le llevó «aproximadamente un año de intenso trabajo».

Uno de los testimonios que más impacto tuvo en la investigadora es el de Karol Radewicz, un joven de 16 años al que le pudo la desesperación. «Tras haber perdido a sus padres en un bombardeo alemán en 1939 atravesó sólo, y sin medios, toda Europa hasta cruzar los Pirineos» , explica Sala Rose.

Karola era mudo, por lo que los guardias civiles que le encontraron deambulando camino de Barcelona no pudieron interrogarlo hasta dos días después, por escrito y en francés. La angustia que supuso para él que lo trasladaran al Hospicio Provincial de Nuestra Señora de la Misericordia en Gerona llegó a tal punto que el administrador escribió al gobernador civil sobre Karol: «Viene manifestando desde hace días sus propósitos de suicidarse, por lo que ha sido necesario, dado su estado de excitación, tenerlo sometido a una constante vigilancia».

En esta carta se adjuntan unas palabras (en francés) del propio Karol: «No puedo quedarme aquí porque para mí el mundo ha terminado y no querría matarme en esta casa porque eso a usted le causaría tristeza». Así, el joven polaco salió «definitivamente por orden gubernativa» del país por Portbou. Y poco más se sabe de la historia de este chico que cruzó «tan secretamente [la frontera] como la había atravesado».

Sala Rose buscaba con este libro «devolver su historia a personas que fueron víctimas de los acontecimientos y que, de otro modo, habrían quedado en el olvido». Y para que todo se recuerde, la autora invita a «quienes puedan aportar datos adicionales sobre todos estos casos» a que se pongan en contacto con ella a través de una dirección de email (historiasdefrontera@gmail.com).

Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/2011/02/11/cultura/1297453676.html

Holocausto – Los Campos de Concentración Al Descubierto 1 Parte

Este es un documental que les ayudará a comprender mejor el Holocausto que fue provocado por la brutalidad Nazi en la segunda guerra mundial.

Este es un documental recomendado para mayores de 18 años edad, ya que contiene escenas fuertes que pueden alterar la sensibilidad del observador, véalo bajo su propia responsabilidad.

 

Fuente: https://www.facebook.com/group.php?gid=146523878709566

EL TRAJE DE NOVIA QUE HIZO HISTORIA

Lilly Friedman no recuerda el apellido de la mujer que diseñó y cosió el traje de novia que ella usó cuando avanzaba lentamente por el pasillo del templo hace aproximadamente 60 años. Pero la hoy abuela de 7 niños recuerda la primera vez que le dijo a su novio Ludwig que siempre había soñado casarse con un vestido blanco. El supo entonces que tenía por delante una tarea a su medida.

Para el joven alto y descarnado de 21 años que había sobrevivido al hambre, la enfermedad y los castigos, éste era un desafío diferente. ¿Cómo iba a conseguir tal vestido en el campo para exiliados de Bergen Belsen si todos se sentían agradecidos por la ropa (única que poseían) que llevaban puesta?

Pero el destino intervendría en la persona de un ex-piloto alemán que apareció en el centro de distribución de alimentos donde trabajaba Ludwig, ansioso de poder negociar y sacarse de encima un maltrecho paracaídas.
A cambio de dos libras de granos de café y un par de atados de cigarrillos, Lilly tendría su vestido blanco para la boda.

Durante dos semanas Miriam (la costurera) trabajó frente a la azorada mirada de un prisionero como ella diseñando cuidadosamente los 6 paneles del paracaídas hasta convertirlos en un sencillo vestido de mangas largas con un cuello enrollado, una estrecha cintura y un lazo que se anudaba detrás en un moño. Cuando el vestido estuvo terminado la costurera se las ingenió para convertir el resto de los materiales en una camisa para el novio.
Un vestido de bodas blanco podría parecer un capricho frívolo en medio del paisaje surrealista de ese lugar, pero para Lilly el vestido simbolizaba la vida normal e inocente que en algún momento habían conocido ella y su familia antes de que el mundo se degradara hasta llegar a la locura.

Lilly y sus hermanas habían crecido en un hogar observante de la Torá en la pequeña ciudad de Zarica, en Checoeslovaquia, donde su padre era maestro respetado y querido por los jóvenes estudiantes de la yeshiva en la que ejercía en la cercana Irsheva. Él y sus dos hijos varones fueron destinados a morir inmediatamente al llegar a Auschwitz.
Para Lilly y sus hermanas éste sólo fue el primer paso de un largo viaje de persecusiones que incluyó Plashof, Neustadt, Gross Rosen y finalmente, Bergen Belsen.
(*) Vemos una fotografía de Lilly Friedman ya anciana y su vestido (que había sido creado a partir de un paracaídas destrozado) exhibido en el Museo de Bergen-Belsen.

Cuatrocientas personas caminaron 15 millas sobre la nieve hasta la ciudad de Celle el 27 de enero de 1946 para asistir a la boda de Lilly y Ludwig. La sinagoga del pueblo dañada, casi destruída había sido renovada y lucía hermosa. Usando los magros materiales disponibles, los exilados lo habían hecho. Cuando el Sefer Tora llegó de Inglaterra convirtieron una vieja y pequeña cocina en un provisorio Aron a Kodesh.

«Mis hermanas y yo perdimos todo, nuestros padres, nuestros dos hermanos, nuestro hogar, lo más importante fue construir un nuevo hogar».

Seis meses más tarde Ilona (hermana de Lilly) usó el mismo vestido cuando se casó con Max Traeger. Después fue la prima Rosa. ¿Cuántas novias usaron el vestido de Lilly? Dejé de contar después de la número 17. Para aquellos que habían tenido la experiencia en los campos siguió una elevada tasa de matrimonios y por supuesto el vestido de Lilly tuvo una gran demanda.

En 1948, cuando el Presidente Harry Truman finalmente permitió que los 100.000 judíos que languidecían en los campos para refugiados desde el fin de la guerra emigraran, el vestido acompañó a Lilly en su viaje que, cruzando el océano, los condujo a América.
Incapaz de desprenderse del vestido, éste quedó en el placard de su dormitorio durante casi 50 años. Si bien no servía ni siquiera para intentar venderlo en una feria americana «me sentí feliz cuando encontró un hogar adecuado». El lugar fue el Museo en Memoria del Holocausto en Washington D.C. Cuando la sobrina de Lilly -voluntaria- relató a las autoridades del museo la historia del vestido de su tía, éstos inmediatamente evaluaron su importancia histórica y lo colocaron en exhibición en una cabina especialmente diseñada en la que sin duda podría preservarse durante 500 años.

Pero el vestido de Lilly Friedman debía realizar un viaje más. El Museo de Bergen-Belsen abrió sus puertas el 28 de octubre de 2007.
Los miembros del Gobierno alemán invitaron a Lilly y a sus hermanas para que fueran huéspedes durante una gran apertura. Al principio ellas declinaron la invitación pero un año más tarde viajaron a Hanover con sus hijos, sus nietos y toda la familia para ver el entorno creado para exhibir un traje de bodas que se había creado a partir de un paracaídas destrozado.

La familia de Lilly que conocía bien los detalles de esa boda realizada en Celle anhelaba visitar la sinagoga. Así vieron que la construcción había sido totalmente renovada y modernizada, pero cuando apartaron las elegantes cortinas se asombraron al comprobar que el ARON A KODESH ubicado en un pequeño gabinete (antes cocina) había permanecido tal cual como lo dejaran, como un testamento de la profunda fe de los sobrevivientes.
Mientras Lilly estaba de pie en la bimah hizo un gesto a su nieta Jackie para que se ubicara a su lado, donde ella había sido una vez una kallah. «Fue un viaje muy conmovedor; lloramos mucho»

Dos semanas más tarde la mujer que una vez estuviera de pie, temblando ante la mirada selectiva del infame Dr Josef Menguele, retornó a su hogar y presenció la boda de su nieta.

Las tres hermanas Lax (Lilly, Ilona y Eva) sobrevivieron a las torturas de Auschwitz, los campos de trabajos forzados y Bergen-Belsen y han permanecido unidas y hoy viven muy cerca las unas de las otras en Brooklyn.
Como simples adolescentes se las arreglaron para escapar de la monstruosa maquinario asesina y sobrevivir. Se casaron, tuvieron hijos, nietos y bisnietos y han sido recientemente honradas por el país que las había condenado a muerte.

Como jóvenes novias estuvieron bajo la Juppa recitando las bendiciones que sus antecesores repitieran durante miles de años. Al hacerlo eligen honrar el legado de aquellos que perecieron pese a que habían elegido la vida.

In Memoriam -63 años más tarde

Hace ahora más de 60 años que la II Guerra Mundial terminó en Europa. Este e-mail está siendo enviado como homenaje a los 6 millones de judíos, 20 millones de rusos, 10 millones de cristianos y 1.900 sacerdotes católicos que fueron asesinados, masacrados, violados, humillados, quemados mientras los pueblos alemán y ruso miraban para otro lado.
Ahora más que nunca con Iraq, Iran y otros que gritan «El Holocausto fue un mito» es imperativo asegurarse de que el mundo Nunca Olvide porque hay algunos grupos que quisieran repetir la historia..

El juicio contra el presunto criminal nazi Demjanjuk incluirá actas de Israel

El juicio contra el presunto criminal nazi John Demjanjuk, acusado de complicidad en el asesinato de 27.900 judíos en el campo de exterminio de Sobibor, incorporará actas de su anterior proceso en Israel, donde en 1988 fue condenado a muerte, aunque finalmente se revocó la pena.

La Audiencia de Múnich (sur de Alemania), donde se le abrió el proceso en noviembre de 2009, comunicó la prolongación del mismo por la inclusión en la causa de documentación del juicio que se celebró en Israel contra Demjanjuk, al que se acusó de ser el «Iván el Terrible» de otro campo de exterminio, el de Treblinka.

El proceso, que inicialmente se estimó iba a durar un año, tiene vistas programadas hasta marzo próximo, pero se considera que puede prolongarse hasta finales de 2011 o inicios del siguiente año por la incorporación de este nuevo material, explicó una portavoz de la audiencia.

Se trata, según fuentes de la fiscalía, de un centenar de actas que hasta ahora no se habían admitido a trámite porque afectaban a su presunta implicación en los crímenes del nazismo de Treblinka, no de Sobibor, ambos campos en la actual Polonia.

El abogado de Demjanjuk, Ulrich Busch, solicitó su inclusión en el proceso de Múnich, con el argumento de que la justicia israelí sí investigó el paso de su defendido por Sobibor, cuestión que abandonó al no poder demostrar siquiera que hubiera estado ahí.

Demjanjuk, de 90 años, asiste a su juicio en Múnich postrado en su silla de ruedas o en una camilla y únicamente se comunica con los letrados y juez a través de su intérprete al ucraniano.

Nacido en 1920 en Ucrania, Demjanjuk fue capturado por los nazis en 1942 sirviendo en el Ejército soviético y presuntamente actuó como guarda voluntario en varios campos de concentración.

En los años 50 emigró a EEUU como víctima del nazismo, en tanto que ex prisionero, cambió su nombre de pila, Iván, por el de John y adquirió la nacionalidad estadounidense.

En 1975 se le identificó como presunto criminal nazi y fue extraditado a Israel, donde se le enjuició como el presunto «Iván el Terrible» de Treblinka y fue condenado a morir en la horca en 1988.

Tras cinco años en el corredor de la muerte se revocó la condena, al identificarse como ese «Iván el Terrible» a otro ucraniano, Iván Marchenko.

Tras el proceso en Israel regresó a EEUU, país que le había retirado la ciudadanía, pero donde siguió viviendo como apátrida por tener ahí a su familia.

La fiscalía de Múnich reabrió el sumario en 2008, apuntalada en una hoja de servicios que lo identificaba como uno de los llamados «trawniki» (guardas voluntarios), conocidos por su extrema crueldad.

Tras un largo tira y afloja, agotados todos los recursos impulsados por su familia en EEUU, Demjanjuk fue entregado a Alemania en mayo de 2009 e ingresó en prisión condicional.

El proceso en Múnich ha estado marcado por las interrupciones, a demanda de su abogado, por razones de salud.

A las dificultades derivadas de la avanzada edad del acusado se une el hecho de que, hasta ahora, no han aparecido supervivientes de Sobibor que puedan identificarle.

Sobibor, donde se estima que fueron asesinados un cuarto de millón de judíos, fue usado por los nazis únicamente como campo de exterminio, de manera que los prisioneros eran asesinados pocas horas después de su llegada.

Entre los pocos supervivientes del campo no se ha localizado a ninguno que pueda identificarlo como uno de los «trawniki» de entonces. EFE

Fuente: http://www.aurora-israel.co.il/

Septiembre de 1944 – KOL NIDRE EN DACHAU

Por Jack Fuchs

Fue en Dachau. En una barraca, la mía, había casi cien judíos. La mayoría éramos de Lodz, Salónica, Hungría. Pocas semanas atrás habíamos llegado desde Auschwitz. Habíamos dejado a nuestros seres queridos en el infierno más atroz imaginado. Nunca pudimos reencontrarnos con ellos.

Todo había sido tan rápido. La llegada, la separación de nuestros familiares, de nuestros nombres convertidos en números, de nuestras ropas. Sólo quedamos con los zapatos con los que habíamos entrado…

Algunos fuimos “seleccionados” para ir hacia un campo en construcción que, finalmente, constituiría -para muchos- campo de muerte. Esta “selección” también fue separación para morir tantas veces como fue posible: por hambre, anonimato, frío, hambre, separación, pérdida, imposibilidad de soñar, desear. Hambre. Siempre hambre”.

Durante algún tiempo ni tuvimos conciencia del paso de las horas. No existían calendarios ni relojes. El único elemento, que nos mantenía atados a una realidad temporal, eran los toques de sirena.

Sin embargo, hasta hoy no encuentro respuesta al hecho de que alguien pudiera recordar que una noche fue “Kol Nidre”. Aquellas, “todas las promesas”, debían hacer arrepentir a algunos hombres de los ofrecimientos vanos. No fue así.

Alguien había logrado entrar con un pequeño Sidur. Lo sacó y, en voz baja, comenzó a recitarlo. El simple hecho de tener un libro de rezos, podía costar la vida. El llanto, que nos invadió a todos, estaba lleno de desesperación. Hoy, como entonces, sigo preguntándome quién tenía necesidad de continuar con el judaísmo después de lo que estábamos viviendo, todo aquel infierno por ser judíos.

Han pasado más de sesenta años y la impresión, que con tanta insistencia se reitera en la proximidad de estas fiestas, continúa siendo intensa. Fue una plegaria… simplemente una plegaria que no llegó a ningún lugar.

Las lágrimas, cristalinas, impregnaron nuestras ropas. Soledad. Resignación. Autocompasión. Probablemente, para los creyentes, D-s estaba ocupado en otras cosas.

No soy el mismo que escuché y cooperé en levantar esa plegaria, en una noche de Iom Kipur. Pese a todo, sigo preguntándome qué valor podía tener si, ni siquiera, sabíamos si al día siguiente viviríamos.

Cada fecha me retrotrae a lo pasado en mi ciudad: los alemanes entraron, en un mes de septiembre como éste, hace cincuenta y siete años, marcando un antes y un después. El comienzo del fin.

Mi generación, la que vivió en guetos y campos, se continúa debatiendo ante un dilema existencial: recuerdo y pesadilla. Olvidar y aferrarse a la necesidad de evocar.

Tal vez haya, en algún lugar, un espacio para la religiosidad. Probablemente la urgencia, una vez más, sea la de revivir a aquellos que no tuvieron la posibilidad de repetir la plegaria, en libertad.

Cortesía: Jack Fuchs

Difusion: http://www.porisrael.org

Jan Karski, un mensajero silencioso

Jack Fuchs

Jan Karski
Jan Karski nació el 24 de abril de 1914, en Lodz, Polonia y murió el 13 de julio de 2000 en Washington DC. De familia católica, cursó sus estudios con los jesuitas, estudió derecho en la universidad de Lwow y siguió la carrera diplomática. Tuvo cargos en las embajadas de Bucarest, Berlín, Ginebra y Londres.
Llamado a filas en 1939, fue hecho prisionero por el ejército soviético y enviado a un campo stalinista de donde pudo escapar para pasar a la clandestinidad. Su dominio de varios idiomas y su prodigiosa memoria lo favorecieron para que fuera elegido como correo de la resistencia clandestina polaca durante la Segunda Guerra Mundial.

En 1940 fue capturado por la Gestapo en Eslovaquia. Luego de soportar un implacable régimen de torturas intentó suicidarse abriéndose las venas, pero la resistencia pudo rescatarlo sin que ninguno de los datos que poseía pasaran al enemigo. Entre 1942 y 1943 protagonizó una historia que habría de dejarle huellas para el resto de su vida: lo que él mismo llamó ‘mi secreta misión judía’. C fue uno de los primeros en transmitir una crónica detallada de las atrocidades nazis.

Jan Karski
En octubre de 1942 Karski, cuyo nombre real era Jan Kozielewsky, se puso en contacto con dos organizaciones judías: el Bund (partido socialista judío) y una asociación sionista. Ambas organizaciones le pidieron que informe a los aliados sobre lo que estaba ocurriendo con las comunidades judías en Polonia.

Haciéndose pasar por judío ingresó dos veces al gueto de Varsovia en octubre de 1942. Y después al campo de exterminio de Belzec. La visita secreta que Karski hizo al campo duró sólo una hora; lo suficiente para que lo visto quedase grabado para siempre en su memoria.

En Londres se entrevistó con el Secretario de política exterior, Anthony Eden; con Lord Cranbone, del partido conservador así como con Hugh Dalton y Arthur Greenwood del partido laborista. Todos integraban el gabinete británico de guerra que en ese momento era el centro del poder político en Inglaterra. Eden contestó que no podían hacer nada de lo que proponían los dirigentes judíos porque la estrategia aliada consistía en derrotar militarmente a Alemania, y que ningún ‘asunto secundario’ debía interferir el objetivo. Lord Cranborne, aparentemente un hombre simpático, le dijo:

«Señor Karski, usted es un hombre inteligente. ¿Se da cuenta de que el mensaje que nos trae es insostenible?»
Arthur Koestler, judío, apasionado antifascista y antisoviético, a quien Karski visitó en Londres, no es favorecido en el relato del mensajero. Lo describe como un hombre demasiado atado a sus intereses personales, a su vanidad de hombre de letras. Otro escritor, H.G. Wells, al recibir su crónica le contesta que
«habría que estudiar las causas por las cuales el antisemitismo emerge en todos los países en donde viven judíos».

La situación no mejora en Estados Unidos. En el verano de 1943 se entrevista con el presidente Roosevelt, con el Secretario de Guerra, Henry Stimson, con el Cardenal Cicognani, con el Arzobispo Spellman, con el Presidente del Congreso Judío Norteamericano, Nahum Goldman, con el juez de la Corte Suprema de Justicia, Felix Frankfurter y con el director del Herald Tribune, Ogden Reed. Roosevelt lo escuchó durante cuatro horas. Se interesó especialmente en cuestiones políticas y le informó que Polonia recibiría una compensación territorial. Ni un solo comentario sobre la situación de los judíos, ninguna pregunta que pusiera en evidencia su preocupación en torno a la crónica del gueto y de los campos de exterminio.

El diálogo con Felix Frankfurter, miembro de la Corte Suprema, es igualmente esclarecedor. Frankfurter le pregunta: ‘¿Sabe usted, señor Karski, quién soy yo? ¿Sabe que soy judío?‘ Tras el relato de Karski, Frankfurter camina unos pasos, piensa y le responde contundentemente: ‘Un hombre como yo debe ser absolutamente franco. De modo que le digo: no estoy en condiciones de creer lo que usted dice’. Tampoco creyeron en él otros dirigentes judíos.

En 1944, un año antes de que terminara la guerra, Karski publicó el libro The Secret State, que en muy poco tiempo vendió 400 mil ejemplares, e inició un ciclo de conferencias en Estados Unidos, país en el que se desempeño como profesor de teoría
política en la universidad de Georgetown.


«Después de la guerra» -escribió en 1987- «leí cómo los líderes occidentales, hombres de estado, militares, servicios de inteligencia, jerarquías eclesiásticas y dirigentes civiles se horrorizaban por lo que había pasado con los judíos. Declaraban no haber sabido nada acerca del Holocausto pues el genocidio había sido mantenido en secreto. Esta versión de los hechos persiste todavía pero no es más que un mito. El exterminio no era un secreto para ellos.»

El Estado de Israel lo nombró ciudadano ilustre. En esa ocasión pronunció un discurso de agradecimiento en el que se definió así: ‘Yo, Polaco, Norteamericano, católico, puedo ahora decir que también soy judío’. Su testimonio es probablemente uno de los más conmovedores que registra la película Shoá de Claude Lanzmann.

Para mí, nacido también en Lodz, judío polaco, la historia de Jan Karski es un motivo de estremecimiento y angustia: ¿Por qué ese hombre, que quizá se haya cruzado conmigo en las calles de mi ciudad, no fue escuchado? ¿Por qué el testimonio de un hombre simple no tuvo ningún efecto, por qué esa insoportable indiferencia?

El 20 de junio de 2001 la Fundación Internacional Raoul Wallenberg y la Embajada de Polonia en la Argentina recordaron la figura de Karski en la Embajada Polaca de Buenos Aires.

* Jack Fuchs fue deportado del Gueto de Lodzs a Auschwitz. Encontrado por los aliados en Dachau al término de la Guerra. Miembro de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg

Fuente: http://www.raoulwallenberg.net/

El hombre que me hizo llorar

Por Jack Fuchs *

En este tiempo, el de mi último tramo, tras luchar incansablemente por casi setenta años con mi memoria, como siempre, los recuerdos me ganan, toman la palabra, se inmiscuyen en mis sueños, dominan mi vigilia. Las fechas, nuevamente, hacen de las suyas. Otro 19 de abril. Otro aniversario del Levantamiento del Ghetto de Varsovia. Pasaron 67 años. Otro aniversario que me sacude.

Hoy se me hizo presente el fantasma de un hombre. Un hombre que vivía, junto con su familia, allí donde yo vivía. En Lodz, mi ciudad perdida. Ellos, en el tercer piso y nosotros, mis padres, mi hermano, mis dos hermanas y yo, en el segundo. Lo conocía muy bien y jugaba diariamente con sus hijos en nuestro patio. Aquel patio lleno de historias, fantasías, aromas, emociones.

Esos años, 1937, 1938, estaban heridos de escasez, pobreza, hambre. Pero nosotros aún así jugábamos. Fue ese el momento en el que aquel hombre decidió emigrar a la Argentina. Un país que prometía abundancia, un futuro. El partió solo. Y con el esfuerzo de su trabajo procuraba arrancar a su familia de las penurias. Yo tenía once o doce años por ese entonces. Ellos tenían tres hijos, dos niñas y un niño. Aquel primogénito, yo lo recuerdo muy bien, tenía síndrome de Down, y le hacíamos la vida imposible, en el patio, jugando con él. Siempre venía a mi casa y se ponía al lado de mi padre, quien lo protegía de nuestras inocentes travesuras.

El hombre, a la distancia, luchaba por reunir a su familia en la nueva tierra. Ellos, mientras tanto, se alimentaban con los manojos de ilusiones que recibían en cada carta. Quimeras que, al poco tiempo, empezaron a vacilar cuando el cónsul, en Varsovia, privó de la visa a ese hijo marcado como «indeseable». Pero siguieron luchando en un intento desesperado por conseguir aquello que le negaban. El, desde Argentina, y ella clavada a su tierra. ¿Qué madre podría dejar a un hijo condenado al abandono?

Mientras tanto, el calendario seguía su implacable curso. Nadie podía imaginar aquello que se avecinaba. Y no pasó mucho tiempo para que la ocupación nazi diera su estocada a Polonia y un poco más, para sufrir las consecuencias del encierro en el Ghetto. Confinados, todos nosotros, a la hambruna y la miseria extrema, entre muros y púas, seguíamos jugando. Y, cuando pensábamos que lo peor ya nos había atravesado, Treblinka se llevó, entre muchos, a estos queridos vecinos, a mis amigos y compañeros de juego. Todos ellos murieron. La madre y sus tres hijos.

Y más tarde, Auschwitz nos borró a nosotros de Lodz, arrojándonos brutalmente a la condición de infrahumanos. Nunca más volví a ver a mi familia. Todos murieron. Y así, huérfano, me lanzaron con salvajismo a Dachau. La pesadilla parecía no terminar.

Hasta que al fin, en mayo de 1945, volví a nacer, en una soledad indescriptible. Todo había terminado. Todo. Ahora podía dar vuelta la página y sumergir aquel infierno en el río Leteo. Lo único que tenía era mi cuerpo enfermo y desnutrido, mi dignidad y muchos fantasmas. Lo único que deseaba era empezar de nuevo. En Argentina, una tía me esperaba dispuesta a ocuparse de mi humanidad. Sin embargo, sin saber por qué, yo me negué a ir. Y así la vida me llevó a los Estados Unidos. En ese tiempo no pensaba en los porqués. Todo estaba sepultado bajo un manto de sinrazones. Simplemente me decía: «No quiero ir. Punto». Debieron pasar muchos años y muchos divanes para que me percatara del miedo que en aquel entonces había tenido, de enfrentar las preguntas que mi tía podría haberme hecho. ¿Qué pasó con tu mamá? ¿Y con tu papá? ¿Qué, con tus hermanos? ¿Y tus primos? Yo me había negado, tajante, a exhumar esos recuerdos sin lápida.

Recién diez años más tarde logré romper el tabú y emprendí la visita a aquella tía que tanto me había esperado. No hizo ninguna pregunta, no hubo ningún reproche ni lágrimas. La única evocación que trajo fue la de aquel hombre. «Aquí hay un tal Scherer -me dijo ella-, ese hombre que dejó a la familia ¿te acuerdas?» De repente se agolparon en mi mente un cúmulo de imágenes que suponía enterradas. Yo lo recordaba perfectamente. Su rostro. Su historia. Además de mi tía, él era el único testigo que quedaba de todo lo perdido. Y eso me impulsó a encontrarlo. Fue así que hallé a un hombre taciturno, abandonado y casi en la miseria. Vivía en una habitación, solo, sin ayer y sin mañana. Nos saludamos algo cohibidos. Era una gran conmoción encontrar a alguien que hubiese conocido a mi padre y a mi madre. E indudablemente para él también, que yo hubiera conocido a su señora y a sus tres hijos. Nuestras miradas eran esquivas. No podíamos articular palabra. Entre ambos parecía haber un profundo abismo de silencio. Yo tenía mucho para decir. Para preguntar. Y al mismo tiempo no había nada de qué hablar. Porque ¿qué preguntas le iba a hacer? ¿Qué nos podíamos contar, si ya sólo con vernos aparecía lacerante nuestra historia? Nuestro mutismo gritaba el vacío.

Apenas salí de allí, la inmensa congoja que había estado guardada en el fondo de mis entrañas desbordó en un llanto descontrolado. Yo pensaba que nada de lo pasado había subsistido. Pero ese día algo cambió. Yo nunca había derramado lágrima alguna. Nadie conocía mis heridas. Me había encargado de construir un poderoso dique que, durante años, se mantuvo firme, encerrando mis tan dolorosos recuerdos en un lugar olvidado. Este hombre fue el único que me hizo llorar. Y cada vez que lo veía, el llanto me invadía, incontenible, sin palabras. Sólo gemidos sordos resquebrajando mi muralla.

Últimamente recuerdo los nombres de sus hijos: Abrahamek, Yakhna y Raskeh y el de la madre de ellos, Rushka. Era una mujer delgada, baja y se ganaba el pan haciendo ojales. La pila de camisas que llevaba, cada día, sobre su cabeza era más grande que ella. Trabajaba incansablemente. Y tenía a los chicos cuidados, impecables. Los recuerdo a todos vívidamente y cuando los evoco, puedo ver calcada a mi propia familia.

Hoy, después de los tantos ¿porqués? que me he atrevido a formular puedo comprender. Cada vez que veía a este hombre, ese que me hizo llorar, revivía a mi padre y lo volvía a perder. Me veía a mí mismo. Veía al sobreviviente. Cada vez que veía a este hombre, lloraba a mis difuntos. Cada una de las lágrimas que derramé les dio mortaja y los veló. Y hoy, con mis recuerdos, levanto sus lápidas. Los duelo.

* Con la colaboración de Viviana Kahn.

El ángel de Auschwitz

El ángel de Auschwitz | Cultura | elmundo.es.

HISTORIA | Los diarios de Ana Novac

El ángel de Auschwitz

La escritora Ana Novac. | DestinoLa escritora Ana Novac. | Destino

  • Se publica en español ‘Aquellos maravillosos días de mi juventud’
  • ‘¡Nunca había visto a la gente divertirse tanto como en el campo!’

«Escribo, luego soy». Es la tabla de salvación a la que se aferró Ana Novac, una niña judía, para redactar un diario de gran intensidad y altura literaria que empieza justo donde termina el de Ana Frank, en el infierno de los campos de exterminio nazis.

Ana Novac murió el pasado el 31 de marzo, a los 80 años de edad, tan sólo seis días antes de que «Aquellos maravillosos días de mi juventud» (Destino), el diario que milagrosamente logró escribir en Auschwitz, Plaszow y otros campos, fuese publicado en español. Murió de un ataque al corazón en París, en la ciudad en la que siempre soñó vivir y donde se instaló en 1968, tras una escala de tres años en Berlín después de escapar de la Europa del Este.

«En una única y misma existencia tuve la suerte de presenciar la caída de dos plagas que me parecían desastrosas por igual: el socialismo ‘nacional’ y el otro (el soviético)«, escribió Novac en el epílogo de este «testimonio honrado» que quiso ofrecer al mundo.

Novac nació en Transilvania (Rumanía), pero a los 11 años se despertó siendo de nacionalidad húngara, «sin haber cambiado de lugar, de calle y ni tan siquiera de camisa». A los 14, la deportaron a Auschwitz por ser judía. Cuando volvió un año después, en mayo de 1945, con sólo 34 kilos de peso y tuberculosis, era otra vez rumana.

La Historia, con mayúsculas, decía, la metió en situaciones que nunca pudo asumir porque «no las había escogido».

El corpus principal de su diario, dedicado a la «memoria» de los suyos, pudo ser escrito en el campo de exterminio de Auschwitz y en el campo de Plaszow, bajo el sádico mandato del comandante Amon Görth, gracias a que, según Novac, «a Hitler no le interesaban nuestros pensamientos, sólo quería nuestro pellejo».

Esa parte del diario la sacó de Plaszow, sin saber de qué se trataba, Otto, un guardián alemán que mató a una chica de una paliza por quedarse dormida, y la sacó a petición de un mando intermedio que protegía a Novac por su peculiaridad de ser una joven escritora. El resto lo compuso en un hospital al que llegó en las últimas, tras una segunda estancia en Auschwitz, y en otros campos de trabajos forzados nazis por los que pasó tras mejorar.

Novac reconocía que no escribió para completar la memoria de la humanidad con lo cotidiano en un campo nazi, sino para librarse de la obsesión por el rancho, para no naufragar en la angustia, para tener una existencia «privada» y para aferrarse a la vida.

«Yo, que dudo incluso de mis dudas, sólo le rezo ya a mi resuello: ‘No me falles, por favor'», escribió Novac en su diario tras presenciar en Plaszow cómo Amon Görth se divertía en usar a una chica como cebo para su bulldog, que la destrozó.

Empotrarse de vida

Y es que si algo la salvó de sucumbir en aquel infierno fue su determinación a «empotrarse» a la vida: «Por muy estúpida y muy fea que resulte, no me veo sin ella; ni a ella sin mí. Incluso si hubiera ‘otra vida’ mejor, me aferraría a ésta, inmunda». «¿Y si la vida fuera un loco y nosotros, los judíos, fuéramos su manía?», se pregunta en otro momento y pide «al Señor de Ahí Arriba» que se busque otro pueblo «elegido» y les pida «disculpas».

Novac apunta lo que puede observar y vivir desde dentro: la vida en los barracones, su sufrimiento y el de sus compañeras, las relaciones, marcadas tanto por el egoísmo como por el coraje y la ternura, el hambre, el frío, las lágrimas y las risas. «¡La risa! Ya veo desde aquí la cara que pondrán los civiles cuando les diga: ‘¡Nunca había visto a la gente divertirse tanto como en el campo!’. A lo mejor es histeria, como en los entierros».

El diario de Novac se publicó en 1966 en Hungría, en 1967 en Alemania, en 1968 en Francia y más tarde en Italia, Holanda y Estados Unidos. En la década de los 90, al autora reeditó una versión revisada de su diario en francés, que es la que ahora llega en castellano.

COMPRANDO VIDAS…

El último rescate tuvo lugar una hora antes del ataque al World Trade Center el 11 de septiembre de 2001. Extenuantes pero gratificantes 28 años de misiones de rescate se cerraron. Durante esos momentos en que la tarea parecía imposible, Judy recordaba a un vecino de su infancia, una mujer llamada Sophie, que perdió una hija en Auschwitz.


«Ella me dijo ‘Nunca debes permitir que esto vuelva a suceder al pueblo judío’. Nunca olvidé esas palabras.»

por MIRIAM METZINGER

El Rescate Secreto de judíos Sirios de Judy Feld Carr

Durante 28 años, Judy Feld Carr no sólo supo, sino que también vivió «el secreto mejor guardado del mundo judío». La musicóloga canadiense y madre de seis hijos mantuvo su hogar y crió una familia mientras que casi sola rescató a 3.228 judíos sirios.

«No fueron días típicos» recuerda Judy Feld Carr. «No fue como el éxodo ruso que fue hecho por el mundo. Era yo llevando a cabo la operación en mi casa y en secreto».

Aunque Judy Feld Carr ha recibido muchos honores por su trabajo por la judería siria, incluso la Orden de Canadá (la condecoración más alta dada por los ciudadanos de Canadá a un individuo), la labor no fue fácil.

«El rescate fue muy difícil y agotador» dijo. «Cuando usted está comprando la vida de alguien, puede ser horrible».

Judy Feld Carr y su esposo, el Dr. Ronald Feld, desarrollaron un interés mutuo en la difícil situación de la judería siria en los años 70. Un artículo en el Jerusalem Post acerca de doce jóvenes judíos cuyos cuerpos fueron mutilados cuando se adentraron en un campo minado mientras trataban de escapar de Qamishli, Siria, capturó la simpatía de la pareja, y se exprimieron el cerebro buscando la forma en que podían ayudar a los judíos sirios. Desde el establecimiento del Estado de Israel en 1948, Siria dio rienda suelta a su furor incendiando sinagogas y prohibiendo a los judíos salir del país. Restricciones que recordaban a las Leyes de Nuremberg que fueron promulgadas durante el Holocausto, fueron emitidas en Siria; los judíos no podían viajar a más de tres kilómetros sin un permiso y fueron forzados a vivir en ghettos. Negocios y oportunidades educativas para los judíos fueron estrictamente limitados, y aquellos que trataban de escapar a menudo eran torturados o muertos.

Despertar la conciencia acerca de la judería siria fue una cosa, «Pero si usted me hubiera dicho en esos días que eventualmente yo llevaría a cabo una operación de rescate, le hubiera dicho que estaba loca» dijo Judy Feld Carr. Realizó la única llamada telefónica que jamás hubiera hecho a Siria, una llamada que comenzó su jornada de 28 años de intriga internacional. Trató de comunicarse con la casa de un judío que estaba al servicio de la policía secreta y él le dio la dirección de Ibrahim Hamra, el Rabino Jefe de Siria. «Hasta este día no puedo comprender por qué se me permitió hacer ese primer contacto» recuerda. «Nunca más hice otro llamado telefónico».

Los Feld enviaron un telegrama a Rabí Hamra y le preguntaron si necesitaba libros hebreos, y recibieron una semana después un telegrama con una lista de títulos. Cuidadosamente quitaron toda evidencia de que los libros fueron editados en Israel, y quitaron la primera página que contenía el nombre del editor; esas precauciones eran necesarias, o los libros habrían sido confiscados. Como los Marranos en España 500 años antes, los Feld y Rabí Hamra se comunicaban en código usando versículos de Salmos.

Judy Feld fue contactada por una amiga en Toronto que había retornado de Siria y dijo que su hermano, un rabino de Alepo, estaba enfermo de cáncer y había sido torturado en la cárcel porque dos de sus hijos habían escapado. Estaba dedicada a la tarea de traer a su hermano a Canadá, y preguntó a Judy Feld Carr si había algo que ella pudiera hacer. Tras un año y medio de negociar precio por el prisionero y enfrentar miríadas de obstáculos, llegó el mensaje de que Rabí Eliahu Dahab había sido liberado de la prisión y enviado a Canadá para tratamiento médico. Judy recuerda a Rabí Dahab derramando lágrimas de alegría cuando la enfermera dijo «Baruj Habá» que quiere decir «bienvenido» en hebreo. Cuando se le dijo que tenía poco tiempo de vida, le contó a Judy Feld Carr de su sueño de tomar un café con su madre en Jerusalén una última vez. Él murió en Tisha BeAv, unas semanas después de reunirse con su madre, pero no antes de formular un último deseo, de que su hija también fuera liberada de Siria.

Las palabras de Rabí Dahab iniciaron un ciclo de rescates que llevó a la creación de la red subterránea de Judy Feld Carr, de la cual sólo ella conocía los detalles. Luego de la muerte de su joven esposo de un ataque al corazón en 1973, los rescates de Judy fueron hechos a solas, y la presión a veces era casi insoportable.

«Estaba a punto de abandonar cada segundo día, pero no podía porque había organizado un sistema subterráneo y había gente que dependía de mí. Y todo lo que ellos sabían era que su camino de salida del país era ‘la Sra. Judy de Canadá’. Era difícil, pero no tenía elección» Judy Feld Carr agregó «Nunca contacté a un judío de Siria. Ellos o sus parientes debían encontrarme, y era difícil porque ni siquiera sabían mi apellido».

Llegaron donaciones para misiones de rescate a una sinagoga de Toronto, Congregación Beth Tzedek, y cubrieron los gastos de los pagos para liberar a judíos sirios. Cuando no se podían negociar rescates, se planeaban escapes. Es asombroso que de los 3228 individuos que Judy Feld Carr ayudara a rescatar, ninguno fuera herido. A menudo se requería dividir familias, y que los padres entregaran a sus hijos. En una ocasión ella pudo rescatar a casi toda una familia unida; Judy Feld Carr recuerda cuando demoró una hora el funeral de su padre porque tenía que planear el escape de una madre y seis niños. «El último día del período de duelo recibí una llamada —’Judy, los tenemos’. Fue muy difícil no preocuparse toda la semana».

Para miles de judíos sirios que alcanzaron la seguridad, su rescatadora era conocida simplemente como «la Sra. Judy de Canadá», una persona a la que le deben todo, pero que no esperan conocer. Unos pocos, sin embargo, disfrutaron el privilegio. Judy Feld Carr y su esposo Donald Carr asistieron a un evento en un hogar de ancianos en Bat Yam, Israel. Un hombre llamado Zaki Shayu habló acerca de sus experiencias como prisionero en Alepo. Sufrió cuatro años de torturas durante los cuales las autoridades le dijeron que su madre había muerto.

Tras el discurso, Donald Carr le preguntó «¿Cómo salió?»

«Había una mujer en Canadá. Su nombre era Judy» respondió Zaki.

«¿Quiere conocerla?»

Los ojos de Zaki Shayu se abrieron excitados «¿Usted la conoce?» Preguntó.

«Ella está sentada ahí. Es mi esposa».

«Todos los presentes se emocionaron» recuerda Judy. «Fue la cosa más asombrosa. Todos lloraban».

Un comerciante de antigüedades de Toronto fue de compras en la parte vieja de Jaffa, Israel, y vio un pequeño negocio con banderas canadienses en la vidriera. Con curiosidad preguntó al dueño del negocio «¿Por qué tiene banderas canadienses aquí?»


«Quizás usted conozca a la Sra. Judy. Ella organizó mi escape. Puse todas esas banderas en la vidriera para el caso de que ella alguna vez venga a mi negocio».

El deseo del dueño del negocio le fue concedido cuando Judy Feld Carr visitó el negocio durante un viaje a Israel. Él le dio una cada de marquetería que había hecho para Judy y había estado guardando durante años como un presente para expresar su gratitud.

El último rescate tuvo lugar una hora antes del ataque al World Trade Center el 11 de septiembre de 2001. Extenuantes pero gratificantes 28 años de misiones de rescate se cerraron. Durante esos momentos en que la tarea parecía imposible, Judy recordaba a un vecino de su infancia, una mujer llamada Sophie, que perdió una hija en Auschwitz. «Ella me dijo ‘Nunca debes permitir que esto vuelva a suceder al pueblo judío’. Nunca olvidé esas palabras».

Fuente: http://groups.yahoo.com/group/Robert_Alonso/message/24011